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ISBN : 8445006770
272 páginas
Editorial: Planeta (16/01/2020)

Calificación promedio : 4.1/5 (sobre 689 calificaciones)
Resumen:
Fahrenheit 451: la temperatura a la que el papel se enciende y arde.Guy Montag es un bombero y el trabajo de un bombero es quemar libros, que están prohibidos porque son causa de discordia y sufrimiento.

El Sabueso Mecánico del Departamento de Incendios, armado con una letal inyección hipodérmica, escoltado por helicópteros, está preparado para rastrear a los disidentes que aún conservan y leen libros. Como 1984, de George Orwell, como Un mundo feliz,... >Voir plus
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Críticas, Reseñas y Opiniones (140) Ver más Añadir una crítica
Celia_0504
 17 November 2023
Uno de los motivos que me anime a hacer el #retopiaspirits de @victorianspiritsblog fue tener la oportunidad de volver a leer las que son consideradas las tres grandes obras novelas angulares del genero distópico. En su momento fueron tres lecturas que disfrute, pero tenía muy pendiente volver a meterme con ellas. Y por fin he podido cumplir esta meta tras las relecturas de “1984” y “Un Mundo Feliz”, al volver a reencontrarme con la propuesta distópica de Ray Bradbury en “Fahrenheit 451”. En ambas ocasiones, he leído esta obra en un tomo de la editorial Minotauro en el cual también aparecen otros dos cuentos de Bradbury, un autor que una vez más, me ha vuelto a sorprender por la originalidad de sus ideas y tramas y por lo evocador a la par directo de su prosa. Las tres historias creo que son una muestra bastante clara de la genialidad de este autor.No escribía novelas muy largas, su trayectoria profesional se circunscribe en los cuentos, novelas cortas y poemas. He leído muy poco de este autor, pero siempre me sorprende por su visión de el mundo, la claridad de sus aportaciones y lo enrevesado a la par de simples, que eran sus premisas, muchas de ellas perturbadamente adelantada a su época o que se apoyaban en aspectos de la vida cotidiana que un autor menos inteligente no hubiera sabido manejar con tanta eficacia. Un genio de escritor, vamos.

Fahrenheit 451”: Es curioso lo que me pasó con esta novela corta. de los tres relatos que conforman la antología fue el que más me gustó en su momento, pero al mismo tiempo lo tenía muy desdibujado en mi mente, frente a lo bien que recordaba los otros dos.

Nos encontramos en un futuro distópicos en el que el pueblo estadounidense ha dejado en manos de su gobierno las cuestiones de carácter más filosófico y moral a cambio de una felicidad fácil basada en la cultura de masas y la falta de intereses intelectuales. Ahora os bomberos ya no se dedican a apagar los fuegos. Son ellos mismos quienes los provocan, usando como combustible los libros, que ahora están prohibidos. Guy Montang es uno de esos bomberos, un hombre que aparentemente disfruta y acepta su trabajo. Hasta que traba amistad con su nueva vecina, la adolescente Clarisse, un espíritu libre y artístico que se cuestiona todo lo que tiene alrededor, y que hará que el propio montan adquiera una nueva visión de su existencia y del mundo en el que vive. Hasta el punto de enfrentarse a las normas que antes acataba.

La grandeza de las obras distópicas más importantes reside en la sagacidad de sus autores a la hora de diferir hacia qué futuro se dirige la humanidad. Y Ray Bradbury da en el clavo con su pesimista pronostico de una forma brutal. Para mi el impacto que ha tenido la relectura de “Fahrenheit 451” es lo terriblemente cercana que he sentido la realidad que nos presenta el autor en este libro y que está impregnada de todos sus miedos, con un matiz incluso más contemporáneo que las que no proponían Huxley y Orwell, y eso que es indudable que estos dos autores también estaban haciendo pronósticos muy certeros y con muchos elementos que ya están presentes en la actualidad. Los Estados Unidos de América de Bradbury se caracterizan por estar en permanente conflicto, con la amenaza atómica pendiendo constantemente. El gobierno ha encontrado la forma de controlar a su población a base de asegurarles una vida vacía pero satisfecha, basada en una suerte de tele realidad que conecta a las masas, a la vez que las mantiene dóciles en un estado de letargo inocuo, extirpándoles cualquier atisbo de curiosidad moral y cultural, el afecto real por familiares y amigos y la posibilidad de cuestionarse lo que les rodea o de ver más allá de los programas que piden ver en pantallas gigantes. Unas pantallas gigantes que pueden ocupar las cuatro paredes de una habitación que proporcionan telebasura constantemente, y con las cuales no es difícil encontrar paralelismos con las redes sociales y las tecnologías que ya son parte intrínseca de nuestras vidas, con las cuales la población ha entrado en una nueva forma de entretenimiento rápido y acaparador, que de una forma fácil y llena de estímulos se ha convertido en una diversión barata y simple. al igual que en los Estados Unidos de América, que dibuja Bradbury, donde este tipo de entretenimiento convive junto a propuestas más sociales como los deportes conjuntos y los viajes de ocio baratos, ocupando el lugar que antes tenían otras actividades más introspectivas como la literatura. Es decir, nos encontramos ante un Estado totalitario que da facilidades a sus gobernados, les proporciona una vida económicamente estable, pero carente de cualquier atisbo intelectual y profundamente inocua . Y de esta forma se garantizan el control de la población hasta reducirlas a un estado mental absolutamente carente de cualquier curiosidad o individualismo. Con la quema de libros se aseguren que nadie pueda ser capaz de formular una idea de carácter mínimamente propio, que no se pueda pensar más allá de la convencional felicidad fácil y simple que se tiene al alcance de las manos. La adrenalina se suple con viajes en vehículos a 150 km/h; los pensamientos negativos y la ansiedad se esconden bajo drogas para poder dormir bien; actos tan simples como caminar por las calles y contemplar la naturaleza son vistos con suspicacia por la clase dirigente, lo cual se filtra en la propia población . Es una sociedad de plástico, que se cree libre cuando en realidad está férreamente controlada, muerta por dentro sin que sus componentes sean conscientes de ello, unida por vínculos absolutamente intrascendentes y carentes de la mínima profundidad.

