El Pabellón de Oro de Yukio Mishima
Bajo su manto de nieve, el Pabellón de Oro resultaba de una incomparable belleza. Con sus grandes ventanales abiertos por donde penetraba la borrasca, con sus columnas alineadas a un lado y a otro, incluso en su misma desnudez, resultaba una imagen purificadora y tonificante. «¿Por qué la nieve no tartamudea?», me preguntaba yo. Cuando las hojas de algún árbol se interponían a su paso, la nieve caía al suelo con una caída que era, en cierto modo, un tartamudeo. Pero cuando nada la interceptaba, cuando ella me sumergía con su oleaje interminable, entonces yo olvidaba los recodos de mi alma y, como inundado de música, mi espíritu encontraba una dulce cadencia. |