El viaje introspectivo que propone Bernard Schlink me ha tocado un pie, o, por las dudas, no me importa, no me llama la atención y en ocasiones me estorba. Bien planteadas sus reflexiones, con mucha lógica y perfectamente entendibles, pero me dan igual y me hacen bostezar. Me refiero a todo pensamiento que sale del argumento y que si bien es ropa de calidad ni me abriga, ni es vestuario para la ocasión y me rompen una lectura agradable que mejora mucho en su tramo final. En cuanto al meollo del asunto, para empezar lo de Hanna tiene nombre y es un delito. Abuso de menores, psicológico, pues aun cuando las relaciones sexuales son consentidas, nuestra revisora de trenes las utiliza para manipular y humillar a Michael, adolescente de 15 años, y a esta edad sin más enfoque ni experiencia y con la vulnerabilidad a flor de piel, marca y mucho. Todo el libro es una muestra de ello, y de su incapacidad por adaptarse a ningún tipo de relación en pareja, a un cargo de conciencia y sentimiento de culpa de amar al monstruo o al mito sexual. El lector es una buena novela con multitud de detalles, excelente prosa, estructura y ejecución, con un enfoque distinto sobre los juicios posteriores a las barbaridades cometidas en los campos de concentración y donde lo mejor, se lee en voz alta. Muy abierta, donde cada lector puede hacer su interpretación y al que le llegará de forma muy distinta. En mi caso, pese a empatizar con Michael en algunas cosas, no fue suficiente, me quedé sin héroe a mitad de camino, y aunque el libro merece la pena, no va a quedar entre mis grandes obras. Otras veces juraría sobre la tumba de Trajano por recomemdar o no, en este caso no me atrevo, le veo las bondades al texto, pero algo no ha terminado de hacer la conexión entre el escritor y la boina que llevo puesta. ¿Habré perdido paladar? Para esto, sinceramente me voy con mis lanzas... + Leer más |