El rumor del oleaje de Yukio Mishima
Lo único que cuenta de veras en un hombre es su empuje. Si tiene empuje es un hombre auténtico, y ésa es la clase de hombres que necesitamos aquí, en Utajima. La familia y el dinero son secundarios
|
El rumor del oleaje de Yukio Mishima
Lo único que cuenta de veras en un hombre es su empuje. Si tiene empuje es un hombre auténtico, y ésa es la clase de hombres que necesitamos aquí, en Utajima. La familia y el dinero son secundarios
|
|
Caballos desbocados de Yukio Mishima
Cuando el cuerpo es tan mal tratado, la víctima empieza a pensar en él como algo ajeno: sólo los pensamientos parecen propios; y es mejor que así sea, puesto que en cierto modo la mente se constituye en refugio contra la humillación. |
Caballos desbocados de Yukio Mishima
El crimen puro está lejos de existir en el mundo moderno. Todos los delitos están engendrados por algún tipo de necesidad. |
El Pabellón de Oro de Yukio Mishima
-La Belleza... empecé, pero me puse a tartamudear furiosamente. Era una idea absurda, pero una sospecha aca- baba de cruzar por mi mente: ¿acaso mi tartamudez no nacía en el concepto que yo me hacía de la Belleza?-. La Belleza... Todo lo que es bello... es ahora mi mortal enemigo. -¿La Belleza? ¿Tu mortal enemiga? -preguntó Kashiwagi, abriendo unos ojos como platos. Pero su habitual jovia- lidad filosófica reapareció en seguida en su rostro, aturdido durante un instante. ¡Cómo has cambiado! ¡Oírte decir eso! ¡Tendré que graduar los lentes de mi conocimiento...! |
El Pabellón de Oro de Yukio Mishima
Cuando llegamos a Arashiyama nos dirigimos hacia el puente Togetsu para ver la tumba —que ninguno de nosotros conocía de la dama Kogo. Antiguamente, la dama Kogo, por temor a no ser del agrado de Taira-no-Kiyomori, se escondió en Sagano. Habiendo partido en su busca por orden del Emperador, Minomoto-no-Nakakuni descubrió su escondite guiado por los lejanos acentos de un arpa, una noche de otoño iluminada por una luna clara. ¿Cuál era la melodía que ella cantaba? «En mi esposo sueño con amor.» En el Nó que lleva su nombre se lee: «Sedienta de luna —pensó él—, ha debido salir a la noche...». Y dirigió sus pasos hacia el templo de Horin. Entonces escuchó los acentos del arpa, semejante a la borrasca sobre las cimas o al viento entre los pinos. «¿Qué es esto? —dijo—. La canción de la dama que sueña en su esposo con amor.» Y él se sintió regocijado. La dama Kogo vivió el resto de sus días retirada en Sagano y rezando por el emperador Takakura.
|
El Pabellón de Oro de Yukio Mishima
La calma volvió a mí, disipando poco a poco mi terror. Así debía ser para mí la Belleza: capaz de defenderme contra la vida, de protegerme de ella. Pensaba, y era casi una oración dirigida al Templo: «Si mi vida ha de ser como la de Kashiwagi, protégeme. ¡Porque creo que no lo podría soportar!». La única enseñanza que podía sacar de los argumentos de Kashiwagi y de la improvisación que había desplegado ante mis ojos, era que vivir y destruir son sinónimos. Á semejante existencia le faltaba toda espontaneidad, y le faltaba también la belleza de un edificio como el Pabellón de Oro: en cierto modo, no era más que una serie de piadosas convulsiones. Confieso que aquella vida me atraía, la verdad, que en ella adivinaba mi propia pendiente. Pero si había que empezar por hacerse sangre en los dedos con las espinas y astillas de la existencia, resultaba pavoroso. Kashiwagi despreciaba el instinto lo mismo que el intelecto. Como una pelota de forma extravagante, su existencia avanzaba sola, caprichosamente, rodando, tropezando, intentando, abatir el muro de la realidad. Pero, en medio de todo eso, no había un solo acto auténtico. En una palabra: la vida, tal como él la sugería, no era más que una peligrosa farsa destinada a abatir esta realidad disfrazada, irreconocible, ante la cual nosotros obrábamos como incautos, y a despejar el universo de todo lo desconocido que inspira recelo. + Leer más |
El Pabellón de Oro de Yukio Mishima
Conociendo a Kashiwagi: Kashiwagi sólo se distinguía de los demás cuando caminaba: sentado, no se diferenciaba en nada. Su pálido rostro mostraba una cierta belleza severa; una belleza intrépida, como la de ciertas mujeres bonitas, que para nada se veía menoscabada por su defecto físico. Los contrahechos, como las mujeres hermosas, se cansan de ser mirados; sienten la náusea de vivir continuamente bajo las miradas de los otros, y las miradas que devuelven van cargadas de su propia existencia: el vencedor es el que impone su mirada al otro. Mientras comía, Kashiwagi mantenía los ojos bajos; pero se veía que no se le escapaba nada de lo que ocurría a su alrededor. Sentado bajo la luz del sol, respiraba su propia plenitud personal; me llamó vivamente la atención. Viendo su silueta, me di cuenta que la timidez y la secreta vergüenza que me producía la sola presencia de las flores y del sol primaveral era algo totalmente desconocido para él. Él era una sombra que se afirmaba a sí misma, o más bien la sombra que existía en sí —seguramente impenetrable bajo su dura corteza, en medio de la claridad del sol. + Leer más |
