Ódiame de día, ámame de noche de Nieves Hidalgo
(…) su comportamiento y sus maneras eran tan distintos que no parecía la misma. Era el mismo cuerpo, pero con actitudes y detalles que la mujer que él conocía nunca dejó entrever, y que juzgaba seductores: la forma graciosa en que arrugaba la nariz cuando algo la disgustaba o la divertía, la manera elegante de llevarse la copa a los labios, el modo en que enredaba algún mechón de su cabello en un dedo o se mordía el labio inferior si estaba nerviosa… Hasta su aroma había cambiado: ahora olía a jabón o a vainilla, cuando antes usaba caros e intensos perfumes.
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