El Pabellón de Oro de Yukio Mishima
A veces me lo representaba cual menuda obra de artesanía, finamente trabajada, que era posible tenerla en mis manos; en otras ocasiones, era una gigantesca, terrorífica catedral que se perdía en las alturas del cielo. La idea de que lo Bello, ya grande ya pequeño, era cuestión de una justa apreciación, no podía ocurrírsele a un adolescente como yo. Así, cuando veía brillar vagamente las flores del verano, mojadas por el rocío, yo las encontraba bellas como el Pabellón de Oro. Del mismo modo, ¿veía una nube cargada de tormenta, totalmente negra, con sólo un ribete de oro brillante, cómo bloqueaba el fondo tras las colinas? Tal magnificencia me hacía evocar el Pabellón de Oro. Y hasta tal punto era así que, al hallarme ante un bello rostro, lo calificaba en mi interior, de "bello como el Pabellón de Oro".
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