Ódiame de día, ámame de noche de Nieves Hidalgo
Se aupó sobre las puntas de sus pies y lo besó. ¿Qué podía perder? Fue un beso casto. Tan suave como el roce de una pluma, tan leve que podía haberlo soñado, tan dulce como el que más dulce de los manjares. Tan exquisito, que provocó un incendio en el pecho de Rowland. Nunca antes Cassandra lo había besado por voluntad propia. Los escarceos amorosos que mantuvieron, antes de que empezara a traicionarle y lo apartara de su lado, habían sido rápidos, casi atropellados, con la urgencia febril de quien quiere llegar a la cúspide del placer cuanto antes. En ese momento, sin embargo, ese beso tal vez prometía… No sabía lo que prometía, pero lo que fuese, lo quería, lo necesitaba. ¡Al infierno con su orgullo! |