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Brumas de Nieves Hidalgo
Era la primera vez que una mujer le hacía perder la cabeza. Cayó en la cuenta, además, de que Lea lo había conseguido sin proponérselo. Tendría que ir con pies de plomo si quería evitar volver a caer en las garras de una mujer, corriendo el riesgo de enamorarse. No estaba preparado para esa experiencia.
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Brumas de Nieves Hidalgo
—Mírame, Lea. —Ella obedeció—. ¿Vas a confiar en tu esposo? Eleanor estaba a un paso de echarse a llorar. ¿Podía confiar realmente en él? ¿En un hombre con la leyenda que arrastraba de su anterior esposa? —No lo sé —gimió, con voz quebrada. |
Brumas de Nieves Hidalgo
—Excepto mi abuela y tú, todas las mujeres me han fallado, mi madre primero y después Mariam. Tengo dudas de que Lea vaya a ser distinta, y yo me hice la promesa de no volver a enamorarme. Ya en la puerta, la voz suave de la condesa le dejó un mensaje cargado de razones. —¡Si serás idiota! Como si el corazón entendiese de promesas. |
Brumas de Nieves Hidalgo
—Me guste o no, odie a ese maldito Ormond o no, he de cumplir la palabra dada por mi padre. Nos casaremos mañana. Pero os aseguro, señor, que Clifford Ellis ha realizado una pésima compra, porque tengo la intención de hacerle la vida imposible. Thomas se limitó a agachar la cabeza para no reír abiertamente. Estaba seguro de que así sería. Claro que Cliff sólo tendría lo que se merecía. |
Brumas de Nieves Hidalgo
Lea sólo acertó a ver unos mechones de cabello oscuro que caían sobre un rostro atezado. Pero justo en ese instante, antes de cruzar el umbral, Ellis se volvió hacia los presentes, como si los retara. Y algo se agitó en Lea ante unos ojos acerados, suspicaces e inteligentes. Y un punto amenazadores. Ojos de diablo. Pero, eso sí, un ángel del mal excitantemente atractivo. Entonces, Ellis se fijó en ella. A Lea se le paró el tiempo cuando se encararon en la distancia. Aquellas pupilas quemaban y una desazón incómoda corcoveó por su columna vertebral. Pero el hechizo se rompió (…) |
Lili, la intrépida hija del duque de Nieves Hidalgo
-Lili, tiene ojos en la nuca. jamás he podido sorprenderla y me temo que, no se ofenda, al igual que las brujas, ha desarrollado ese sexto sentido con los años. No transijo en eso, señor, o ella acepta mi compañía, aunque sea a disgusto o no hay trato
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Ódiame de día, ámame de noche de Nieves Hidalgo
(…) ¿Qué importaba que la odiase de día, si la amaba de noche, al menos esa noche? ¿Por qué no dejarse mecer en unos brazos que ambicionaba, besar unos labios que la retaban? (…)
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Ódiame de día, ámame de noche de Nieves Hidalgo
(…) Le parecía mentira, después de haberla odiado tanto tiempo, que ahora estuviera más cerca de ella que nunca. Lo más profundo de su ser le reclamaba que mantuviera a esa mujer a su lado, y lo más abyecto le exigía que condenara su traición.
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Ódiame de día, ámame de noche de Nieves Hidalgo
Se aupó sobre las puntas de sus pies y lo besó. ¿Qué podía perder? Fue un beso casto. Tan suave como el roce de una pluma, tan leve que podía haberlo soñado, tan dulce como el que más dulce de los manjares. Tan exquisito, que provocó un incendio en el pecho de Rowland. Nunca antes Cassandra lo había besado por voluntad propia. Los escarceos amorosos que mantuvieron, antes de que empezara a traicionarle y lo apartara de su lado, habían sido rápidos, casi atropellados, con la urgencia febril de quien quiere llegar a la cúspide del placer cuanto antes. En ese momento, sin embargo, ese beso tal vez prometía… No sabía lo que prometía, pero lo que fuese, lo quería, lo necesitaba. ¡Al infierno con su orgullo! |
Ódiame de día, ámame de noche de Nieves Hidalgo
Jason creyó haber recibido un mazazo en pleno tórax cuando llegó hasta él un olor que le era familiar: vainilla. No podía verle el rostro, el cabello y el color de los ojos, pero supo que era ella: su condenada esposa. La mujer que lo había tenido embelesado desde que la vio entrar en el salón, no era otra que ella. ¡Ya era mala suerte!
