Alfaguara rinde homenaje al fallecido escritor con el relanzamiento de 'Tu rostro mañana' en un solo volumen, coincidiendo con el primer aniversario de su muerte.
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Alfaguara rinde homenaje al fallecido escritor con el relanzamiento de 'Tu rostro mañana' en un solo volumen, coincidiendo con el primer aniversario de su muerte.
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Tomás Nevinso nos narra un capítulo concreto de la biografía del marido de Berta, una de sus acciones cuando ya espera saldada su deuda con sus superiores, cuando cree haber salido del círculo de la falsedad y el fingimiento, cuando juzgaba ya concluido su trabajo paralelo, cuando se aferra a los restos de una vida que se le ha escapado entre los dedos y que apenas puede aspirar a recomponer de manera fragmentaria, a modo de un retrato cubista. Y es que Tomás Nevinson es de nuevo reclutado para descubrir la verdadera identidad de una terrorista de ETA de entre tres sospechosas, habitantes todas ellas de una brumosa ciudad del noroeste español, una especie de Vetusta, tan provinciana y pacata, tan limitada y tan capaz de ofrecer a sus ciudadanos cuanto necesitan para su felicidad o desgracia como cualquier otra ciudad de cualquier punto geográfico. Y en ella se instala Tomás, bajo la apariencia de un profesor de inglés venido de Madrid, y en su vida social se integra tratando siempre de descartar a dos inocentes, de atrapar a una culpable. Y no siempre es fácil cuando otros también viven en la falsedad y el fingimiento, cuando todas las vidas tienen qué ocultar, qué esconder tras una máscara, un velo de reserva y secreto como muy bien conoce Tomás. La trama se desarrolla en un momento concreto de la vida española, en los meses previos y posteriores al asesinato de Miguel Ángel Blanco, lo que no hace sino añadir más presión a la búsqueda de Tomás, pero también siembra más dudas, más preguntas que se ve incapaz de contestar, como si su pulso de agente secreto se le hubiera desdibujado con el tiempo, deteriorado por la vuelta a la vida con Berta. Este Tomas, que vive solo, porque solo está quien no puede compartir su biografía con quienes le rodean, quien ha de inventarla y sostener la mentira, mantiene un vibrante diálogo interior, no un monólogo, reservado para personas más afortunadas, diálogo al fin ya que en Tomás habitan muchas almas, todas las almas, perdónenme la ironía, de las personas que ha impostado y, tal vez, la de aquellos a quien ha engañado o matado, eliminado o suprimido. Y es tal vez esta novela en la que ese infinito y laberíntico diálogo mejor se adapta al estilo caudaloso y desbordante de Marías en el que pocos hilos dejan de ser recorridos, donde no hay apuesta por cubrir, llevando a la trama y al argumento a una desnudez absoluta y hermosa, donde Marías es, al fin, más Marías que nunca, difícil desafío para quien, confiemos, esté ya trabajando en una tercera parte. Ambas obras pueden leerse de manera independiente puesto que los temas abordados también lo son, si bien mejora la comprensión de los personajes, de algunas referencias, de algunos actos, si se leen en el orden en que fueron escritas. Y para concluir, como muy bien puede aplicarse para tantas otras novelas del autor, la mejor recomendación es la de dejarse guiar, confiar en él, en que sabrá traernos y llevarnos por las vidas de sus protagonistas y que, en ese camino, aprenderemos tanto como ellos. + Leer más |
Javier Marías es uno de los mejores autores españoles y, no en vano, su nombre se cita constantemente en las fantasiosas y casi siempre equivocadas quinielas para el próximo Premio Nobel. ÑSu estilo se consolidó hace muchos años y es de los que puede levantar seguidores fervorosos en la misma medida que detractores. Sus libros se forman de oraciones extensas, que se demoran en reflexiones, paradojas y contradicciones, que crecen y se expanden en diversas direcciones, que vuelven a converger en la idea principal cuando ésta parecía ya olvidada. Un ritmo pausado y reflexivo, rico en asociaciones y léxico, en ideas e imágenes, haciendo que el lector se sienta casi tentado de creer que el argumento es irrelevante y que, como en el poema de Kavafis, lo importante sea el camino, la lectura al margen de la trama. Su mundo particular está poblado de referencias recurrentes que forjan la complicidad con el lector habitual. Así, no es infrecuente que en muchas de sus novelas aparezca Oxford y su mundo docente tan exclusivo y, en parte anacrónico, como si de una burbuja se tratara. Los colleges, los dons o las High Table son tan recurrentes que apenas hay obra suya en la que no aparezcan retratados. Esta anglofilia de Marías se remonta a sus años jóvenes, en los que vivió en Estados Unidos, siguiendo a su padre que se vió obligado a impartir clases en diversas universidades americanas al negarle el franquismo el hacerlo en las nuestras. Continuando esta tradición, Marías también fue profesor en Oxford durante tres cursos académicos de Traducción y Literatura Española de donde trajo esa parte esencial y distintiva de la mayoría de sus novelas. Este cierto cosmopolitismo no solo hace de sus argumentos una excepción en nuestras letras, más bien mesetarias, localistas, sino que su catálogo de referencias, sean cinéfilas o muy especialmente, literarias vienen también traídas en muchos casos de más allá de los Pirineos. Es de destacar la pasión por Shakespeare, de cuyos versos se ha servido en ocasiones para titular novelas y, en la mayoría de ellas, para citarlo y usar de la sabiduría del genio de Stratford-upon-Avon casi tanto como de la del mismo Cervantes. En esta ocasión, reseñamos dos obras, Berta Isla (Alfaguara, 2017) y Tomás Nevinson (Alfaguara, 2021) que forman una especie de cara y cruz, de correspondencia argumental en algunos aspectos, no solo por los personajes y trama, sino por la indagación en temas como la espera o la falsedad, la mentira y la ficción, el azar, la traición y la muerte, asuntos que también había tratado a su manera en su trilogía Tu rostro mañana. Comencemos por Berta Isla, una joven madrileña que asiste a la Universidad en los estertores del franquismo y que mantiene un noviazgo abierto con Tomás Nevinson, un muchacho de padre inglés y madre española con el que ha coincidido en el bachillerato en el colegio Estudio (el mismo al que acudió el autor). En aquellos tiempos las esperas no eran largas, se atisbaban cambios, nuevos modos, así que nadie quería quedarse rezagado. Pero el matrimonio no es como espera Berta. Su marido trabaja en la Embajada Británica en Madrid gracias a su bilingüismo y una inusitada capacidad para imitar y reconocer acentos de todo tipo y origen. Pero este don le hace destacar ante los ojos de quienes velan por la seguridad y protección del Reino, por los servicios secretos británicos que reconocen en él un gran potencial. Así, a punto de culminar sus estudios en Oxford, dispuesto para regresar a Madrid, casarse e iniciar una vida anodina, ocurre un suceso que comprometerá el resto de su vida. Tomás es destinado con frecuencia a diversos destinos, siempre a espaldas de Berta, que le sigue creyendo un funcionario de la embajada embarcado en innumerables cursos en Londres. Hasta que en uno de esos viajes, la espera se prolonga más allá de lo razonable, de lo