Desde luego, “Fahrenheit 451” es una obra impagable en cuanto a mensaje y trama. Se la puede dar el título de clásico de las letras porque nos habla de temas que nunca dejarán de importar a la humanidad, mientras tenga la capacidad de raciocinio y de pensar por su cuenta, sobre aspectos como la libertad individual y la importancia de las letras a la hora de crearse una opinión propia de la realidad, frente a la incomprensión, el totalitarismo y las ansias de los poderosos por supeditar cualquier mínimo resquicio de libertad personal del pueblo. Y ante todo es un alegato de amor hacia la literatura y el propio arte de leer, hacia las mil y una posibilidades que un libro puede abrir en todos sus sentidos a quien se anime a adentrarse en sus hojas, hacia el importante papel de las bibliotecas como vehículo para preservar ese saber y lograr que sea accesible para muchas personas y generaciones de lectores. Pese a ser una historia de ciencia ficción y momentos muy duros, la prosa de Bradbury tiene algo profundamente evocador, basado en la simbología de sus figuras literarias, muchas de las cuales se basan en el fuego como elemento que destruye, pero que también puede ser guía y luz.

Pero en esta segunda lectura, me he dado cuenta de que quizás lo que falla en esta novela corta es la forma. Siento que el formato se queda un tanto corto para todo lo que quiere decir Ray Bradbury. Leyendo me ha dado la impresión de que la prosa del autor y su intención camuflaban muchas veces el propio argumento, el cual se queda pequeño por lo abierto que resulta su final. Así como la primera vez me quedé satisfecha con su desenlace, en esta ocasión me he quedado con muchas ganas de saber más sobre el destino de esa sociedad distópica y de Guy Montang. Además, aunque el ritmo de la novela es muy ágil para mí la lectura ha resultado bastante arrítmica. Había momentos en los que me podía leer veinte páginas de una de un sopetón frente a otros en los que me costaba avanzar con una o dos páginas.

En lo que sí he coincidido respecto a mi primera lectura, es que siento que el arco evolutivo del protagonista, aunque muy bien construido, parte de una base muy endeble. Una noche Montang vuelve a su casa feliz después de una noche de quema de libros, para encontrarse en la calle con su nueva vecina. Y a partir de esa primera conversación con ella, empieza a sentirse disgustado con su realidad, a ver matices y capas de los que antes no se había percatado. Y todo para convertirse en un rebelde. Siempre he pensado que la evolución del personaje está muy bien hilvanada y resulta creíble, pero me resulta muy abrupta la manera en que empieza, por más que el autor trata de justificar que el personaje que había tenido ciertos contratos de rebeldía y de cuestionarse su trabajo.

Tras la novela encontramos el posfacio“Fuego brillante”, en el que Bradbury nos cuenta la génesis de su obra más conocida. Buceando por Internet he visto que en otras ediciones este texto aparece al principio del libro a modo de introducción de la historia. Y creo que con esta colocación funcionaría mejor. Si sales de “Fahrenheit 451” y entras en este posfacio buscando más información sobre lo que ocurrió en la novela corta te llevarás un pequeño desengaño, porque aquí solo conocemos la evolución que tuvo la historia a lo largo de los años hasta convertirse en la novela corta que conocemos y que acabamos de leer. Como curiosidad literaria y forma de conocer mejor lo que hay detrás de la novela, la verdad es que estas ocho páginas no tienen desperdicio. Es muy interesante leer el contexto en el que se forjo la obra los cambios por los que paso y como se transformo en algo completamente diferente en forma (que no en esencia) a lo que en un principio ideo Bradbury. Y resulta muy interesante descubrir más cosas sobre la vida del autor y su forma de trabajar, sobre cómo concibe el arte de escribir. Por todo esto, este epílogo (o prólogo, según lo mires) es muy interesante de leer, personalmente lo he disfrutado bastante.

