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El Pabellón de Oro de Yukio Mishima
Conociendo a Kashiwagi: Kashiwagi sólo se distinguía de los demás cuando caminaba: sentado, no se diferenciaba en nada. Su pálido rostro mostraba una cierta belleza severa; una belleza intrépida, como la de ciertas mujeres bonitas, que para nada se veía menoscabada por su defecto físico. Los contrahechos, como las mujeres hermosas, se cansan de ser mirados; sienten la náusea de vivir continuamente bajo las miradas de los otros, y las miradas que devuelven van cargadas de su propia existencia: el vencedor es el que impone su mirada al otro. Mientras comía, Kashiwagi mantenía los ojos bajos; pero se veía que no se le escapaba nada de lo que ocurría a su alrededor. Sentado bajo la luz del sol, respiraba su propia plenitud personal; me llamó vivamente la atención. Viendo su silueta, me di cuenta que la timidez y la secreta vergüenza que me producía la sola presencia de las flores y del sol primaveral era algo totalmente desconocido para él. Él era una sombra que se afirmaba a sí misma, o más bien la sombra que existía en sí —seguramente impenetrable bajo su dura corteza, en medio de la claridad del sol. |