que se necesita para que salten todas las alertas de la esposa, ya madre de dos niños. Berta, que desconoce la actividad concreta de su marido, puede intuir algunos hechos, comprender que hay una parte de la vida de su marido que le está vedada, ya ha tenido alguna conversación al respecto con Tomás a raíz de un desagradable incidente. Pero ahora Berta se enfrenta a la espera, a la decisión sobre recomponer su vida, y cómo hacerlo, cómo confiar en lo que ve cuando no se puede tener certidumbre en lo qué hay detrás del rostro amado. De cómo soportar la espera de un desenlace del que no se tiene certeza, de si habrá un punto final. Pero también acompañaremos a Tomás en su difícil vida, no ha llegado a ella por gusto sino tal vez por accidente, por desgracia o por cúmulo de circunstancias, de aquellas que forman el destino que algunos creen ver escrito desde antes de su concepción, en un vano intento de trascendencia y de alejarse del horror a lo arbitrario y casual. Vemos cómo se desempeña en su oficio, pleno de mentiras, de cómo imposta lenguas y falsea su vida para ganarse la confianza de los enemigos del país, de cómo se traiciona a sí mismo para no hacerlo a la Patria, de cómo construye su vida sobre mentiras, en sus operaciones secretas, pero también en su casa, siempre ocultando una parte de su vida, confundiendo en ocasiones lo fingido con lo real, si es que aún le cupiera espacio para este privilegio que todos tomamos por natural y regalado. La voz del narrador va pasando alternativamente de Berta a Tomás y a un narrador ajeno a la trama, un trasunto del propio Javier Marías, evidente en parte para quien frecuente sus columnas semanales con esa mezcla de humor y desdén por todo cuanto pueda definirse como moderno, por ese gusto por la añoranza de cuanto fue, de lo que se nos escapa, de lo que dejamos ir sin ser conscientes de que pronto lo echaremos en falta. Precisamente esas transiciones añaden dinamismo al libro, rompiendo en ocasiones el ritmo de la narración permitiendo que idénticas escenas puedan ser comentadas desde perspectivas diferentes por cada uno de los respectivos narradores. Por otro lado, el estilo reposado y reflexivo del autor no está reñido con la agilidad de los hechos en determinados pasajes, con el fin de lograr hacer avanzar la acción. Tampoco están ausentes la intriga y sorpresa, giros inesperados y una aceleración de la acción. Y éste es uno de los mejores logros de Marías, el que sus obras no terminen reducidas a diálogos interiores o disquisiciones más o menos pertinentes, sino que puede visitar géneros como los del espionaje y la acción, desde una peculiar perspectiva, pero sin desmerecer algunas de las principales reglas de estos géneros. + Leer más |
Leí este libro de cuentos hace unos veinte años. No me acordaba bien de cada uno y, como no tenía claro cuánto tiempo había pasado desde la lectura lo busqué en el blog, inútilmente, y, sin buscarla, me apareció una reseña en Babelio denostando su contenido. Me puse de tan mal humor que decidí volver a leerlo. A pesar de que algunos de los doce cuentos que lo componen están escritos por encargo, se nota la mano del maestro, un genio del lenguaje y de la narrativa que hasta ahora no ha sido superado. Ante esto, los mortales no podemos poner una sola pega, quizás que no le concedieran el Premio Nobel pero, ya se sabe, la política manda y Javier Marías no tuvo nunca problemas para denunciar aquello que no le parecía bien del poder y le daba igual quien gobernara, o que fuera central, autonómico o municipal. Más allá de esto pocos autores (vivos o muertos) logran que su obra esté publicada en más de catorce países. Así que reitero, sigue siendo el maestro. Los doce cuentos son de extensión variada, algunos como el que da nombre al libro Cuando fui mortal o Todo mal vuelve, Menos escrúpulos o Sangre de lanza son casi novelas cortas. Otros, más reducidos contienen las características de la narrativa corta, centrados en una trama, con pocos personajes y alusiones a ellos de manera que fácilmente podemos hacernos una idea pues sus descripciones, más allá de reproducir los estados de ánimo de los protagonistas mantienen la tensión generada en la historia. Los personajes se van individualizando en el transcurso del relato, «La lanza era suya, traída unos años antes como recuerdo de un viaje a Kenia y del que vino lamentándose, como de costumbre […] de vez en cuando cedía al impulso de un capricho […] La mujer estaba casi desnuda, con unas braguitas tan solo». El relato queda como una puesta en escena que, al ir siendo detallado poco a poco, nos da la impresión de encontrarnos ante diferentes secuencias de una película de la que no sabemos el final. El desenlace se va labrando desde el principio y, aunque lo intuyamos, no estamos seguros del giro que puede producirse, que ciertamente no se da en todos los cuentos. En los doce hay un hilo conductor y es la expresión de los sentimientos del narrador aunque a veces nos lleguen a través de la ironía con cierto toque de humor, y otras mediante la intriga, pero siempre participan de las características de la novela negra. Indudablemente, creo que en esta selección destaca el narrador como observador privilegiado; podemos asegurar que es testigo de los hechos, aunque algunos los observe desde un lugar inquietante. Esto hace que la realidad quede difuminada, de ahí que tengamos la impresión de que en ocasiones divaga ante una existencia que parece más un sueño. Que el narrador tenga un enfoque ocular, permite aflorar la nostalgia en unos casos y el testimonio actual en otros. Los comienzos de los relatos son meramente anecdóticos «El domingo de Ramos casi todos mis amigos habían abandonado Madrid y yo me fui a pasar la tarde al hipódromo». Pero según progresan se van transformando en asombrosos o desasosegantes: «en ese viaje no se quiere la intromisión de un extraño, aunque yo no fuera un extraño, creo, para quien ya subía por las escaleras. Sentí un vacío y…» Y al final todos terminan de forma abierta, aunque los espacios sean significativos de lo que pueda ocurrir en cada uno de ellos. Eso es lo de menos, el lector se queda con la impresión de que el protagonista puede actuar según lo previsto o no, «Di media vuelta y abrí la puerta para marcharme. No contesté nada, pero me pareció recordar que sí». Su escritura, no cabe duda, es de gran rigor estilístico, ya sea en una novela extensa, como Berta Isla o en un cuento cortito como No más amores; el pensamiento crítico aparece en sus líneas así como la condición humana, por eso, sea el personaje que sea, empatizamos con él: «la había hecho áspera y reconcentrada a una edad en que esas características en una mujer ya no pueden resultar intrigantes ni todavía objeto de broma y entrañables». Los lectores de Marías tenemos un reto con cualquiera de sus textos: desentrañar las claves de su historia, algo que normalmente queda entre líneas. Debajo de la frialdad de sus personajes se ocultan sentimientos; detrás de nimiedades se hallan simples malentendidos causantes de comezón, tras el estilo desinhibido, apasionado de la oración compuesta y largos fragmentos, encontramos normalmente una historia concentrada en el último párrafo, como ocurre, por ejemplo En el viaje de novios. Cuando fui mortal son doce relatos que no se pierden en divagaciones. Apuntan