“El Parque de Juegos”: En este cuento conocemos a un viudo que vive aterrado por que su hijo sufra algún tipo de daño, de ahí que quiera impedir que juegue en el parque, donde existe la posibilidad de que los otros niños le hagan daño. Una metáfora extrema sobre los miedos que genera la paternidad. Me ha parecido muy original que el protagonista sea la figura paterna, porque sería más convencional y tópico que el autor hubiera sacado estas aprensiones a una madre. Y pero en esta historia el protagonista, Charles Underhill, ha quedado viudo. Y es el miedo de perder también a su hijo, de proteger a toda costa lo único valioso que le queda, lo que le lleva a una situación extrema, con tal de evitarle los sinsabores de la infancia.

La infancia suele ser un periodo del tiempo que es tratado como uno lleno de inocencia y alegría, en el que las personas sean felices. Pero Bradbury deforma esta visión hasta convertir este periodo en una incertidumbre oscura, en la que el miedo y el peligro son monstruos que están al acecho constantemente. Toda la narrativa de este cuento resulta asfixiante y angustiosa , uno nota como su ansiedad crece mientras lee a la par que lo hace la del asustadizo padre. Una tónica que cristalizará en la última imagen final, en la que un simple juego en un tobogán sea representado con unas pinceladas apocalípticas y narrado de una forma angustiosa, digna de cualquier cuento gótico. Esta obsesiva forma de narrar se come todo el cuento. Incluyendo la drástica decisión que Charles toma en un momento determinado, y que le llega de una forma que no termina nunca de perfilarse y de una fuente que nunca se concreta. Una patina de neblina que ayuda a recrear una atmósfera inclasificable y mórbida para un argumento sencillo pero que tiene algo que impacta.

“Y La Roca Gritó”: Es curioso, cuando leí por primera vez esta antología este fue el relato que recuerdo que menos me gustó. Y esta segunda relectura me has demostrado que seguramente hice una lectura muy sesgada del mismo. Ahora me ha parecido maravilloso en todos los sentidos y lleno de contenido, con muchas capas, cada cual más interesante. Además, al ser un relato de corte distópico enmarca perfectamente en el #retopiaspirits.

Una misteriosa (y no explicada) guerra ha aniquilado a la raza blanca, dejando a pocos europeos y norteamericanos con vida. Un matrimonio de clase alta se vera
obligado a emprender un angustiante periplo en plena selva para huir del país latinoamericano en que se encuentran. Durante su odisea, deberán dejar atrás todas sus posesiones (dinero, joyas, ropa, coche), aquellas que tanta felicidad les proporcionaba pan hasta el punto de que se habían convertido en parte de sí mismos. Y serán conscientes del odio y el rencor de las razas y minorías étnicas que durante siglos fueron despreciadas, utilizadas y maltratadas por el hombre blanco.

En apenas treinta páginas Bradbury toca varios palos en este relato con gran maestría y un estilo muy directo . La historia no es solo una crítica feroz hacia el colonialismo blanco y la discriminación, es una certera advertencia de como, llegadas las circunstancias, Occidente puede estar marcando su propia debacle al seguir mostrándose condescendiente y superior con otras razas. Porque puede llegar el día en que ellos sean la minoría y los oprimidos se venguen convirtiéndose en los opresores, ya que la tiranía es un arma de doble filo. El cuento también es una crítica hacia la poca importancia que, llegado el momento, pueden tener las posesiones materiales. al final, lo que de verdad cuenta es lo que uno es en si mismo, el como se enfrenta a las circunstancias . Es como ese viejo dicho indio que menciona que un hombre solo es dueño de aquello que pueda salvar en un naufragio.

Impagable la metáfora final del trozo de carne colgado y rodeado de una nube de moscas. Puede verse como una tétrica predicción de lo que espera a los dos protagonistas, o como una muestra de lo mundanal que es todo aquello a lo que en muchas ocasiones damos importancia.

En definitiva, lo que saco en claro de esta relectura de Bradbury es que he encontrado muchas más capas y detalles en estos trabajos. En los tres relatos he visto muchas más cosas de las que seguramente encontré cuando los leí por primera vez hace ya bastantes años. Una muestra más de lo bueno que es releer libros que si son realmente buenos pueden aportar nuevas perspectivas y conocimientos cuando se les da otro vistazo. Y de lo pendiente que tengo leer más obras de Ray Bradbury, que tengo “Crónicas Marcianas” pendiente en mis estanterías desde hace muchos años.
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mariabv2012
 06 October 2022
Ray Bradbury nos transporta con esta novela a una sociedad donde los libros deben destruirse, para eso están los bomberos que, en lugar de apagar fuegos los provocan para quemar los libros que la gente había logrado esconder y preservar, y que han sido delatados por sus vecinos.

Esta es una distopía que espero que nunca llegue a parecerse ni remotamente a la realidad. En épocas pasadas ya se quemaron libros, y muchos, pero esperemos que nunca más se repita una situación igual ni parecida.

En la sociedad que nos describe Bradbury en las escuelas los niños y jóvenes aprenden con la televisión y algunas revistas, y lo que aprenden no les sirve para formarse de manera crítica en la sociedad. El autor no hace mención de los dirigentes, pero de la mano del protagonista, Guy Montag, que es uno de los bomberos encargados de quemar libros, introduce en esta sociedad aborregada por los mensajes y programas televisivos que les llegan a casa, y por el consumismo excesivo de ocio y bienes materiales, una pequeña chispa de inconformismo y de reflexión crítica.

