Noches de Karnak de Nieves Hidalgo
(…) Eran dos extraños. Pero ella se estaba apoderando de su corazón. Y sin corazón, no se podía vivir.
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Noches de Karnak de Nieves Hidalgo
(…) Eran dos extraños. Pero ella se estaba apoderando de su corazón. Y sin corazón, no se podía vivir.
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Lo que dure la eternidad de Nieves Hidalgo
-Si un fantasma puede prometer- le oyó decir con voz ronca-, yo te prometo que mi amor durará lo que dure la eternidad.
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Lili, la intrépida hija del duque de Nieves Hidalgo
(…) Era un hombre, solo un hombre. Pero con tantas virtudes que no había visto antes, que se había ganado un lugar muy importante en su corazón. No imaginaba a otro mejor con el que pasar el resto de su vida. Lo quisiera él o no, iba a conseguir conquistarlo.
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Lili, la intrépida hija del duque de Nieves Hidalgo
(…) Sí, aquella muchacha era capaz de hacerle actuar de un modo irracional y hasta indecente, cuando no era su estilo. No entendía cómo era posible; a pesar de su belleza, no quería nada con ella. Al menos, su cerebro opinaba así. Otra cosa era lo que le pedía el cuerpo teniéndola cerca.
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Lili, la intrépida hija del duque de Nieves Hidalgo
(…) te recuerdo, papá, que las mujeres ni pinchamos ni cortamos en esta sociedad; nuestra firma no sirve para nada, no se nos escucha, (…)
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Días de ira, noches de pasión de Nieves Hidalgo
(…) El amor no es un don que queremos sentir, hijo; es un don que sentimos aun sin querer.
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Palabra de escocés de Nieves Hidalgo
(…) Nunca estaré saciado de ti. Me siento desamparado sin tu presencia.
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Palabra de escocés de Nieves Hidalgo
(…) Eres un peligro porque te has abierto paso hasta mi corazón y no puedo arrancarte de él.
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Palabra de escocés de Nieves Hidalgo
—No cabe duda de que él es un descendiente del mismísimo demonio, capaz de hacer pecar a una santa. O a una necia, como yo —ratificó conteniendo un sollozo.
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Palabra de escocés de Nieves Hidalgo
—Jamás me he puesto de rodillas ante nadie. —La voz varonil, más ronca de lo habitual, sonó como un latigazo—. Y nunca lo haré ante ninguna mujer. Palabra de escocés.
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Palabra de escocés de Nieves Hidalgo
—La pasión puede ser intensa también para un hombre. Solo depende del influjo de la dama que la activa.
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Orgullo sajón de Nieves Hidalgo
-Alegra entonces esa cara –le tomó del mentón-. Acepto el deseo de nuestro rey y te aseguro que seré una muchacha modosa que esperará la llegada de mi prometido sin queja.
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Orgullo sajón de Nieves Hidalgo
-Piérdete en un pozo, Gugger –masculló-. La risa divertida del rubio acabó por alegrar su oscuro humor. |
A las ocho, en el Thyssen de Nieves Hidalgo
(…) El amor era otra cosa: lo que sentía cuando la miraba, cuando despertaba a su lado, cuando la veía dormir, cuando la escuchaba cantar en la ducha, cuando la veía cocinar… El amor era un dolor en el pecho si no estaba con ella, si la veía llorar. Y una dicha infinita si escuchaba sus risas, confirmándole que sería capaz de hacer cualquier cosa por ella.
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A las ocho, en el Thyssen de Nieves Hidalgo
(…) Y en ese instante tuvo conciencia de que quizá fuera eso, el amor, la razón última por la que se había entregado a él a pesar de conocerlo hacía muy poco. Si para él esta noche y su encuentro anterior solo tenían un significado sexual era un factor que ella no podía controlar, pero estaba segura de que nunca antes le habían burbujeado estos sentimientos por un hombre.
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A las ocho, en el Thyssen de Nieves Hidalgo
Había leído cientos de novelas, disfrutando con las descripciones de esos álgidos pasajes románticos, soñando incluso que era ella la protagonista de alguna de esas aventuras. El momento presente, junto a Alejandro, nada tenía que ver con una situación novelada: en este encuentro no había nada de espiritualidad, nada de sentimentalismo, ninguna sensiblería. Era una atracción absoluta, con una carga erótica desbordante. La más leve mirada entre ambos provocaba en ella un remolino de apetito sexual que se acrecentaba a cada minuto. El más ligero roce, un escalofrío. No se preguntó qué le estaba pasando, solo se dejó llevar. (…) |
A las ocho, en el Thyssen de Nieves Hidalgo
(…) No podía acabar de creerse que estuviera charlando con este hombre, que le atraía poderosamente, pero que también la intimidaba. Tenía la sensación de que era un tipo de mundo y a su lado, ella, una pardilla. Además, le turbaba un cosquilleo revoloteando por el cuerpo desde que él se había presentado, algo exento de lógica en un temperamento como el suyo en el que primaba el componente racional. Y la lógica le decía que los mirlos blancos no existen. Así que ató en corto a su imaginación, una imaginación que se permitía fantasear con la boca de un hombre al que acababa de conocer, lo que no dejaba de ser una estupidez pretenciosa. ¿O no? |
A las ocho, en el Thyssen de Nieves Hidalgo
Al estrecharle la mano le transmitió una cierta vibración que la acaloró. Pretendió entonces retirarla, pero él no la soltó, al contrario, la yema de su pulgar acarició su dorso muy sutilmente. ¡Ay, ay, ay, que igual estaba ante un ligón consumado! Sin embargo, no iba a ser falsa con ella misma, le gustaba el tacto de su piel.
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Tres capas, máxima suavidad de Nieves Hidalgo
(…) la sangre se le espesa cada vez que la mira, siente que es su alma gemela. Algo muy dentro de él le dice que no se equivoca. Nunca ha sido un hombre romántico, jamás ha creído en el tan cacareado flechazo del que hablan muchos; el cariño, y después el amor, crecen y se consolidan con la convivencia, con la confianza, no surgen así, de sopetón. Al menos eso creía hasta que ha conocido a Elaia.
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¿Cuántas novelas hay en la serie Harry Potter?