certeros al problema que quiere comunicar su autor, aunque en ocasiones tenga que exponer relaciones ambiguas o usar la memoria como aquello que nos aporta nuestra identidad. El pasado es el que nos forma, de ahí que no importen en su estilo, sino todo lo contrario, las repeticiones, «mi amiga Claudia […] una italiana amiga de mi anfitriona Claudia, también italiana…». Son fundamentales también las hipérboles, que contribuyen a relajar la tensión normalmente, «el lateral en que se hubiera instalado habría quedado copado por su desmedida figura y descompensado, él a solas frente a cuatro comensales pasando apreturas». La función metalingüística se agradece cuando nos enfrentamos a términos cultos, que sin ella ralentizarían la lectura, «hija de un viejo embajador misino (neofascista, es decir)». La inmediatez se logra cuando introduce los pensamientos del narrador en el momento pasado en que los tuvo y que, nosotros, desde nuestro presente no podremos saber si se cumplieron: «era la primera vez que estaba en Sevilla, en viaje de novios con mi mujer tan reciente, a mi espalda enferma, ojalá no fuera nada». Los recursos estilísticos son muy variados y ayudan al ritmo narrativo. Encontramos paronomasias «y vi a la mujer mejor», derivados «me dio sin querer un codazo en mi codo» y falsos derivados humorísticos «el almirante Almira (su predestinado e incompleto apellido)», deícticos personales «sus prismáticos para ver… ya tenía los míos ante mis ojos», paralelismos «lo primero que vi de él fue […] Lo segundo que vi fue…», explicaciones jocosas, por innecesarias, porque se entienden perfectamente en el transcurso narrativo «llevaba gemelos, quiero decir en los puños de la camisa», empleo de adjetivos cultos pertenecientes a otro campo «el pelo rubiáceo»; concatenación: «se rascaba la espalda, se rascaba la cintura, la cintura era gruesa…», contacto directo con el lector «No sé si contar lo que ocurrió recientemente a Custardoy […] Venga, voy a hacerlo», palabras en desuso, que el propio narrador avisa «aún no habían yacido, según la expresión anticuada», otras pertenecientes al vocabulario técnico culto «la voluntad de dolo» y otras que forman parte del lenguaje cotidiano o la jerga «tugurios julaicos». En fin, una mezcla de estilo impecable en la forma y de tensión, realidad, sueño en el fondo con los que señala el problema del éxito en la crítica literaria, el problema del olvido, el problema de la escritura y las editoriales, la inseguridad de aquellos que fueron víctimas de abuso infantil, las reflexiones éticas que nos hacemos, el paso del tiempo capaz de borrar la importancia a hechos injustos y graves, la tensión que generan algunas profesiones y el poder del dinero. Insuperable Marías en cualquier caso. Enlace: https://elblogaurisecular.bl.. + Leer más |
Es siempre curioso cómo nuestro recuerdo manipula lo vivido o lo (a veces solo a medias) sabido. De esta falsa novela o más falsas aún memorias se me había quedado indeleble y presente la historia de Lolita, y Julianín, y también del señor Marías padre, y esa poética y honda, y trascendental reflexión a la luz de esas farolas en la temprana mañana madrileña. En las obras de Xavier M. siempre hay un momento de quietud, de hacer pie, en el que el narrador observa a una mujer desde la ventana (ver ese histórico comienzo de Corazón tan blanco en que ella se le enfrenta) y yo, que tanto admiro la obra de este genial y desesperante novelista, veo estos pasajes permanecer como destellos silenciosos en un mundo siempre felizmente misterioso. Más allá de su célebre estilo alambicado, serpenteante, personalísimo y genial, quisiera destacar hoy al hilo de esta aparente recolección de vivencias literarias y personales su fecunda y siempre pronta imaginación creadora, capaz no solo de encontrar la expresión justa y apropiada hasta el asombro, sino también y más importante de entresacar entre la mena las brillantes piedras con las que se construye la literatura de verdad. Más allá de una trama o de un tema apasionante o interesante (que tantísimas veces se resuelven en un libro mediocre), es la visión del autor y su constante y adecuada plasmación en la escritura lo que determina, creo yo, la originalidad de verdad, lo que aprendemos de la vida en los libros, y lo que mide la grandeza de un escritor, y el señor Marías era sin duda alguna de los más grandes. Otra gozosa relectura del Rey de Redonda con mi querido y minúsculo grupo de adictxs. + Leer más |
Probablemente Javier Marías es un escritor profundamente enamorado de su propia escritura. En cierta manera creo que el protagonista del libro es ese: la escritura y las reflexiones del autor.Párrafos interminables, reflexivos, circulares. Desde luego no es un libro de lectura rápida y ligera y si, Javier Marias escribe maravillosamente. La novela deja un buen montón de párrafos a subrayar. Presenta un punto de vista novedoso respecto a las novelas de espías, la historia no es la del espía sino la de quienes ha dejado abandonados y engañados. Esa Berta Isla/Penélope inteligente, reflexiva y atrapada. El sentido de la lealtad, de la espera, de las decisiones irreflexivas, del miedo y del manejo del miedo, en definitiva.Recomendable, pero sabiendo a lo que te enfrentas.
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Leí por primera vez a Marías a principios de año con Los enamoramientos (está en mi perfil la reseña), y pronto me hice con este Corazón tan blanco, ya que es quizás su obra más destacada. Juan Ranz, traductor de profesión y recién casado, descubre que la primera mujer de su padre se quitó la vida al regresar de su luna de miel. Todo esto sabiendo que es su tía, ya que su padre está casado ahora con la hermana de esta, todo un embrollo, vaya. Ya descubrí con esa primera lectura que comentaba, y confirmo ahora con esta, que Marías no es un escritor de tramas, lo que no quiere decir que estén mal (no lo están) pero podríamos decir que es bastante secundario. Aquí importa cómo lo cuenta, las vueltas que le da a cosas a priori insignificantes, cómo desarrolla cada personaje, cada situación, las inquietudes y situaciones diarias. Al final de la edición viene un relato que luego fue "incluido" en la novela, y es que mientras leía esta historia he pensado que podría ser un conjunto de relatos con personajes en común que luego se une todo de forma sensacional, y cuando vi eso pensé que quizás no iba tan desencaminado. Una novela que me ha encantado, para leer a sorbitos, disfrutando de cada "irse por las ramas" del autor, que me confirma lo mucho que me gusta este hombre recientemente fallecido (DEP). + Leer más |
