El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes

Cuando un libro es tan bonito ya desde su portada, las expectativas comienzan a golpear el techo invisible desde el momento en que lo tienes entre tus manos. La belleza, en este caso, duele, no es solo rugosa al tacto sino incluso también en la tráquea.

Resulta complicado hablar de un libro del que ya se ha dicho tanto, pero cuando abarca temas tan íntimos como el odio visceral, el rencor y el perdón, acaba siendo sencillo recoger el discurso de la autora para incorporarlo al propio. Dar una nueva oportunidad, ver el mundo y al otro con otros ojos, o más bien, mirar a través de los ojos de aquel y verlo como lo que es, un simple humano que también tiene sus motivos para sufrir.

La enfermedad puede ser el punto de no retorno desde el que plantearse la manera de enfocar (los ojos, siempre los ojos) la vida y la muerte. La historia de Aleksy y su madre es como tantas otras historias suspendidas en las que el desconocimiento del otro impide observarse desde el amor que se presupone entre una madre y un hijo. Un verano es el marco donde transcurre esta segunda oportunidad. Unos ojos verdes serán el nexo entre el terror y la fragilidad de lo que no puede recuperarse.

Entre el presente y el pasado, Aleksy va recuperando los fragmentos que le han llevado a ser quien es. El verano que toca a su fin viene acompañado de una fractura, y esta novela representa perfectamente ese crujido que va más allá del alma.

Siento que me quedo corta en lo que podría decir, pero si la leéis veréis que es necesario que las últimas palabras sean estas.




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"Aquella mañana en que la odiaba más que nunca, mi madre cumplió 39 años". Así se inicia esta historia que es, sobre todo, una historia de amor. La de un niño que no pudo obtener el amor que necesitaba porque el sufrimiento por una pérdida no lo permitía; de una madre a la que arrebataron grandes amores, amor romántico, amor de madre, ... Y es la historia desgarrada, del amor entre estas dos personas, de transformación y reencuentro. Una novela maravillosa, tremendamente emotiva, escrita con una prosa muy fluida, y sencilla de leer. Imprescindible.

Si hay una palabra que defina este libro, a parte de crudeza, esa palabra sería RECONCILIACIÓN.
Esta novela tiene un comienzo impactante, nos muestra sin ambages el odio que siente un hijo adolescente hacia su madre hasta el punto de querer verla muerta.
Este discurso tan directo, tan penetrante no deja indiferente al lector, quieres seguir leyendo para descubrir qué ha ocurrido para que esté muchacho posea tales sentimientos.

La historia da saltos temporales que hace que conozcamos la historia, pasada y futura y las explicaciones dadas en cada situación vivida por el protagonista nos hará seguir conociendo más de él y entenderle a la perfección.

Es una lectura que a pesar de su dureza, se lee de una manera muy ágil ya que, los capítulos son breves y eso ayuda a digerir lo que se está leyendo.

En esta historia nos encontramos temas como la muerte, las enfermedades mentales, las drogas... Todo ello redactado de una manera directa y sencilla.

Estamos ante la historia de Aleksy, un adolescente que destila odio y desprecio por su madre, las primeras frases te dejan apabullada, no entiendes qué ha podido pasar para que esa madre sea tan odiada. Es su cumpleaños y le hace una proposición a su hijo, cambiando sus planes para las vacaciones, haciendo que deje pasar un viaje con sus amigos a Amsterdam para lo que sería su despertar sexual, previo pago.
Pronto averiguaremos que Alesky tiene una enfermedad mental, está consiguiendo controlarla con meditación, control y pastillas, los médicos no saben por qué ha salido a la luz, quizá por el tremendo mazazo que supuso para todos, la muerte de su hermana Mika, alguien a quien todos adoraban. Su muerte se llevó por delante a toda la familia. El padre los abandonó, se quitó de en medio a su hijo y el lastre que había comenzado a ser su mujer. La madre quedó devastada y Alesky se quedó solo en una soledad desquiciante en la que no tuvo a quien agarrarse.
La abuela tenía razón, su madre se quedó embarazada demasiado pronto y tomó la peor de las decisiones, casarse.
Su propuesta es que van a ir a Francia a pasar el verano en una pequeña casa en un pueblo perdido en el que no conocen a nadie. Ese tiempo en el que no les queda más remedio que estar juntos va a hacer que Alesky vaya descubriendo a su madre, no es ese ser odioso al que odiaba al principio, es algo más y lo va a descubrir de una forma tremendamente dolorosa, poco a poco, sin red sin nada que atenúe la realidad que les va cercando.

La historia nos va a ser narrada en primera persona por Alesky, así que iremos notando el cambio en la percepción que tiene sobre su madre, los capítulos son cortos y rápidos y van alternando con esos ºen los cuales nos va describiendo cómo son los verdes ojos de su madre; cómo su color se va haciendo más bello conforme él la va descubriendo, cómo la va recuperando, cómo la va queriendo.