El Pabellón de Oro de Yukio Mishima
Bajo su manto de nieve, el Pabellón de Oro resultaba de una incomparable belleza. Con sus grandes ventanales abiertos por donde penetraba la borrasca, con sus columnas alineadas a un lado y a otro, incluso en su misma desnudez, resultaba una imagen purificadora y tonificante. «¿Por qué la nieve no tartamudea?», me preguntaba yo. Cuando las hojas de algún árbol se interponían a su paso, la nieve caía al suelo con una caída que era, en cierto modo, un tartamudeo. Pero cuando nada la interceptaba, cuando ella me sumergía con su oleaje interminable, entonces yo olvidaba los recodos de mi alma y, como inundado de música, mi espíritu encontraba una dulce cadencia. |
El Pabellón de Oro de Yukio Mishima
A fuerza de pensarlo, como una imagen calcada que recubre exactamente la original, vine a dar con el verdadero Pabellón de Oro, recubierto en sus más pequeños detalles por aquel otro de mis sueños: mi techo sobre el verdadero techo, mi pabellón de pesca por encima del estanque, mi primer piso de curvada rampa y mi segundo piso de aberturas minuciosamente labradas, todo sobre lo real. El Pabellón de Oro dejó de ser una construcción inmóvil. Se metamorfoseó, por así decirlo, en símbolo de la desaparición del mundo fenomenal. Por este proceso, el Pabellón de Oro de la realidad se convertía en una obra cuya belleza no desmerecía en nada de la de aquel de mis sueños... |
El Pabellón de Oro de Yukio Mishima
A veces me lo representaba cual menuda obra de artesanía, finamente trabajada, que era posible tenerla en mis manos; en otras ocasiones, era una gigantesca, terrorífica catedral que se perdía en las alturas del cielo. La idea de que lo Bello, ya grande ya pequeño, era cuestión de una justa apreciación, no podía ocurrírsele a un adolescente como yo. Así, cuando veía brillar vagamente las flores del verano, mojadas por el rocío, yo las encontraba bellas como el Pabellón de Oro. Del mismo modo, ¿veía una nube cargada de tormenta, totalmente negra, con sólo un ribete de oro brillante, cómo bloqueaba el fondo tras las colinas? Tal magnificencia me hacía evocar el Pabellón de Oro. Y hasta tal punto era así que, al hallarme ante un bello rostro, lo calificaba en mi interior, de "bello como el Pabellón de Oro".
|
Vestidos de noche ) de Yukio Mishima
Iba a ser un matrimonio envidiable para todo el mundo. Por regla general era un paso obligado que las familias de los futuros contrayentes se hicieran pesquisas una a la otra, pero tal cosa no sucedió en este caso: a todos les gustaba todo. La vida humana es algo que, dependiendo de la buena suerte, puede discurrir plácidamente. Tal era la impresión que tenía Ayako.
|
El marino que perdió la gracia del mar de Yukio Mishima
Los únicos recuerdos de su vida eran de eterna devastación: pobreza, enfermedad y muerte. Al convertirse en marino, se había apartado de la tierra para siempre.
|
Confesiones de una máscara de Yukio Mishima
Me di cuenta de que nuestros corazones, como si estuvieran infectados de un virus maligno, estaban siendo devorados por el inquietante despertar que interrumpían brutalmente nuestro sueño feliz, estaban siendo devorados por el inútil placer de nuestro sueño contemplado desde el umbral de la conciencia.
|
Confesiones de una máscara de Yukio Mishima
También hay una cosa llamada el corazón humano, y nadie sabe que lo hace latir.
|
Confesiones de una máscara de Yukio Mishima
El mundo no está hecho de tal manera que permitía que dos personas que se aman pueden casarse siempre
|
Confesiones de una máscara de Yukio Mishima
Tu ignorancia de las cosas mundanas es una de tus cualidades positivas.
|
Confesiones de una máscara de Yukio Mishima
Una mujer absolutamente modesta carece de encanto, tal como también carece de él la mujer altanera, pero en los serenos y sobrios alardes de Sonoko había una inocente y atractiva femenina.
|
Confesiones de una máscara de Yukio Mishima
La mojigatería es una forma de egoísmo, un medio para protegerse a uno mismo, impuesto por la fuerza de los propios deseos. Pero mis propios deseos eran tan secretos que ni siquiera me permitían emplear aquella forma de autoprotección.
|
Confesiones de una máscara de Yukio Mishima
La persona que ha sido gravemente herida no ge que las vendas de emergencia que pueden salvarle la vida estén limpias. Contuve mi hemorragia con las vendas del autoengaño, que ya conocía sobradamente, y no pensé más que un refugiarme corriendo en el hospital.
|
¿Qué objeto le lanzaron los gemelos Weasley a Voldemort a la cara?