El joven Marías lo llamaba Juan Benet para diferenciarlo de su padre, costumbre que adoptó igualmente el profesor Francisco Rico hasta convertirse con el paso del tiempo en una broma privada. Él mismo se lo tomaba a chacota al pensar “que dentro de cuarenta años todavía habrá alguien que al verme entrar en un salón dirá ‘Ahí llega el joven Marías’, y cuando los demás se vuelvan se encontrarán con un anciano de ochenta y cinco”. Catorce años le faltó al autor para vivir esa escena que imaginaba en los tiempos en los que redactaba este relato cuyo principio, y así lo dejó escrito, está fuera de él —en su novela ‘Todas las almas’— y cuyo final, también decía, quedaba fuera y coincidirá con el suyo. Pues ahora que terminó la novela es que yo la leo. “… seguiré contándolo como hasta ahora, sin motivo ni apenas orden y sin trazar dibujo ni buscar coherencia; sin que a lo contado lo guíe ningún autor en el fondo aunque sea yo quien lo cuente; sin que responda a ningún plan ni se rija por ninguna brújula, ni tenga por qué formar un sentido ni constituir un argumento o trama ni obedecer a una armonía oculta, ni tan siquiera componer una historia con su principio y su espera y su silencio final” «Negra espalda del tiempo» es un artefacto complicado, autorreferencial, autoparódico, molesto en ocasiones, pues su propia forma, mezcla de biografías, anécdotas, recuerdos, ficciones, es utilizada para ejemplarizar el fondo de lo dicho, con resultados no siempre interesantes, por no decir claramente aburridos (como a veces me sucede, tras pensar y escribir sobre la obra, mi impresión cambia y de las tres estrellas he pasado a otorgarle las cuatro que ahora ven). Como amplia y generosa compensación, en la novela abundan momentos bellísimos, ejemplos de la mejor prosa que el autor fue capaz de regalarnos a lo largo y a lo ancho de su bibliografía para reunir en un mismo ejemplar a algunos de sus recurrentes fantasmas. El principal de ellos, la mezcla de ficción y realidad y como la una influye en la otra (“No soy el primero ni seré el último escritor cuya vida se enriquece o condena o solamente varía por causa de lo que imaginó o fabuló y escribió y publicó; “… a veces de que hay que llevar cuidado con lo que uno inventa y escribe en los libros, porque en ocasiones se cumple“), como se entremezclan, como se confunden, si en el fondo no son la misma cosa, si eso que llamamos realidad no se convierte en ficción en el mismo momento en el que la pensamos o recordamos convirtiéndola así en relato (“Relatar lo ocurrido es inconcebible y vano, o bien es sólo posible como invención”). La novela se inicia con un relato de las repercusiones que tuvo la publicación de su novela «Todas las almas» (con extensas pullas al trato que tuvo tanto él como su obra por su editor de entonces, Jorge Herralde, y al binomio Querejeta, productor y directora de una película supuestamente basada en la novela) y la casi general opinión de críticos y público acerca de su carácter autobiográfico, la identificación propia o ajena, cierta o falsa, de personas y personajes, el cómico disgusto de aquellos que se ven reflejados en esos personajes o de aquellos que no se ven incluidos, la posible revelación de secretos o la fama infundada sobre los posibles retratados. Uno de los momentos más humorísticos de la novela, o lo que sea este texto que lleva al extremo la característica frugalidad del autor en sus tramas, es el diálogo con Rico y su afán por verse inmortalizado en una de las novelas del autor. En el lado opuesto están los comentarios sobre aquellos cuya huella desaparece para siempre tras su muerte, incluso la de aquellos que disfrutaron de cierta fama en vida, por mucho que dejemos un breve rastro detrás que nos sobrevive durante un corto tiempo, cartas, palabras, fotografía, objetos… “Hay demasiados que nacen y es como si no hubieran alcanzado ni atravesado jamás el mundo; son tan pocos de los que queda memoria o registro y hay tantos que se difuminan y despiden pronto como si la tierra careciera de tiempo para asistir a sus afanes y a sus fracasos o logros o hubiera urgencia por deshacerse de sus alientos y de sus voluntades aún incipientes” Y no solo desaparecen las personas, lo que fueron, lo que pasaron, lo que sintieron, lo que ansiaron, también desaparece lo que pensaron, lo que idearon e incluso escribieron o dejaron dicho. "De casi nada hay registro, los pensamientos y movimientos fugaces, los planes y los deseos, la duda secreta, las ensoñaciones, la crueldad y el insulto, las palabras dichas y oídas y luego negadas o malentendidas o tergiversadas, las promesas hechas y no tenidas en cuenta, ni siquiera por aquellos a quienes se hicieron, todo se olvida o prescribe, cuanto se hace a solas y no se anota y también casi todo lo que no es solitario sino en compañía, cuán poco va quedando de cada individuo, de qué poco hay constancia, y de ese poco que queda tanto se calla, y de lo que se calla se recuerda después tan sólo una mínima parte, y durante un tiempo..." Quizá porque siempre pensó, y así lo escribió, que podría acabar como Terence Ian Fytton Armstrong, autonombrado John Gawsworth, escritor que llegó a ser el miembro más joven de la Royal Society of Literature y que acabó sus días mendigando por las calles de Londres (y realmente hubo una gran coincidencia, aunque de forma muy distinta a la que temió Marías: ambos llegaron a ocupar el trono de Redonda), que decidió escribir sobre “algunos muertos reales a los que no he conocido y así seré una forma inesperada o lejana de posteridad para ellos”. En concreto se muestran las biografías de, además de Gawsworth, los escritores Wilfrid Ewart, Stephen Graham o Hugh Olofff de Wet, cuyas vidas parecen más ficción que realidad, y hasta ficción inverosímil, aunque para mí sea con mucho la parte más aburrida de la obra. El otro gran tema del libro, íntimamente relacionado con todo lo anterior, es el que le da título, la negra espalda del tiempo. Con este amplio concepto el autor se refiere a prácticamente todo tiempo que no sea el estricto presente, ese raro instante que acaba de dejar de ser futuro para convertirse inmediatamente en pasado y que es, por tanto, prácticamente inasible. Así nos habla de un pasado que nunca acaba de irse (“… todos los ayeres laten bajo la tierra como si se resistieran a desaparecer del todo”, Macbeth), o se refiere también con él “al tiempo que no ha existido, al que nos aguarda y también al que no nos espera y no acontece por tanto, o sólo en una esfera que no es temporal propiamente y en la que quién sabe si no se hallará la escritura, o quizá solamente la ficción”. Un tiempo que no ha existido pero que podría haberse producido igualmente, pues "… es tan fácil que no se produzca nada de lo que tiene lugar y acontece, nada absolutamente, empezando por nuestro nacimiento…" “Es todo tan azaroso y ridículo que no se entiende cómo podemos dotar de trascendencia alguna al hecho de nuestro nacimiento o nuestra existencia o de nuestra muerte… o cómo puede concederse ninguna importancia a nuestro paso frágil e insignificante que bien pudo no darse” Pero, como bien añade el autor, … “… no cabe sino ser ridículo y dar importancia al producto de esas combinaciones… si no queremos que nuestro paso sea del todo idiota además de frágil e insignificante. Y así nos pasamos la vida fingiendo que somos únicos y escogidos… acabamos viendo la vida a la luz de lo último o de lo más reciente, como si el pasado hubiera sido sólo preparativos y lo fuéramos comprendiendo a medida que se nos aleja, y lo comprendiéramos del todo al término” Del mismo modo, tampoco podemos resistirnos a la necesidad de contar, otro de los grandes fantasmas del autor, tan bien resumido y expresado en esa frase de Otelo, “Apaga la luz, y luego, apaga la luz”, uno de los grandes mantras de la novela, como si, de no contarse el hecho, este no se hubiera producido realmente. Digamos pues, Javier Marías ha muerto, y luego… shhhhhhhh. + Leer más |