Guy ha mantenido algunas conversaciones con una joven vecina que no cumple con los estándares de comportamiento que sigue la mayoría; también hace tiempo mantuvo una conversación con un anciano en la calle que le dio que pensar. Empieza a cuestionarse su trabajo, se ha llevado a casa algunos libros que ha rescatado de la quema y no entiende por qué hay que destruirlos. A partir de ahí, el autor nos describe un escenario catastrofista pero a la vez nos da una esperanza para la sociedad y para la recuperación del saber y la cultura que se ha transmitido a través de los libros.

Hace tiempo que tenía el libro en mi lista para leer y ha sido un gran acierto, la lectura me ha resultado difícil a veces pues me parecía un poco inconexa, pero ha valido la pena. Es una novela corta pero intensa, que yo recomiendo a todos los que no la hayan leído. Es una lectura que no te deja indiferente.
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joseluispoetry
 25 July 2019
FARENHEIT 451, DE RAY BRADBURY


Farenheit 451 de Ray Bradbury es una novela distópica pura. Como ya se sabe, una distopía es una utopía en su sentido peyorativo, una sociedad que se supone debería ser idónea pero que no lo es, simple y sencillamente porque los valores impuestos son indeseables para el ser humano.
Ray Bradbury escribió Fahrenheit 451 con una máquina de escribir que rentó en la biblioteca por $0,10 por cada media hora, pagando un costo total de $9,80, lo que significa que le hubo tomado exactamente 49 horas escribir el clásico[1].
Primero apareció en capítulos en 1952, en la revista Play Boy, cuando ésta era precisamente una revista mucho más completa y más integradora que su versión actual. La obra completa fue publicada al año siguiente, en plena época de la tan llevada y traída Guerra Fría, justo cuando el mundo se había dividido en dos bloques: los comunistas rusos y los capitalistas norteamericanos.
Como distopía pura, Farenheit 451 –algo así como 332 grados centígrados, temperatura idónea en la cual arde el papel- se erige como una civilización cuyo gobierno es represor y encierra en sí misma una fuerte relación con la época y el contexto económico, político y social norteamericano que la vio nacer. Aunque cabe aclarar que Ray Bradbury ya había cosechado fama con la novela Crónicas marcianas, publicada en 1950.
Concebida no como se asevera en Wikipedia, por un afán de protesta contra la muy lejana quema de libros en la Alemania Nazi de 1933; no como -algo más cercano a Bradbury- el lanzamiento de las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki en 1945 (si Wikipedia tuviera razón en su razonamiento irracional, se quedarían atrás la quema de la inmensa Biblioteca de Alejandría, y aún más atrás en el tiempo, el incendio de Roma por Nerón y también hubieran contado); sino como una severa crítica a la prohibición de libros y a la “cacería de brujas” orquestada por el senador Joseph Mc Carthy ese mismo año, 1953, en el que los grandes artistas norteamericanos y extranjeros comienzan a sufrir de hostigamiento en la tierra de las promesas fallidas por la más mínima sospecha de que albergan en sus almas una pequeña pizca de “comunistas”. Recuérdese el triste y valiente caso de Lillian Hellman, la esposa del novelista del género negro Dashiell Hammet, quien fue sometida a un severo juicio, o la de los cineastas, como Dalton Trumbo y sus amigos, y a todos los políticos de la época, quienes fueron obligados a declarar ante el famoso tribunal anticomunista (una especie de Tribunal del Santo Oficio, sin ser santo y sin ser oficio, en pleno siglo XX) su desapego a las ideas de Marx y Engels.
Farenheit 451 es una novela sincrética, porque concilia dos universos de la mitología si no totalmente opuestos, sí distintos en sus puntos torales: el judeocristiano y el griego. Es una alegoría que reúne lo crístico con lo órfico, y que se reconcilian, se mezclan en el gran mito de la resurrección. Job, prefigura de Cristo, Orfeo, y el ave Fénix se dan cita en estas páginas.
En el fondo, Farenheit 451 encierra la eterna alegoría del paraíso perdido por recuperar. Un mundo patriarcal, autoritario, donde existe un dios en la figura del estado, que ha prohibido terminantemente el acceso al huerto del fruto del conocimiento.
Durante seis días dios creó el universo, al séptimo de ellos, el domingo, descansó. Por eso en Farenheit la eternidad comienza un lunes. Y precisamente, en alemán, Montag, que es el nombre del protagonista de la novela más leída de Ray Bradbury, significa lunes.
El lunes es el octavo día y a la vez el primero, en donde el hombre deja el ocio y se pone en acción, es el emblema del comienzo. Montag pertenece a una de las cientos de estaciones de bomberos que existen desperdigadas por toda la geografía del estado totalitario, la cual, paradójicamente, no se dedica a apagar incendios, sino a provocarlos en cada sitio donde se encuentren los grandes volúmenes nacidos del invento de Johannes Gutenberg.
Montag parece estar conforme con su vida, con su rutina de tragahumo y con Mildred, su querida, depresiva y amnésica esposa, quien siempre lo espera en casa y hasta celebra cada “hazaña” de volver cenizas a alguna biblioteca clandestina.
Todo comienza a cambiar cuando Montag conoce a la subversiva involuntaria Clarisse Macclellan, una muchacha rústica, silvestre, desenfadada, ajena a ese mundo que los rodea. Clarisse es una Eva futurista, un filósofo en potencia y su pregunta ontológica resulta ser el fruto demasiado apetecible con el que cimbra todo el, hasta entonces, reducido y conformista universo de Adán-Montag: -¿Es usted feliz?
