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Crítica de jumalo16


jumalo16
05 December 2022
Sabemos que la novela Fahrenheit 451 es uno de los tres clásicos de la narrativa distópica. Sus compañeros: 1984 y Un mundo feliz. Pero, ¿qué hace especial esta obra? Si bien, la línea temática de la ciencia ficción ha padecido vastos reproches de la crítica literaria, llegando a considerársele como una forma narrativa de escasa calidad, con este escrito pretendo demostrar los cimientos conseguidos por Fahrenheit 451, su calidad estética y, por qué no, la función social que cumple hoy en tiempos de pantallas luminosas y cerebros sedados. Fahrenheit es una hoguera esperando leña para el inmenso incendio de lo distópico literario.

Considero que una obra literaria es de alta calidad si en ella hay originalidad en el uso del lenguaje, si éste construye un contenido que, más allá de entretener, genera un ejercicio intelectual como también un movimiento de las emociones gracias a su belleza y extrañeza. En mi opinión, Fahrenheit lo logra. Bradbury no sólo esboza el personaje de la narrativa distópica, también lo sitúa en un mundo armado de contrastes, de oscuridad perpetua y las ansias por un resquicio de luz. Este mundo nos lo presenta un narrador por fuera de la historia, no sin tener ciertas particularidades. Así, siendo el narrador convencional del siglo XIX, Bradbury lo dota de otras características y le da un uso especial que a continuación expondré.

Lo principal que quiero resaltar del narrador de Fahrenheit es su carácter interrogativo. Y es que más allá de describir los hechos, las acciones, de mirar y seguir con lupa al personaje Montag, lo interroga, se cuestiona por él. Es un mundo donde la pregunta está en vida de extinción. La duda no es sinónimo de felicidad, por lo tanto, hay que desecharla. Y veo en el narrador un pequeño fragmento de conciencia para Montag. Es como si se desligara de su papel primordial para entrar en la cabeza del personaje e incomodarlo. Son cuestiones que deberían pasar por la mente del protagonista, pero que es el narrador el que las presenta. Como un vínculo entre ambos. Y esto se confirma con el hecho de que es Montag el único personaje del que conocemos lo que sucede en su interior: lo que piensa, lo que siente. No pasa esto con los demás, donde llegamos a conocer únicamente lo que expresan.

Son muchos los ejemplos para demostrar este carácter interrogativo del narrador. Voy a ir a los que para mí son más destacables. Miremos este: Montag acaba de llegar de su primer encuentro con Clarisse y en su oscura habitación el narrador nos dice, “Volvió a mirar la pared. El rostro de ella también se parecía mucho a un espejo. Imposible, ¿cuánta gente había que refractarse hacia su propia luz? Por lo general, la gente era — Montag buscó un símil, lo encontró en su trabajo — como antorchas, que ardían hasta consumirse.” Hay una clara y bella confluencia entre estos dos; ambos se mezclan en la búsqueda de un pensamiento que le pertenece tanto al uno como al otro. Veamos este último: al final de la historia, Montag se dirige hacia la ciudad con sus nuevos amigos. El narrador nos dice que está tratando de evocar el Eclesiastés, “Y cuando llegara el turno, ¿qué podría decir, qué podría ofrecer en un día como aquél, para hacer el viaje algo más sencillo?” Más abajo, en el último fragmento de la novela, Montag se responde a sí mismo ¿O le responde al narrador? Uno piensa y cuestiona, el otro afirma, responde. Se unen y se separan en un juego de voces.

Como vemos, hay un uso particular de algo convencional como lo es el típico narrador que todo lo ve y lo cuenta. Una gran obra literaria es la que trasgrede lo establecido; aquello que ya está y que, aparentemente, no se le puede dar otra apertura. Si no puede haber inquietudes dentro de la historia, si los personajes albergan una parálisis mental, pues que las exprese el que todo lo ve, y vinculémoslo al héroe para que lleve a cabo su transformación.

El narrador, cumpliendo la función acabada de exponer, no deja a un lado la principal: contarnos lo que pasa en la historia. Y en este punto voy a adentrarme un poco porque es formidable el uso del material verbal en las descripciones. La literatura es metáfora, son símiles puestos en lugares precisos que permitan finura a la imagen, al espacio. En Fahrenheit estamos en un mundo de felicidad y armonía, pero que, casualmente, la mayor parte de la historia transcurre de noche, y de las pocas tardes que nos enteramos resulta que la lluvia cae fuertemente. La travesía del protagonista es nocturna, como quizá lo es también su mente. Eso hasta que conoce a la blanca Clarisse, que tira una cerilla en la oscuridad mental de Montag.