Novela escrita por un maestro del lenguaje, un genio capaz de sacar a una situación normal todo el jugo posible y convertirlo en una narración extraordinaria, eso es lo que hace Javier Marías y eso es lo que hemos perdido al faltarnos. La historia es una historia de amor y, sin ser yo amante de este género, al estar escrita por Javier Marías he disfrutado y he sentido lo mismo que los protagonistas. Son las relaciones entre los protagonistas y su descripción lo que resalta en la obra, un cantante de ópera conoce a un matrimonio y al acompañante de la esposa y entabla amistad con ellos, descubriendo poco a poco los secretos de cada uno de ellos. Hay dos escenas que me parecen impresionantes, imposibles de escribir por otro autor que no sea Javier Marías, estas son la charla entre el cantante y el esposo, dónde la descripción de las personalidades de cada uno de ellos según el diálogo me ha impresionado y la cita con la prostituta, es imposible escribir esa escena sin que haya nada escabroso y en esta obra así se hace. Como en todas las novelas de Javier Marías, se nos van dando en dosis pequeñas la trama, la vida de los protagonistas y sus relaciones y al final te queda la sensación de que de una historia que puede parecer banal se ha hecho una gran novela, a mi me pasa lo contrario, siempre que comento una novela de Javier Marías, tengo la sensación que no consigo plasmar en mi comentario todas las sensaciones que he sentido y todo lo que he disfrutado leyendo. La perdida de Javier Marías es una perdida para todos los amantes de la buena literatura. + Leer más |
Tiene esta novela uno de los principios más potentes que he leído nunca (creo haber leído en algún sitio que relata un hecho real). Su estilo, sin enamorarme perdidamente, me convence, las distintas líneas narrativas que se van entretejiendo me parecen muy bien llevadas y perfectamente acopladas y sus reflexiones que son el cuerpo de la novela, aunque no siempre comparto, son siempre interesantes, como esa de “lo que sucedió es igual a lo que no sucedió” o esa hermana gemela suya de que “nada sucede realmente”, ambas lo suficientemente crípticas y ambiguas como para que cada uno las interprete y las acepte según su estado y condición. P.D. Mi primer libro de Marías, y ahora que acabo de leer Los enamoramientos, veo que nuestros inicios no fueron un flechazo precisamente, pero ya se veía venir el inicio de una gran amistad. Y esa portada, lo que ha dado de sí esa portada, quién lo hubiera pensado. |
Victor se encuentra en una situación un tanto peculiar, en una cena con Marta Tellez, quien está casada y con un hijo de dos años, que aprovecho la ausencia de su marido para invitar a Victor a una velada romántica comienza a sentirse mal al momento de pasar al dormitorio, Victor pensando que esta se siente arrepentida no toma tanta importancia a esto, pero a medida que pasa el tiempo Marta empeora, pero como no desea que nadie sepa sobre la presencia de Victor en su casa solo le pide que se queden ahí juntos esperando que pase el dolor, pero el dolor no pasa y en un último aliento Marta piensa en su hijo y cae muerta en la cama, esto deja en un gran dilema a Victor, pues es un completo extraño en la casa, Marta acaba de fallecer y hay un niño en otro cuarto, irse o no irse, es la cuestión, irse sin avisar lo mantendría lejos de problemas, pero, dejar al niño solo es algo que le pesa, ¿avisarle al marido? , ¿a quién podría avisarle sin que lo culpen? Todas estas preguntas pasan por su mente mientras muchos pensamientos se revuelven en su mente. Bueno esto es básicamente el primer capítulo y aún le quedan diez más, en los que no nos hablan de nada, en su mayoría. La novela, para mí, estuvo muy densa, redundante y sentí que alargaba demasiado las ideas que quería dar, la idea en general cuando vi el resumen del libro se me hizo interesante, estar en la casa de tu amante y que esta de repente se muera, incluso hasta sonaba hilarante, pero es eterna su muerte, desde que siente el dolor de estómago hasta su inminente desenlace pasan como 40 páginas en las que el solo reflexiona, hubo ratos en que me desespero, como cuando se pone a reflexionar sobre el programa de televisión que empezó a ver mientras se acostaba en la cama a hacerle compañía a Marta, , cuando no sabía si llamar al marido o no, realmente me costó mucho seguir leyendo, y es que busque reseñas y en la mayoría alababan la prosa del autor, pero a mí se me hizo muy cargada y tediosa. Después de que se va que más historia podía darnos, faltaban 10 capítulos más y de repente empezaba a acosar a la familia, hablar de un discurso por muchas y muchas hojas y luego lo de pensar que su ex era una prostituta y la empieza a acosar. No pude congeniar con ninguno de los personajes, el protagonista es irritante y exasperante, mira que ir a meterte con la familia de la mujer que viste morir y que decidiste dejar al niño junto con el cadáver de su madre sin avisarle a nadie y llevándote los contactos de donde estaba el marido y todavía ir a querer hacerte amigo de esa familia, es de enfermos, y no hablemos del padre de Marta y el marido, incluso de la hermana de Marta. Creo que era una excelente trama para un libro con menos de 150 páginas, pero Javier Marías alargo demasiado la historia, que se alejó del tema principal, y se perdió la trama y se volvió tedioso, este libro me costó horrores terminar, pero me hacía sentir mal no terminarlo porque las reseñas explayaban lo hermoso que era el libro y lo magistral que era el autor, este definitivamente no fue el libro para mi + Leer más |
Ante todo he de decir que no me ha parecido una lectura fácil. Es el primer libro que leo del autor y me he encontrado con una retórica rica en recursos literarios que embellece la lectura pero que entorpece la trama. La entorpece, creo yo que con conocimiento, nos plantea sufrimiento y espera, nos deja ciegos por momentos. Cuando decide ir dando información no siempre nos da luz, por momentos nos lo oscurece un punto más. Novela de narrativa hispánica con gran carga de crítica social. Y aún siendo una novela de ficción incluye muchos datos reales. Transcurre en el periodo 1969 a 1995. Una novela de espías sin espías. Una narrativa de cocción lenta en la que nos presenta a sus personajes pero sobre todo nos muestra sus personalidades a la vez que define el entorno de la sociedad del momento. La historia, contada a dos voces, nos trae de Londres a Madrid y de Madrid a Londres. Londres, una ciudad que a finales de los sesenta se ve inmersa en la revolución sexual y la política. En contraluz, Madrid bajo la dictadura y con poca revolución y mucho menos de sexo( salvo para algunas clases sociales). Inglaterra, un país democrático que lucha contra el nazismo y favorece las libertades pero que a la vez tiene unos servicios secretos amplios y expandidos con mucho poder. España, un país inmerso en la dictadura con recorte de las libertades y la brigada social apretando tuercas, matando impunemente y generando terror. Y la pregunta es si ambos son comparables o no. Llegados a este punto, leer a Javier Marías me ha recordado a los escritores clásicos que plantean dudas y te hacen reflexionar y razonar. Pero sobre todo simbolismos de grandes obras como La odisea. Y ahora hablemos de Berta, nuestra Penelope, que pertenece a una generación pionera que conjuga estudiar con sacar adelante a sus hijos en una sociedad machista y patriarcal. Una mujer que desespera con la espera del que no sabe lo que espera. Una mujer que desde el principio sabe lo que quiere y con quien lo quiere y a través de esa determinación su vida toma un cauce que ella nunca pensó podría ser así. Los secretos, el amor, las relaciones conyugales o la violencia.... Son temas adheridos a la obra, están ahí siempre palpables y junto con ellos el miedo a desvelar lo que no debe ser desvelado o a dejar de querer sin querer dejarlo. Para terminar contaros que al final me ha gustado infinito, sobre todo porque habla de otros autores clásicos de los que usa alguna cita como T.S Eliot, Dickens o Shakespeare. Y ahora me tienta leer algo más del autor. Y tú ya lo has leído!?? + Leer más |
