Anne, en el valle del arco iris de
Lucy Maud Montgomery
Era un claro atardecer de mayo, color verde manzana, y Four Winds Harbour reflejaba las nubes del ocaso dorado entre sus costas suavemente oscuras. El mar gemía lúgubre en el banco de arena, triste incluso en primavera, pero un viento astuto y jovial venía silbando por el camino rojo del puerto, por donde la figura confortable y matriarcal de la señorita Cornelia se encaminaba hacia el pueblo de Glen St. Mary. La señorita Cornelia era, para hablar con justicia, la señora Elliott, y hacía ya trece años que estaba casada con Marshall Elliott, pero todavía eran más los que se referían a ella como a la señorita Cornelia que como a la señora Elliott. El anterior era un nombre querido para sus viejos amigos; sólo uno de ellos dejó de usarlo, desdeñosamente. Susan Baker, la oscura, severa y leal doméstica de la familia Blythe, los de Ingleside, jamás perdía la ocasión de llamarla «señora de Marshall Elliott» con el más punzante y asesino de los énfasis, como diciendo: «Querías ser señora y señora serás con todo, en lo que a mí respecta».
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