La forma de escribir atrapa de modo que esos tres meses de verano se te escurren entre los dedos, los sucesos te van calando haciendo que en algunos momentos sientes que te partes, que te rompes, que no puedes más y sin aliento te das cuenta de que debes dejar de leer, y mirar a tu alrededor. Sientes que tienes que darte cuenta de lo que tienes, de todo lo que puede salir mal, de lo que está saliendo bien. La belleza de su escritura es incuestionable, al igual que la belleza de los capítulos que dedica a los ojos de su madre.

No puedo más que deciros que es una novela preciosa, bien contada a pesar de su tristeza, y que se convertirá en un referente de mi biblioteca, para que cada vez que duela echar mano de sus páginas y sumergirme en un mundo lleno de amor y reconciliación, porque cada minuto cuenta y siempre debemos ponernos en los zapatos de los demás para saber hasta qué punto son cómodos los nuestros.
Absolutamente imprescindible. Os aseguro que no podréis pasar por ella sin que os toque el corazón

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La palabra "Perdón" es lo único que se necesita para escribir como comentario y resumen de este libro y lo demás sobra...

Un libro que empieza con la siguiente frase, muy dura, " Aquella mañana en que la odiaba más que nunca, mi madre cumplió treinta y nueve años. Era bajita y gorda, tonta y fea. Era la madre más inútil que haya existido jamás..." ya nos da idea de lo que nos vamos a encontrar: años de desencuentros, rencor, enfados, ...pero al final...amor y perdón. Tarde? Quizás sí y aunque quieran recuperar el tiempo perdido es precisamente lo que no les queda... un verano solamente!

Tatiana Tibuleac consigue tocarte muy duro en el corazón y aunque hay momentos desgarradores porque en la no-relación madre-hijo vence el amor de la madre y hace que a Alesky, nuestro protagonista, pasemos de odiarlo por tanto desprecio hacia ella a quererlo e incluso a admirarlo.

Me quedo con el contraste de emociones que te atrapan y conmueven.
Solo puedo deciros que si no lo habéis leído, leedlo, no os dejará indiferentes.

Este libro estaba en mi lista de pendientes desde hace mucho. Sabía que era un libro muy duro y crudo y si digo la verdad no encontraba el momento de leerlo porque no sabía cómo me iba a afectar. Cuando lo vi disponible en la biblioteca no me lo pensé, ya no había excusa para leerlo, y qué bien haberlo leído, creo que este era mi momento.
Es un libro muy duro, de relaciones maternofiliales, en el que todos los sentimientos tienen cabida. Rabia, enfado, rencor, amor y perdón.
Me ha encantado, se me ha encogido el corazón un poquito mientras la leía, a lo largo de su lectura he pasado por muchos sentimientos, al principio me incomodaba, luego me ha enternecido. No le puedo sacar una pega al libro, es un libro de los que te conmueven y eso no pasa con muchos libros.
Poco más que decir, leedla si no lo habéis hecho, no os va a dejar indiferente.

Leer es un arte que se siente, se vive y algunas veces se sufre. 𝘌𝘭 𝘷𝘦𝘳𝘢𝘯𝘰 𝘦𝘯 𝘲𝘶𝘦 𝘮𝘪 𝘮𝘢𝘥𝘳𝘦 𝘵𝘶𝘷𝘰 𝘭𝘰𝘴 𝘰𝘫𝘰𝘴 𝘷𝘦𝘳𝘥𝘦𝘴 de la escritora moldava 𝘛𝘢𝘵𝘪𝘢𝘯𝘢 𝘛𝘪𝘣𝘶𝘭𝘦𝘢𝘤 es una de esas historias que dejan sensaciones indescriptibles e inclasificables. Después de haberlo leído hace ya algunos días, todavía no sé muy bien qué decir que no se haya dicho ya.

La opera prima de Tatiana explora las relaciones maternofiliales a través de la voz de Aleksy durante unas vacaciones de verano poco comunes. Este es el momento en el que se despliega una marea de sentimientos sin tregua: abandono, desesperación, desprecio, amargura, rencor, etc.

Con ayuda de un lenguaje crudo, doloroso y, al mismo tiempo, poético y bello, asistimos a la reconversión de todos esos sentimientos con la reconciliación entre una madre y su hijo, lo que termina siendo un viaje hacia lo inevitable; un viaje hacia al interior de un corazón roto.

Esta historia, tan breve como intensa, está construída con la precisión de un escultor que quiere eliminar de la piedra el material sobrante y dañado, para extraer de ella un cuerpo lúcido y real. Porque, para quien no la haya leído todavía, debe saber que habrá momentos en los que la piel se le erice a consecuencia de lo desoladora y amarga que es la narración. Aquí, no hay una sola frase dulcificada (como podemos comprobar desde la primera página). Es un texto escrito desde las vísceras.