He vuelto a leer la novela, quizás porque en su día la leí (casi devoré) y no guardaba más que ligero recuerdo de la trama. Esta vez, más calmado, no me ha dejado tan buen recuerdo. Gran escritor dominador del lenguaje; capaz de largas disertaciones e intrincados pensamientos… pero, a veces se me ha hecho lento. No he podido abstraerme de que era un hombre haciéndose pasar por mujer y, en algunos motivos, me ha parecido simplista y convencional en sus juicios. Permisivo ante la impunidad que denuncia… Aún así, siempre puedes encontrar momentos de gran brillantez y opiniones que permiten una reflexión sobre el tema. Por lo que su lectura siempre es recomendable. |
Me siento pequeñito ante cualquier texto de Marías. Leo embobado su laberíntico discurso y disfruto tanto de la vía principal como de las incontables vías secundarias repletas de sinuosas disquisiciones que el autor va entrelazando sin pausa y con la maestría propia de aquellos que, como Wheeler, ese personaje del que Marías se sirve para resucitar a otro, Rylands, este de su novela Todas las almas, de la que esta se puede considerar en cierto sentido su continuación pues comparten narrador y personaje principal y al que al fin ponemos nombre –Jacques, pero también Jaime, Jacobo, Yago o Jack–, puede permitirse “excursos de excursos de excursos y regresar al cabo donde quería”. La forma es, como suele ser habitual en él, la confidencia, sin apremios que la constriñan, sin trama que la encorsete, y ante la que uno no osa interrumpir por no romper el ritmo, por no quebrar la atmósfera reveladora y así disfrutar del autor que Marías siempre ha ambicionado ser, ese que ya es para mí pues indiferente es de lo que me hable, sólo quiero que siga hablando. “Él tenía mucho que contar y que argumentar siempre…; su conversación me enseñaba, me instruía y me deslizaba ideas o me las renovaba, por no decir que me cautivaba.” Una verdad exagerada, es cierto, pues sugerentes y provocadoras son las muchas ideas que contienen estas páginas. La primera de ellas se encuentra ya en el párrafo que inicia la novela y en el que nos advierte de los peligros del contar, y quién mejor que un escritor que del contar ha hecho su vida, del impudor su oficio, para prevenirnos de ese deseo constante e insaciable del ser humano. “Contar es casi siempre un regalo, incluso cuando lleva e inyecta veneno el cuento, también es un vínculo y otorgar confianza, y rara es la confianza que antes o después no se traiciona, raro el vínculo que no se enreda o anuda, y así acaba apretando y hay que tirar de navaja o filo para cortarlo.” Contar es problemático porque no siempre se sabe cómo, no siempre es explicable lo importante, demasiados factores confluyen, no siempre es claro el orden de causalidad de esos factores o no siempre somos conocedores de todos los factores e incluso no sería raro que esos factores se hayan ido transformando en nuestra memoria hasta trastocar significados. Y por si esto no fuera suficiente razón para elegir el silencio, es de todos sabido que lo dicho se presta siempre a la tergiversación, a ser utilizado en nuestra contra. Lo dicho puede ser motivo de traición, de denuncia, de venta. Lo dicho nos debilita, nos sitúa en una situación de dependencia ante el que sabe, de fragilidad ante el que ha descubierto el modo de influirnos, de persuadirnos, de manipularnos. “Borrar, suprimir, cancelar, y haber callado ya antes, esa es la aspiración del mundo.” Pero tan imposible es borrar lo dicho, pretender que “lo que fue no haya sido”, como callar. Estamos impelidos a hablar, a relatar, a argumentar y a refutar, a exponer y a exponernos. Nos queman los secretos, nos repugna el olvido y la ignorancia por parte de los otros de lo que sabemos, de lo que hemos vivido y de lo que hemos pensado o solo soñado, no soportamos que desaparezca nuestra huella, nos pesa en el alma no liberar de nuestra alma tanto lo horroroso e inconfesable como la alegría, la esperanza y el amor. “En el fondo sólo nos interesa e importa lo que compartimos, lo que traspasamos y transmitimos. Queremos sentirnos parte de una cadena siempre, cómo decir, víctimas y agentes de un inagotable contagio.” Y aunque yo me cuento entre aquellos que prefieren no contar, entre los que raramente hablan de lo que sienten, de lo que sintieron, de lo que hicieron o les hicieron o harán, no por ello estoy a salvo. Siempre hay alguien para el que somos transparentes, siempre hay alguien que nos cale, que intuya lo que somos y lo que somos capaces de hacer y de no hacer y lo que podríamos llegar a hacer, alguien capaz de traer al presente nuestro “rostro mañana”. "Los individuos llevan sus probabilidades en el interior de sus venas, y sólo es cuestión de tiempo, de tentaciones y de circunstancias que por fin las conduzcan a su cumplimiento" Nosotros mismos podríamos ser ese alguien para otros, ser uno de los elegidos, de los "intérpretes de personas" o "traductores de vidas" o "anticipadores de historias", y así evitar la traición futura, la puñalada en la espalda, saber lo que a lo mejor no querríamos saber pues en el fondo odiamos el conocimiento y la certidumbre, e intuimos que “esa luz suspicaz, recelosa, interpretativa, inconforme con las apariencias y con lo evidente y llano” pueda encubrirnos la superficie, lo simple, nublarnos la visión de lo que no tiene doblez ni secreto y así convertirnos en nuestro propio dolor y nuestra fiebre. “Nos aburren la protección y la prevención y la alerta, y a todos nos gusta arrojar el escudo lejos y marchar ligeros blandiendo la lanza como un adorno.” Es más, nos aterra el precipicio de la equivocación, la posibilidad de lo improbable, la responsabilidad de lo visto y errado, y entonces el don del conocer se trastoca una vez más en maldición. ¿Se puede conocer hasta ese punto? ¿Podemos estar seguros del afecto presente, de la traición futura? ¿Se puede cambiar, se puede ser mañana en el que no se es hoy? Una y otra vez se cuestiona la palabra, su significado, las diferencias que en los mismos se da entre distintos idiomas, la relevancia de aquello que tiene su palabra en uno pero no en otro, el hecho de que tanto lo que decimos como lo que nos decimos está influenciado por el propio idioma elegido o solo puede ser bien expresado en él; una y otra vez Shakespeare , una y otra vez los mantras de la novela, “No debería uno contar nunca nada”, “Nada de lo que hubo se borra jamás del todo”, “Todo tiene su tiempo para ser creído”, “A veces resulta imposible explicar lo más decisivo”, “Hoy se detesta la certidumbre”, “Uno olvida mucho más lo que escribe que lo que lee, si le va dirigido; lo que envía que lo que recibe, lo que dice que lo que escucha, cuando agravia que cuando es ofendido”… Y, por supuesto, no faltan ni la intriga de una mancha de sangre, de un pasado misterioso, de una mujer con un perrito, ni la historia de amor, la pasada y la por venir. «Ella me mejoraba, me hacía más alegre y ligero, no tan cavilador, mucho menos peligroso, mucho menos enturbiado. 'My dear, my dear', pensé, y lo pensé en inglés porque era la lengua que estaba hablando y además hay cosas que avergüenzan menos en una que no es la propia, incluso si sólo son para el pensamiento. 'Si se me diera el olvido', pensé ahora ya en español. 'Si me lo dieras tú, tu olvido.'» + Leer más |
