Ana, la de Tejas Verdes. Ana, la de la Isla de Lucy Maud Montgomery
Era noviembre, el mes de los crepúsculos púrpuras, de la despedida de los pájaros, de los tristes himnos del mar y del canto del viento entre los árboles. Ana recorrió el sendero bordeado de pinos del parque y dejó que el viento barriera las nieblas de su alma. No quería preocuparse por ellas y, sin embargo, desde su vuelta a Redmond, la vida no había conseguido reflejarse en su espíritu con aquella antigua y perfecta claridad. En apariencia, la vida en la Casa de Patty era la de siempre: tareas, estudio y diversión. Los viernes por la tarde el amplio salón se colmaba de visitantes y en él flotaban las bromas y las risas, mientras tía Jamesina sonreía con beatitud. El Jonas de la carta de Phil llegaba a menudo en el primer tren de St. Columba y partía en el último. Era el favorito de todos en la Casa de Patty, aunque tía Jamesina negaba con la cabeza y afirmaba que los estudiantes de teología ya no eran como antes. —Es muy agradable, querida, pero los ministros deben ser más solemnes —le dijo a Phil.
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