Y entonces nos damos cuenta, junto con el protagonista, que el mundo no es tan feliz como parece ser. Que algo no cuadra, que hay máquinas, aparatos obrando por una felicidad no tan feliz; simulada. Es en ese punto donde el narrador contrapone con elementos naturales, y de gran belleza, los artificios del mundo y los tormentos del protagonista. Esto lo hace con el fin de poner en clara evidencia lo espantosa que es la realidad ficcional. Encontramos versos como: “Montag contempló la sala de estar, totalmente apagada y gris como las aguas de un océano que podían estar llenas de vida si se conectaba el sol electrónico”, “ después, se tumbó bajo el claro de luna, que formaba una cascada de plata en cada uno de sus ojos”, “el tiempo se ha dormido a la luz del sol del atardecer”, “Montag vio en su imaginación a miles y miles de rostros escrutando los patios, las calles, el cielo, rostros ocultos por cortinas, rostros descoloridos, atemorizados por la oscuridad, como animales grisáceos que miran desde cavernas eléctricas, rostros con ojos grises e incoloros, lenguas grises y pensamientos grises”, “las hojas otoñales se arrastraban sobre el pavimento iluminado por el claro de luna”. Estamos viendo un narrador que, aparte de que cuestiona, maneja asombrosamente el pincel y nos ofrece imágenes poéticas.

No quiero desorientarme ni dirigirme por la interpretación que yo le doy a la obra, pero estos desvíos los hago con la intención de que se entienda que una gran obra literaria posee diversas interpretaciones. La mía, una e insignificante Cada uno puede acercarse a la novela y hallar algo inusual, algo que hasta el propio autor pudo pasar por alto. Para mí Fahrenheit 451 es una tríada; una tríada compuesta por los colores negro, blanco, gris; los personajes Montag, Beatty, Faber; la luz, la oscuridad, el claro de luna donde convergen estas dos; el fuego, el agua, la nieve: “Sólo había la muchacha andando a su lado, con su rostro que brillaba como la nieve al claro de luna”. Me gusta pensar que el personaje del capitán Beatty le costó a Bradbury, porque este es un Montag resignado; un gran lector, conocedor de la farsa en la que habita, pero adecuado tranquilamente a ella. Bradbury es claro en su prólogo: “Pero el bombero jefe en la mitad de la novela lo explica todo, y predice los anuncios televisivos de un minuto, con tres imágenes por segundo, un bombardeo sin tregua. Escúchenlo, comprendan lo que quiere decir, y entonces vayan a sentarse con su hijo, abran un libro y vuelvan la página”.

Fahrenheit 451 no es la continuación de un molde de novelas sobre ciencia ficción. Esta obra traza un camino en el que jóvenes escritores pueden transitar hasta cierto punto, porque también habrá que desviarse, traicionarlo, transgredirlo como lo hizo esta obra en su momento, por lo que hoy se le considera un clásico en su línea temática distópica. Fahrenheit nos habla, y lo hace con belleza y originalidad. Habla a la sociedad que conformamos, nos exige pensarnos en relación con los demás. Aquí hay una función social, y no por eso se deja a un lado la dimensión estética. Estamos en Fahrenheit. La quema de libros puede ser una metáfora de los altos impuestos que hoy padecemos para acceder a la cultura; del IVA, de los elevados precios a los libros. Y de las pantallas y la tecnología que adormece ni se diga. Basta con mirar alrededor para ver miles de Mildred por hay rondando, “sonrientes y dichosos”.

¿Y por qué leer Fahrenheit 451? ¿Y qué la hace buena? Hay que traer a Kafka para que nos diga los hachazos que sentía en la lectura de los libros destacables. O a Emily Dickinson volándose los sesos en cada lectura de buena poesía. Hay que correr como Montag, huir de ese oscurantismo mental, y detrás helicópteros y máquinas que buscan entretenernos e impidiéndonos llegar a la luz de la madrugada; allá en el resplandor de los pensamientos, las ideas, las preguntas. Y que mejor que los libros para ello. Una gran obra te rompe la cabeza en una búsqueda de asociaciones: este color con este personaje, esto con esto, esto podría significar esto, o tal vez esto… Fahrenheit lo hizo en mí.

Termino con Borges en un prólogo hecho a Bradbury y su libro de cuentos Crónicas marcianas: “¿Cómo pueden tocarme estas fantasías, y de una manera tan íntima? Toda literatura (me atrevo a contestar) es simbólica; hay unas pocas experiencias fundamentales y es indiferente que un escritor, para transmitirlas, recurra a lo “fantástico o a lo real”, a Macbeth o RaskóLnikov, a la invasión de Bélgica en agosto de 1914 o a una invasión en Marte”. En Bradbury hay símbolos; en Fahrenheit 451 hay literatura.
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