A pesar de la distancia que ya nos separa de aquellas dos atrocidades que fueron la Alemania de Hitler y la Rusia de Stalin pocas veces se han tratado en clave de parodia. Así, a bote pronto, solo me vienen a la mente aquel famoso libro que es Rebelión en la granja o, mucho más reciente, la estupenda película de La vida es Bella. Pues bien, dos historias centrales de este libro pienso que darían pie a estupendas parodias de aquellos mundos (dos grandes absurdos: un informe sobre el hombre polaco y la organización de un desfile militar soviético-alemán a las puertas del conflicto entre ambos países). El problema es que aquí se busca la verosimilitud dentro de un libro que pretende aportar una explicación de cómo todo aquello fue posible, y al mismo tiempo llamar la atención sobre la participación que en ello tuvieron incluso los propios judíos. Quizás ese contraste entre lo absurdo de los hechos y la verosimilitud buscada sea la causa de que con este libro me haya pasado lo mismo que con Las benévolas, con la que detecto un aire de familia: a pesar de que me interesa mucho lo que me cuentan, ninguno de ellos ha conseguido involucrarme en su trama ni ha logrado que me afecte apenas nada de lo que allí se cuenta (y mira que se cuentan cosas... y qué cosas). Y a pesar de ello me leí las más de mil páginas de aquella y me he leído las más de quinientas de esta, por lo que algo tendrán ambas obras para conseguir mantener mi atención y querer seguir hasta terminarlas... y descubrir un final que, para no desentonar con mi impresión previa, ni fu ni fa. + Leer más |
“Una forma supersticiosa de explicarse lo inexplicable, la literatura.” Marías es fiel a ciertos personajes que saltan de una novela a otra sin apenas despeinarse, algunos debido a una evidente imposibilidad física, como es fiel también a una forma literaria en la que los entresijos de la trama, habitualmente escasa pero aquí con algo más de peso, se van desgranando con una enervante pereza mientras sus personajes, y el narrador siempre es uno más, se dedican a una imparable sucesión de reflexiones, lucubraciones y comentarios acerca de un puñado de ideas, fobias y obsesiones hacia las que el autor también muestra una fidelidad inquebrantable. “Presumía de precisión, aunque a veces, en su búsqueda, tuviera tendencia a divagar.” En el centro de la trama de esta novela está la siempre difícil disyuntiva entre saber y no saber, un dilema abordado desde dos vertientes, la personal y la colectiva: saber si hay o hubo crueldad imperdonable en un gran amigo y, por el otro lado, la necesidad o no de sacar a la luz las atrocidades que perpetró el régimen franquista, sus dirigentes, sus afines, los vencedores, durante los duros años de la posguerra. Es por ello que la historia no podía tener un marco más apropiado que la transición española, un período político frecuentemente alabado como ejemplar y pragmático y que ahora, después de que aquellos que no fueron ni juzgados ni señalados en su momento emergen nuevamente con fuerza y descaro en la piel de sus hijos y nietos, está siendo seriamente cuestionado… y con toda la razón del mundo. “Cuando uno renuncia a saber lo que no se puede saber… empieza lo malo, pero a cambio lo peor queda atrás.” No siempre, Javier, no siempre es mejor no saber, ni aun la decisión de no saber, aunque el no saber nos conceda la libertad de decidir por nosotros mismos lo que fue y nos permita vivir con ese saber precario. Porque tampoco es cierto que la verdad tenga un lugar y solo uno, un tiempo y solo uno. La verdad no es siempre tan débil, tan sujeta a la opinión, hay verdades tan necesarias y palmarias que deberían estar siempre en nuestro lugar, en nuestro tiempo, que no se enquisten ni se entierren ni terminen siendo un simple rumor, eficaz, sí, pero fácilmente esquivable y rebatible por sus protagonistas. Por el contrario, sí te concedo que en el terreno personal la ignorancia pueda ser a veces deseable y hasta conveniente. Como es a veces muy cierto que la incertidumbre puede ser peor que la certeza, que saber puede ser el inicio de lo malo pero que también puede dejar lo peor atrás. “A veces propiciamos que ocurra lo que más tememos porque la única manera de libranos del pavor es que el mal haya acontecido ya.” Es esta una historia en la que Javier Marías pone nuevamente de manifiesto lo difícil que es conocer a nadie, saber lo que piensa, lo que siente, por muy íntima que sea la relación, la necesidad de contar y el peligro de que nos cuenten, la imposible seguridad sobre todo aquello que nos cuentan, lo terrible de la espera, lo inestable e inseguro de la memoria… Y como hilo conductor de todo ello, un matrimonio desdichado y su historia de amor y desamor en la que no faltan las mentiras, lo rencores y las venganzas, un hilo que a veces he encontrado algo deshilachado. Todo parece trágico pero casi nada está tratado aquí de una forma trágica, hay mucho humor que hace de estupendo contrapeso a los infortunios y lo sucio y vil de algunos personajes. Quizás sea la novela de Marías en la que con más humor me he topado, donde quizás he encontrado más claramente su idea de lo patéticas que son a veces nuestras desdichas, siempre las mismas, sota, caballo y rey. “Lo que importó ya no importa o muy poco, y para ese poco hay que hacer un esfuerzo; lo que resultó crucial se revela indiferente, y aquello que nos desgarró la vida se nos aparece como una niñería, una exageración, una tontería.” Al fin y al cabo, ¿qué somos?, nada… “…. nieve que cae y no cuaja, como lagartija que trepa por una soleada tapia en verano y se detiene un instante ante el perezoso ojo que no va a registrarla. Seré lo que fue, y que al no ser más, ya no ha sido. Seré un susurro inaudible, una fiebre pasajera y leve, un rasguño al que no se hace caso y que se cerrará en seguida. Es decir, seré tiempo, lo que jamás se ha visto, ni puede nunca ver nadie.” + Leer más |