De esa forma, Clarisse hace honor a su nombre: le brinda claridad a Montag. Es a la vez Eva y a la vez la serpiente que tentó a Adán-Montag en el Paraíso.
El sacudimiento de conciencia de Montag se completa cuando él, Beatty y el resto de su cuadrilla de bomberos acuden a incendiar un domicilio que ha sido descubierto y denunciado por una vecina de apellido Blake como guardador de libros en el ático en potencia. La dueña de la casa no sólo no sale a la calle, como ocurre la mayoría de las veces, en esos casos en que la casa habrá de ser devorada por el fuego, sino que es ella misma quien prende la cerilla que pondrá fin a su vida y a sus pertenencias. Montag se cuestiona sobre el posible sentido poderoso y oculto -aún a sus obnubilados ojos y a su mente embotada- que los libros encierran como para que un ser humano sea capaz de darlo todo por ellos.
Beatty es el memorioso jefe de la estación de bomberos donde Montag labora. Beatty está recalcitrantemente convencido de que su vida es perfecta. Él es el representante corpóreo del estado totalitario. Piensa que los libros son el verdadero estorbo en el camino a la felicidad, pues provocan una angustia existencial, por eso hay que acabar con todos. Y pobre de aquel que se oponga, el sabueso -ese perro mecánico, asignado uno para cada estación de bomberos, cuya aguja que inyecta procaína actúa como un poderoso sedante- irá por él. Y la casa donde habite el transgresor o la transgresora habrá de ser reducida a escombros.
Faber hace su aparición. Faber es un viejo profesor de literatura, es el homo faber que habrá de proporcionar las ideas y los medios para escapar del absoluto control que el estado ejerce sobre todos los ciudadanos, para iniciar el proceso de liberación. le proporciona a Montag un pequeño pero efectivo dispositivo para estar en constante comunicación.
Ray Bradbury nos recuerda el poder subversivo que tiene la poesía en quienes la escuchan, por eso cuando Montag, en un acto de ira por lo superficial que son, lee un poema en voz alta a Mildred y a sus amigas, una suelta el llanto desconsoladoramente, mientras otra se enfurece. Ésta es la razón por la cual según Platón deben ser expulsados de la República todos los poetas. Mildred no está dispuesta a seguir casada con el pobre Job-Montag que parece estar enloqueciendo. Ella y sus amigas lo denunciarán. Este es el clímax de la novela.
Cuando llegan al domicilio donde habitan los insurrectos, Montag ve salir a Mildred-Eurídice a la inversa, llevando sus cosas. ¡Entonces comprende tardíamente que es su propia casa la que tienen que quemar! Accidentalmente se le cae el dispositivo con el cual se comunica con Faber. Beatty lo recoge y asegura que dará con el subversivo para darle su merecido y obliga a Montag a que sea él quien prenda fuego a todo sin dejar un solo momento de hostigarlo. Montag, en un arrebato de ira, incendia a su jefe y al sabueso. Éste le inyecta el poderoso sedante. Aún así, consigue huir.
A final de cuentas, desposeído ya de todo, virtual y mediáticamente asesinado por otro sabueso, Montag habrá de unirse a esos hombres-biblioteca deambulando a las orillas de las ciudades, de las vías del tren y de los ríos y significan la última esperanza de la civilización. Son libros vivientes, la alegoría del ave fénix renaciendo desde sus propias cenizas. En ellos, el fuego no es un elemento destructivo, sino civilizador. Son grandes dialogantes. Buscan incentivar el calor humano. Saben que después de la guerra, que ronda por doquier como fantasma, mejores tiempos para ellos se aproximan.
Una alegoría excelente la de Farenheit 451, misma que presupone un abandono al progreso mecanizado y un regreso a los cinco sentidos y a la naturaleza. Montag es un moderno Orfeo volviendo del mundo de los muertos. El baño de lodo, de tierra, de cenizas, mientras es perseguido, nos habla de su renacimiento. Montag es el hombre que ha regresado a sus orígenes, a su útero materno, la madre tierra, para poder nacer nuevamente. Montag es el hombre nuevo constituido por lo antiguo. El sénex puer o el puer sénex, el viejo-niño, el niño viejo que dará al mundo un sentido más profundo, más significativo, por lo tanto más humano. Y qué puede ser el símbolo que reúne lo viejo con lo nuevo, lo muriente con lo naciente sino el ave fénix. El dios viejo que se hace un dios nuevo, como Jesús, el cristo.
[1] Ray Bradbury murió el 5 de junio de 2012 a la edad de 91 años en Los Ángeles, California. A petición suya, su lápida funeraria, en el Cementerio Westwood Village Memorial Park, lleva el epitafio: «Autor de Fahrenheit 451».
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jumalo16
 05 December 2022
Sabemos que la novela Fahrenheit 451 es uno de los tres clásicos de la narrativa distópica. Sus compañeros: 1984 y Un mundo feliz. Pero, ¿qué hace especial esta obra? Si bien, la línea temática de la ciencia ficción ha padecido vastos reproches de la crítica literaria, llegando a considerársele como una forma narrativa de escasa calidad, con este escrito pretendo demostrar los cimientos conseguidos por Fahrenheit 451, su calidad estética y, por qué no, la función social que cumple hoy en tiempos de pantallas luminosas y cerebros sedados. Fahrenheit es una hoguera esperando leña para el inmenso incendio de lo distópico literario.

