Hace unos días, rescaté de mi lista de lecturas pendientes Un amor, de Sara Mesa, publicada por la editorial Anagrama, en 2020, hasta entonces siempre postergada por otras lecturas ante el recelo que siento, de entrada, hacia las obras alabadas, todas a una, por la prensa. No suelo coincidir, o a lo mejor es un problema de las expectativas que me crea tanto excelso halago para después convertirse en decepción. Pero, en septiembre, leí que Isabel Coixet llevaría la adaptación al cine y que la escritora Laura Ferrero había colaborado en el guion, así que decidí darle una oportunidad. En esta ocasión, me alegro de haberlo hecho.
El argumento gira en torno a Nat, una mujer que por un incidente abandona su trabajo y su vida en la ciudad, para trasladarse a vivir a una casa, en el campo, desde donde puede trabajar en la traducción de un libro que le han encargado. Como compañía solo tiene a un perro, Sieso, que le han cedido, pero que no ha elegido.
La obra, no muy extensa —192 páginas—, se divide en tres partes: la llegada de Nat al pueblo y los vínculos con sus habitantes, la relación amorosa que establece y, la tercera, aceptación de cierto acontecimiento y nuevo comienzo. Y aunque pudiera leerse en un rato, es de las obras que requieren tiempo para digerirlas.
Escrita en tercera persona mediante un narrador equisciente —la propia Nat—, por lo que sabemos lo que ella piensa, lo que siente, lo que percibe con sus cinco sentidos. Una protagonista a la que es difícil tender la mano, porque difícilmente sería aceptable su actitud en la vida real, al igual que esa forma indolente, enfermiza y tóxica de pensar. Y a pesar del rechazo que genera la protagonista, tengo que reconocer que Sara Mesa ha sabido construir un personaje fantástico. La voz literaria es única y muy potente, no hay ruido que distraiga al lector. Además, es una historia carente de diálogos, donde nuestra opinión sobre el resto de los personajes está sesgada por la mirada de Nat; es ella quien interpreta los silencios, sus actitudes y quien da el sentido a las escasas frases que intercambia con ellos.
Otro aspecto que destacar en la novela es la ambientación espacial elegida por la autora. Nat lo deja todo para irse a una casa necesitada de reformas, con goteras —como su propia vida—, con un casero abusón y desagradable, y ubicada en un pequeño pueblo, apartado de la civilización, que se llama —irónicamente— La Escapa; porque de ahí solo se puede sentir deseos de escapar. Huir de un entorno opresivo que se vuelve por momentos más claustrofóbico. El pueblo va empequeñeciéndose según aumenta la hostilidad de los vecinos. Y el tiempo… imposible tener noción de este, por el modo de narrar; podrían haber pasado días, semanas, incluso meses. Como lectora, no lo supe hasta que llegué a un párrafo que parecía estar dedicado a mí.
Y ese ambiente insólito y oscuro parece trasladarse al interior de la protagonista cuando, de forma inesperada, se enamora. Aquí no se trata del amor sano, generoso, cómplice que cabría esperar; todo lo contrario. Es un sentimiento obsesivo, compulsivo, tan perturbador desde el punto de vista emocional como físico.
Todos los aspectos hasta ahora comentados en relación con los personajes, el ambiente, el narrador, la falta de comunicación, etc., ayudan a crear una atmósfera opresiva tan lograda que repercute en el ánimo del lector. En mi caso, sentí desazón por la forma de pensar y el proceder de la protagonista, por la actitud del resto de los habitantes del pueblo, incluso por las reacciones del perro. Leí sin imaginar hacia dónde conduciría todo aquello o cual sería la moraleja final, si es que había alguna. El desenlace me pareció sencillo y abierto a interpretaciones. Yo me quedé pensando que el estado anímico y la actitud con la que afrontamos la vida afecta al sentido que damos al lenguaje y a las decisiones que tomamos: unos veremos luminosidad, donde otros —como Nat— ven oscuridad y vacío.
Considero que en Un amor, Sara Mesa hace alarde de un estilo pulcro y preciso, con el que crea una atmósfera opresiva que deja huella. Una lectura que nos hace reflexionar sobre los límites de nuestra propia moralidad.
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