A las ocho, en el Thyssen de Nieves Hidalgo
Al estrecharle la mano le transmitió una cierta vibración que la acaloró. Pretendió entonces retirarla, pero él no la soltó, al contrario, la yema de su pulgar acarició su dorso muy sutilmente. ¡Ay, ay, ay, que igual estaba ante un ligón consumado! Sin embargo, no iba a ser falsa con ella misma, le gustaba el tacto de su piel.
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