El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes

Leer es un arte que se siente, se vive y algunas veces se sufre. 𝘌𝘭 𝘷𝘦𝘳𝘢𝘯𝘰 𝘦𝘯 𝘲𝘶𝘦 𝘮𝘪 𝘮𝘢𝘥𝘳𝘦 𝘵𝘶𝘷𝘰 𝘭𝘰𝘴 𝘰𝘫𝘰𝘴 𝘷𝘦𝘳𝘥𝘦𝘴 de la escritora moldava 𝘛𝘢𝘵𝘪𝘢𝘯𝘢 𝘛𝘪𝘣𝘶𝘭𝘦𝘢𝘤 es una de esas historias que dejan sensaciones indescriptibles e inclasificables. Después de haberlo leído hace ya algunos días, todavía no sé muy bien qué decir que no se haya dicho ya.

La opera prima de Tatiana explora las relaciones maternofiliales a través de la voz de Aleksy durante unas vacaciones de verano poco comunes. Este es el momento en el que se despliega una marea de sentimientos sin tregua: abandono, desesperación, desprecio, amargura, rencor, etc.

Con ayuda de un lenguaje crudo, doloroso y, al mismo tiempo, poético y bello, asistimos a la reconversión de todos esos sentimientos con la reconciliación entre una madre y su hijo, lo que termina siendo un viaje hacia lo inevitable; un viaje hacia al interior de un corazón roto.

Esta historia, tan breve como intensa, está construída con la precisión de un escultor que quiere eliminar de la piedra el material sobrante y dañado, para extraer de ella un cuerpo lúcido y real. Porque, para quien no la haya leído todavía, debe saber que habrá momentos en los que la piel se le erice a consecuencia de lo desoladora y amarga que es la narración. Aquí, no hay una sola frase dulcificada (como podemos comprobar desde la primera página). Es un texto escrito desde las vísceras.

Sentir las palabras es entenderse con quién las escribe, es conectar con su interior, y yo... he conectado con Tatiana durante estos últimos días de verano ¡Vaya que si he conectado!