Considero que una obra literaria es de alta calidad si en ella hay originalidad en el uso del lenguaje, si éste construye un contenido que, más allá de entretener, genera un ejercicio intelectual como también un movimiento de las emociones gracias a su belleza y extrañeza. En mi opinión, Fahrenheit lo logra. Bradbury no sólo esboza el personaje de la narrativa distópica, también lo sitúa en un mundo armado de contrastes, de oscuridad perpetua y las ansias por un resquicio de luz. Este mundo nos lo presenta un narrador por fuera de la historia, no sin tener ciertas particularidades. Así, siendo el narrador convencional del siglo XIX, Bradbury lo dota de otras características y le da un uso especial que a continuación expondré.

Lo principal que quiero resaltar del narrador de Fahrenheit es su carácter interrogativo. Y es que más allá de describir los hechos, las acciones, de mirar y seguir con lupa al personaje Montag, lo interroga, se cuestiona por él. Es un mundo donde la pregunta está en vida de extinción. La duda no es sinónimo de felicidad, por lo tanto, hay que desecharla. Y veo en el narrador un pequeño fragmento de conciencia para Montag. Es como si se desligara de su papel primordial para entrar en la cabeza del personaje e incomodarlo. Son cuestiones que deberían pasar por la mente del protagonista, pero que es el narrador el que las presenta. Como un vínculo entre ambos. Y esto se confirma con el hecho de que es Montag el único personaje del que conocemos lo que sucede en su interior: lo que piensa, lo que siente. No pasa esto con los demás, donde llegamos a conocer únicamente lo que expresan.

Son muchos los ejemplos para demostrar este carácter interrogativo del narrador. Voy a ir a los que para mí son más destacables. Miremos este: Montag acaba de llegar de su primer encuentro con Clarisse y en su oscura habitación el narrador nos dice, “Volvió a mirar la pared. El rostro de ella también se parecía mucho a un espejo. Imposible, ¿cuánta gente había que refractarse hacia su propia luz? Por lo general, la gente era — Montag buscó un símil, lo encontró en su trabajo — como antorchas, que ardían hasta consumirse.” Hay una clara y bella confluencia entre estos dos; ambos se mezclan en la búsqueda de un pensamiento que le pertenece tanto al uno como al otro. Veamos este último: al final de la historia, Montag se dirige hacia la ciudad con sus nuevos amigos. El narrador nos dice que está tratando de evocar el Eclesiastés, “Y cuando llegara el turno, ¿qué podría decir, qué podría ofrecer en un día como aquél, para hacer el viaje algo más sencillo?” Más abajo, en el último fragmento de la novela, Montag se responde a sí mismo ¿O le responde al narrador? Uno piensa y cuestiona, el otro afirma, responde. Se unen y se separan en un juego de voces.

Como vemos, hay un uso particular de algo convencional como lo es el típico narrador que todo lo ve y lo cuenta. Una gran obra literaria es la que trasgrede lo establecido; aquello que ya está y que, aparentemente, no se le puede dar otra apertura. Si no puede haber inquietudes dentro de la historia, si los personajes albergan una parálisis mental, pues que las exprese el que todo lo ve, y vinculémoslo al héroe para que lleve a cabo su transformación.

El narrador, cumpliendo la función acabada de exponer, no deja a un lado la principal: contarnos lo que pasa en la historia. Y en este punto voy a adentrarme un poco porque es formidable el uso del material verbal en las descripciones. La literatura es metáfora, son símiles puestos en lugares precisos que permitan finura a la imagen, al espacio. En Fahrenheit estamos en un mundo de felicidad y armonía, pero que, casualmente, la mayor parte de la historia transcurre de noche, y de las pocas tardes que nos enteramos resulta que la lluvia cae fuertemente. La travesía del protagonista es nocturna, como quizá lo es también su mente. Eso hasta que conoce a la blanca Clarisse, que tira una cerilla en la oscuridad mental de Montag.