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Ódiame de día, ámame de noche de Nieves Hidalgo
(…) su comportamiento y sus maneras eran tan distintos que no parecía la misma. Era el mismo cuerpo, pero con actitudes y detalles que la mujer que él conocía nunca dejó entrever, y que juzgaba seductores: la forma graciosa en que arrugaba la nariz cuando algo la disgustaba o la divertía, la manera elegante de llevarse la copa a los labios, el modo en que enredaba algún mechón de su cabello en un dedo o se mordía el labio inferior si estaba nerviosa… Hasta su aroma había cambiado: ahora olía a jabón o a vainilla, cuando antes usaba caros e intensos perfumes.
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Dime si fue un engaño de Nieves Hidalgo
(…) Fuera de Chantal todo era secundario, no quería nada que no fuera ella. No la merecía, pero la necesitaba para seguir viviendo, para dejar de ser el despojo en que se había convertido al abandonarla. (…) |
Dime si fue un engaño de Nieves Hidalgo
—¿Cuál es esa pregunta que, según tú, he debido hacer y no he hecho? —Si todo fue un engaño. —Y dime, Chantal, ¿lo fue? ¿Nuestro amor fue un engaño? |
Dime si fue un engaño de Nieves Hidalgo
—No me conoces en absoluto. —¡Vaya! Por fin estamos de acuerdo en algo. —La arrimó de nuevo a su cuerpo, conteniendo con sus brazos su forcejeo para apartarse—. No, Chantal, no llegué a conocerte y sin hacerlo. Estúpido de mí, creí haberme enamorado de una muchacha cuyo amor hacia mi persona era inquebrantable, pero me demostraste lo equivocado que estaba. |
Dime si fue un engaño de Nieves Hidalgo
—Te puede el rencor —dijo Chantal, dejando caer los hombros, privada de fuerzas para seguir luchando. —En eso no te quito la razón. —Te has vuelto un hombre áspero y resentido. —Soy tu obra. |
Dime si fue un engaño de Nieves Hidalgo
Chantal acabó por tomar asiento, mirándolo como a un extraño. Ella había amado a otro hombre, a uno bien distinto: justo, valiente, que arriesgaba su vida por sus ideales, jovial y encantador. El que tenía ante ella era un ser comido por el odio y ni lo conocía ni quería conocerlo.
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Dime si fue un engaño de Nieves Hidalgo
Se quedaron mirándose como dos enemigos, conscientes cada uno del retumbar de su corazón, estúpidamente alborotado por la cercanía del otro. Phillip se maldijo por ello, pero una renacida necesidad de abrazarla lo acuciaba. ¡Si sería loco! Después de tanta vileza por parte de Chantal, de tanto tiempo abrasado por la ira que lo consumía, de tantas promesas hechas a sí mismo al calor del ron —lo único que lo había hecho olvidarla durante cortos períodos—, de acabar con ella si volvía a encontrársela, el recuerdo de sus besos aún lo aturdía.
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El Ángel Negro de Nieves Hidalgo
(…) Suspiró, derrotado, porque sabía que ella no era ya su prisionera. Como un tonto enamorado, era él quien se había convertido en su esclavo.
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El Ángel Negro de Nieves Hidalgo
(…) Se dijo a sí mismo que aquella muñeca inglesa debía saber cómo se las gasta un caballero español. El problema para Miguel era que en su despiadado corazón se abría una fisura de ternura ante una dama inerme que lo desafiaba con tanta valentía. En su lugar, otra estaría llorando. Suplicando. Kelly, no. ¡Demonios! ¿Qué le pasaba? ¿Por qué seguía deseándola? |
Gregorio Samsa es un ...