Sentir las palabras es entenderse con quién las escribe, es conectar con su interior, y yo... he conectado con Tatiana durante estos últimos días de verano ¡Vaya que si he conectado!

¿𝕼𝖚é 𝖒𝖊 𝖍𝖆 𝖕𝖆𝖗𝖊𝖈𝖎𝖉𝖔?? al principio me parecía una historia un poco rara pero después que la fui entendiendo me ha ido gustando cada vez más. Una historia corta, con muchos mensajes y cargada de mucha emoción. Un libro ideal para el verano, para los dias de piscina...

¡Madre mía que libro!, y ¡qué difícil me va a resultar reseñarlo!, pues creo que estamos ante una de esas novelas donde diga lo que diga o, lo exprese como lo exprese, esta reseña no conseguirá hacerle justicia.

Estoy escribiendo sin todavía haberme recuperado de la montaña rusa que sufrí ayer tarde-noche leyendo este libro. Porque sí, según comencé a leer, ya la primera frase me atrapó totalmente y no pude parar, y eso que diría que es uno de los inicios de un libro más impactantes que creo que haya leído nunca: “Aquella mañana en que la odiaba más que nunca, mi madre cumplió treinta y nueve años. Era bajita y gorda, tonta y fea. Era la madre más inútil que haya existido jamás...”

Así, con un arranque tan perturbador, la autora nos introduce de sopetón en una historia que prevemos intensa y desgarradora, nos muestra una historia sobre el resentimiento y la incomprensión, pero también, y afortunadamente, sobre el amor y la reconciliación.

Aleksy, aun recuerda el último verano que pasó con su madre. Han transcurrido muchos años desde entonces, pero, cuando su psiquiatra le recomienda revivir esa época, Aleksy no tarda en sumergirse en su memoria y vuelve a verse sacudido por las emociones que lo asediaron cuando llegaron a aquel pueblecito vacacional francés.

Por una vez, puedo decir, que gracias por ser un libro tan corto, porque, qué manera de tocar la fibra, de verdad, de esta historia no se sale ileso. No solo Aleksy se ve asediado por las tantas emociones, si no que nosotros lo acompañaremos en su viaje interior, y que viaje vamos a tener...

En fin, para entenderlo, hay que leerlo, así que estáis tardando...

Aleksy odia a su madre. Todo lo que ella es o aparenta ser, le saca de quicio y despierta en él pensamientos y actitudes violentas. Pero quizás estos sentimientos, producto del reproche y el sentimiento de abandono que Aleksy ha experimentado desde chico, estén a punto de cambiar, pudiendo conseguir su madre y él una nueva oportunidad para conocerse. La gran ocasión llegará con el último verano que pasarán juntos en un pequeño pueblo francés. Años después un Aleksy de más de cuarenta años rememora los complejos sentimientos que sentía hacia su madre, los últimos meses que pasaron juntos y como está marcó su vida antes y después de su muerte.

“El verano que mi madre tuvo los ojos verdes” es una joyita que nos habla de las dificultades de las relaciones maternofiliales. He pasado por muchos estados mientras leía este librito, y es que inicialmente no podía con Aleksy, me caía especialmente mal y me hacía acordarme del protagonista de “El guardián entre el centeno” libro que nunca me cautivo porque su personaje me ponía nervioso. Por eso, en las primeras páginas temí encontrarme ante una lectura de este tipo y no disfrutarla, pero para nada ha sido así. Poco a poco vamos comprendiendo mejor a Aleksy y de donde nace y surge toda esa rabia, haciéndose imposible no empatizar con él y sus sentimientos.

Ese verano de descubrimiento, donde Aleksy por fin conoce realmente a su madre, y pasa de verla como la mujer más fea del mundo, a verla cada vez más bella conforme ambos dos van acercándose más y más, me ha sacado algunas lagrimillas. Cuando la opinión que tenía sobre su madre estaba llena de reproches y desconfianza veía aun ser feo, pero en cuanto empieza a entender y conocer a su madre, esta pasa a ser para a él un ser de una gran belleza. Pese a ser una historia dura y cruda, la autora no escatima en dotarla también de grandes dosis de ternura, que te tocan profundamente.

Pese a lo duro que nos pueda parecer Aleksy con lo que piensa y siente en esas impactantes primeras páginas, creo que “El verano que mi madre tuvo los ojos verdes” es un canto a las madres, una oda a quererlas y a comprender que no pueden ser seres perfectos, además de un intento de escarmiento para que las valoremos y las conozcamos cuando la vida aún nos deja hacerlo, porque quizás no todo el mundo tiene ese último verano. de verdad, es una historia preciosa que ha logrado emocionarme como pocas este año. Tengo mucha curiosidad por seguir viendo que más cositas puede traernos Tatiana Țîbuleac. Un autora para tener muy en cuenta.