Y entonces nos damos cuenta, junto con el protagonista, que el mundo no es tan feliz como parece ser. Que algo no cuadra, que hay máquinas, aparatos obrando por una felicidad no tan feliz; simulada. Es en ese punto donde el narrador contrapone con elementos naturales, y de gran belleza, los artificios del mundo y los tormentos del protagonista. Esto lo hace con el fin de poner en clara evidencia lo espantosa que es la realidad ficcional. Encontramos versos como: “Montag contempló la sala de estar, totalmente apagada y gris como las aguas de un océano que podían estar llenas de vida si se conectaba el sol electrónico”, “ después, se tumbó bajo el claro de luna, que formaba una cascada de plata en cada uno de sus ojos”, “el tiempo se ha dormido a la luz del sol del atardecer”, “Montag vio en su imaginación a miles y miles de rostros escrutando los patios, las calles, el cielo, rostros ocultos por cortinas, rostros descoloridos, atemorizados por la oscuridad, como animales grisáceos que miran desde cavernas eléctricas, rostros con ojos grises e incoloros, lenguas grises y pensamientos grises”, “las hojas otoñales se arrastraban sobre el pavimento iluminado por el claro de luna”. Estamos viendo un narrador que, aparte de que cuestiona, maneja asombrosamente el pincel y nos ofrece imágenes poéticas.

No quiero desorientarme ni dirigirme por la interpretación que yo le doy a la obra, pero estos desvíos los hago con la intención de que se entienda que una gran obra literaria posee diversas interpretaciones. La mía, una e insignificante Cada uno puede acercarse a la novela y hallar algo inusual, algo que hasta el propio autor pudo pasar por alto. Para mí Fahrenheit 451 es una tríada; una tríada compuesta por los colores negro, blanco, gris; los personajes Montag, Beatty, Faber; la luz, la oscuridad, el claro de luna donde convergen estas dos; el fuego, el agua, la nieve: “Sólo había la muchacha andando a su lado, con su rostro que brillaba como la nieve al claro de luna”. Me gusta pensar que el personaje del capitán Beatty le costó a Bradbury, porque este es un Montag resignado; un gran lector, conocedor de la farsa en la que habita, pero adecuado tranquilamente a ella. Bradbury es claro en su prólogo: “Pero el bombero jefe en la mitad de la novela lo explica todo, y predice los anuncios televisivos de un minuto, con tres imágenes por segundo, un bombardeo sin tregua. Escúchenlo, comprendan lo que quiere decir, y entonces vayan a sentarse con su hijo, abran un libro y vuelvan la página”.

Fahrenheit 451 no es la continuación de un molde de novelas sobre ciencia ficción. Esta obra traza un camino en el que jóvenes escritores pueden transitar hasta cierto punto, porque también habrá que desviarse, traicionarlo, transgredirlo como lo hizo esta obra en su momento, por lo que hoy se le considera un clásico en su línea temática distópica. Fahrenheit nos habla, y lo hace con belleza y originalidad. Habla a la sociedad que conformamos, nos exige pensarnos en relación con los demás. Aquí hay una función social, y no por eso se deja a un lado la dimensión estética. Estamos en Fahrenheit. La quema de libros puede ser una metáfora de los altos impuestos que hoy padecemos para acceder a la cultura; del IVA, de los elevados precios a los libros. Y de las pantallas y la tecnología que adormece ni se diga. Basta con mirar alrededor para ver miles de Mildred por hay rondando, “sonrientes y dichosos”.

¿Y por qué leer Fahrenheit 451? ¿Y qué la hace buena? Hay que traer a Kafka para que nos diga los hachazos que sentía en la lectura de los libros destacables. O a Emily Dickinson volándose los sesos en cada lectura de buena poesía. Hay que correr como Montag, huir de ese oscurantismo mental, y detrás helicópteros y máquinas que buscan entretenernos e impidiéndonos llegar a la luz de la madrugada; allá en el resplandor de los pensamientos, las ideas, las preguntas. Y que mejor que los libros para ello. Una gran obra te rompe la cabeza en una búsqueda de asociaciones: este color con este personaje, esto con esto, esto podría significar esto, o tal vez esto… Fahrenheit lo hizo en mí.

Termino con Borges en un prólogo hecho a Bradbury y su libro de cuentos Crónicas marcianas: “¿Cómo pueden tocarme estas fantasías, y de una manera tan íntima? Toda literatura (me atrevo a contestar) es simbólica; hay unas pocas experiencias fundamentales y es indiferente que un escritor, para transmitirlas, recurra a lo “fantástico o a lo real”, a Macbeth o RaskóLnikov, a la invasión de Bélgica en agosto de 1914 o a una invasión en Marte”. En Bradbury hay símbolos; en Fahrenheit 451 hay literatura.
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Alicia293
 23 July 2022
En este mundo tan particular los libros son prohibidos y para ello los bomberos son los responsables de quemarlos. La finalidad de esa quema es que las personas dejen de pensar por sí mismas, de sentir... de evitar sentimientos y emociones que los libros puedan generar, y Montag es uno de esos bomberos.
Cuando terminas de leer este libro necesitas un tiempo de luto, un tiempo para reflexionar sobre la importancia ya no sólo de los libros sino de la cultura en general y de cómo la sociedad puede ser tan estúpida para dejarse engañar y manipular.
Es un libro que me encantaría releer en un futuro. Muy recomendable
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Las críticas de la prensa (1)
elmundo06 August 2020
100 años después del nacimiento de Ray Bradbury, su novela más conocida rebosa ideas actuales sobre privilegio, opresión y censura.
Leer la crítica en el sitio web: elmundo
Citas y frases (73) Ver más Añadir cita
Laura_GaMoLaura_GaMo05 October 2021
𝙏𝙞𝙚𝙣𝙚 𝙦𝙪𝙚 𝙝𝙖𝙗𝙚𝙧 𝙖𝙡𝙜𝙤 𝙚𝙣 𝙡𝙤𝙨 𝙡𝙞𝙗𝙧𝙤𝙨, 𝙘𝙤𝙨𝙖𝙨 𝙦𝙪𝙚 𝙣𝙤 𝙥𝙤𝙙𝙚𝙢𝙤𝙨 𝙞𝙢𝙖𝙜𝙞𝙣𝙖𝙧, 𝙥𝙖𝙧𝙖 𝙦𝙪𝙚 𝙪𝙣𝙖 𝙢𝙪𝙟𝙚𝙧 𝙨𝙚 𝙙𝙚𝙟𝙚 𝙦𝙪𝙚𝙢𝙖𝙧 𝙫𝙞𝙫𝙖. 𝙏𝙞𝙚𝙣𝙚 𝙦𝙪𝙚 𝙝𝙖𝙗𝙚𝙧 𝙖𝙡𝙜𝙤. 𝙐𝙣𝙤 𝙣𝙤 𝙢𝙪𝙚𝙧𝙚 𝙥𝙤𝙧 𝙣𝙖𝙙𝙖
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PianobikesPianobikes09 January 2022
“Que la gente intervenga en concursos donde haya que recordar las letras de las canciones más populares, o los nombres de las capitales de los Estados, o cuánto maíz cosechó Iowa el año último. Llénalos de noticias incombustibles. Sentirán que la información los ahoga, pero se creerán inteligentes. Les parecerá que están pensando, tendrán una sensación de movimiento sin moverse. Y serán felices, pues los hechos de esa especie no cambian. No les des materias resbaladizas, como filosofía o psicología, que engendran hombres melancólicos”.
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AlejoIIIAlejoIII11 February 2020
Dale a la gente concursos que puedan ganar recordando las letras de las canciones más populares, o los nombres de las capitales de Estado. Atibórralos de datos no combustibles, lánzales encima tantos "hechos" que se sientan abrumados. Entonces tendrán la sensación de que piensan, tendrán la impresión de que se mueven sin moverse. Y serán felices. No les des Filosofía o Sociología para que empiecen a atar cabos.
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gustavoadolfogustavoadolfo18 October 2021
Si no quieres que un hombre se sienta políticamente desgraciado, no le enseñes dos aspectos de una misma cuestión para preocuparle; enséñale sólo uno. O, mejor aún, no le des ninguno. [...] Dale a la gente concursos que puedan ganar recordando la letra de las canciones más populares, o los nombres de las capitales de Estado o cuánto maíz produjo Iowa el año pasado. Atibórralo de datos no combustibles, lánzales encima tantos “hechos” que se sientan abrumados, pero totalmente al día en cuanto a información. Entonces, tendrán la sensación de que piensan, tendrán la impresión de que se mueven sin moverse. Y serán felices, porque los hechos de esta naturaleza no cambian. No les des ninguna materia delicada como Filosofía o Sociología para que empiecen a atar cabos. Por ese camino, se encuentra la melancolía (76-77).
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AydaNAydaN06 December 2022
No eres como los demás. Y he visto a muchos, los conozco. Cuando hablo tú me miras. Anoche, cuando dije algo acerca de la luna, tú miraste hacia la luna. Los demás nunca harían algo así. Los demás me dejarían hablando sola o me amenazarían. Ahora nadie tiene tiempo para nadie.
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Videos de Ray Bradbury (13) Ver másAñadir vídeo
Vidéo de Ray Bradbury
Fundada en Argentina en 1955 e incorporada a Grupo Planeta en 2001. Literatura fantástica y ciencia ficción.
Editor de la obra completa de J. R. R. Tolkien, Minotauro cuenta con autores como Philip K. Dick; Ray Bradbury, artífice de las míticasCrónicas marcianas; Ursula K. le Guin, creadora de Terramar; William Gibson, padre del ciberpunk; John Crowley; Kim Stanley Robinson, autor de la Trilogía de Marte, y el popular Christopher Priest. Cuenta, además, con exitosos autores españoles como Javier Negrete, León Arsenal, Rafael Marín y Juan Miguel Aguilera.
Además de los autores clásicos del género, el catálogo de Minotauro cuenta con colecciones dedicadas a la fantasía –con títulos como El hombre marcado, de Peter V. Bret, o Lamento, de Ken Scholes–, la ciencia ficción –La Vieja Guardia de John Scalzi es un buen ejemplo– y el terror –con obras como la antología Zombies, editada por John Joseph Adams, o la novela 13 balas, de David Wellington.
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Fahrenheit 451

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