“Yo soy mi propio dolor y mi fiebre.” Siendo posiblemente la más entretenida de las tres entregas, esta es la que menos me ha satisfecho. Será que el veneno que Javier Marías me ha ido inoculando en las tomas anteriores me ha vacunado para esta nueva dosis de menor toxicidad, algo que intuí desde su inicio, mucho menos potente que el de sus dos hermanas mayores. No faltaron impactantes imágenes de violencia en las dos primeras novelas, pero es en esta donde el tema toma protagonismo, una violencia a muchos niveles, empezando por la institucional que, según Bertrand Tupra, ese oscuro jefe del grupo encargado de vislumbrar los rostros mañana para el que fue captado nuestro protagonista Deza, no solo es consustancial y necesaria para el buen ejercicio del poder, sino que es una consecuencia inevitable de la ley de la selva que todos llevamos en nuestro ADN y a la que nos abandonamos a la menor oportunidad. “… la aplicamos mucho más de lo que nos reconocemos, sólo que disimuladamente, con un barniz de civilidad en las formas o bajo el disfraz de otras leyes y regulaciones respetuosas, más lentamente y con numerosos rodeos y trámites, todo es más trabajoso pero en el fondo es la ley que rige, es la que manda.” ¿Por qué no se puede ir por ahí pegando y matando?, pregunta Tupra. Muchas respuestas nos vienen a la mente, como le vinieron a Deza, todas ellas aprendidas, sin una gota de pensamiento propio: porque no está bien, porque la moral lo condena, porque la ley lo prohíbe, porque se puede ir a la cárcel, o al patíbulo en otros sitios, porque no se debe hacer a nadie lo que no quiero que a mí me haga nadie, porque es un crimen, porque hay piedad, porque es pecado, porque es malo, porque la vida es sagrada… pero que, a poco que lo meditemos seriamente, ninguna de ellas parece incuestionable ni definitiva. Como tampoco lo es la que aporta el protagonista, la suya, la pensada: Porque no podría vivir nadie, una respuesta que él mismo se encargará de refutar sin mucho asombro tras convertirse en sombra. Una transmutación que ni él, con sus grandes poderes de interpretación, supo anticipar. Una prueba más de lo tuertos y tontos que nos volvemos cuando se trata de mirarnos a nosotros mismos, siempre prestos a la autojustificación y al autodescargo. “Fue necesario y evité así un mal mayor, o eso creía; otros se habrían encargado de hacer lo mismo, sólo que con mucha más crueldad y más daño. Maté a uno para que no mataran a diez… defendía a mi Dios, a mi Rey, mi patria, mi cultura, mi raza; mi bandera, mi leyenda, mi lengua, mi clase, mi espacio; mi honor, a los míos, mi caja fuerte, mi monedero y mis calcetines. Y en resumen, tuve miedo… fue la época, quien no la haya vivido no puede entenderlo. Ah no, fue el lugar, era malsano, era oprimente, quien no haya estado allí no puede ni figurarse nuestra enajenación y su hechizo… yo no quería, yo fui ajeno, ocurrió sin mi voluntad, como en las humaredas tortuosas del sueño, eso fue cosa de mi vida teórica o entre paréntesis, de la que en realidad no cuenta, no pasó más que a medias y sin mi consentimiento pleno.” La responsabilidad de lo hecho, de lo no evitado, de lo dicho y de lo callado, hasta de lo pensado (Nos convencemos de no haber tenido tal pensamiento indigno ni tal otro maligno, de no haber deseado a esa mujer o esa muerte), toreada tan aseadamente por algunos, sufrida trágicamente por otros. Una responsabilidad que no se disculpa por el veneno que nos inocularon, aquello que vimos y hubiéramos deseado no ver, que oímos sin quererlo. En fin, ambas, la inclemencia y el dolor y la fiebre, son, han sido y serán siempre parte del estilo del mundo. “Una vez que una idea nos entra en la mente es imposible no haberla tenido y resulta muy arduo expulsarla o borrarla, lo mismo da cuál sea: quien concibe una venganza es muy probable que intente cumplirla, y si no puede por pusilanimidad, o por su vasallaje, o ha de esperar largo tiempo por las circunstancias, entonces lo más seguro es que viva ya con ella y que le amargue las duermevelas con su latido nocturno.” Junto a este asunto de la violencia, anidado en este monólogo interior con otros muchos temas, subtemas y corolarios, está el del relato de nuestra vida, el que nos hacemos a nosotros mismos, el que queda para los otros tras nuestra muerte o el que se olvida y desaparece como si no se hubiera producido, como si no hubiéramos existido (somos todos como nieve sobre los hombros, resbaladiza y mansa, y la nieve siempre para) presente también en toda la trilogía y coronado aquí por las muertes de dos personajes fundamentales, Peter Wheeler, su mentor, y Juan Deza, su padre (trasuntos de Peter Russell y Julián Marías). “La gente detesta ser omitida o pasada por alto y prefiere siempre ser vista y juzgada, para bien o para mal o aun para fatal, incluso lo necesita y lo ansia… Es como una doble necesidad contradictoria: quiero que se sepa qué soy y qué he sido, y que se conozcan mis hechos, lo cual me causa pavor al mismo tiempo, porque puede arruinar para siempre el cuadro que me estoy pintando.” En fin, me separo, pues, con cierta pena de Deza, este esnob, arrogante, muchas veces pedante, cansino en su insistencia filológica, obsesivo en sus reflexiones, reflexivo con sus obsesiones, pero siempre hipnótico en sus espirales discursivas. Me separo sí, pero por poco tiempo y sabiendo que se llame Deza o se llame como se llame no tengo ninguna duda de que me volveré a topar con esta voz narrativa, que no es la de un personaje sino la de todos ellos, la del autor. “Para qué hizo esto, dirán de ti, para qué tanta zozobra y la aceleración de su pulso, para qué aquel movimiento, y aquel vuelco; y de mí dirán: por qué habló o calló y guardó tantas ausencias, para qué aquel vértigo, tantas las dudas y tal tormento, para qué dio aquellos y tantos pasos. Y de los dos dirán: por qué se enfrentaron y para qué tanto esfuerzo, para qué guerrearon en lugar de mirar y de quedarse quietos, por qué no supieron verse o seguirse viendo, y a qué tanto sueño y aquel rasguño, mi dolor, mi palabra, tu fiebre, nuestro veneno y la sombra, y tantas las dudas, y tal tormento.” + Leer más |
"Llevo 15 años esperando ser amado por Natalia Monte, mi mujer; usted en cambio es un advenedizo, señor" Marías, hablando de su método de escritura, afirma que "No sólo no sé lo que quiero escribir, ni a dónde quiero llegar, ni tengo un proyecto narrativo que yo pueda enunciar antes ni después de que mis novelas existan, sino que ni siquiera sé, cuando empiezo una, de qué va a tratar, o lo que va a ocurrir en ella, o quiénes y cuántos serán sus personajes, no digamos cómo terminará.” Y aun así no es esto lo más curioso del método, no es la inexistencia de un proyecto previo que guíe los esfuerzos iniciales, ni que sea una simple imagen, tal y como el autor confesó en un prólogo a una de las ediciones de la novela, lo que pueda desencadenar el impulso sin dirección de su escritura. De hecho, no me es nada difícil suponerlo en un viejo vagón de tren, de aquellos en los que varios pasajeros compartían un habitáculo al que se accedía por una puerta lateral, aburrido ya de la lectura elegida para hacer más llevadero el trayecto, exhalando el humo de un cigarrillo y entretenido en imaginar una historia para sus tres desconocidos acompañantes que por pura casualidad han coincidido con él en aquel compartimento: una preciosa mujer dormida entre dos hombres de presencia dispar. Lo que pasó a continuación y el autor descubrió a medida que lo imaginaba, y escribía después, lo harán ustedes si deciden emprender su lectura, lo cual aconsejo. Pero, como les decía, no es esto lo que más me llamó la atención de su método, sino lo que sucede a continuación, una vez empezada la escritura de la novela, si es que este comentario en ella recogido se le puede aplicar a él mismo: “… un hombre que escribe puede empezar a entender lo que escribe a partir de una frase casual que le hace saber –no de golpe, sino paulatinamente– por qué todas las anteriores fueron así, por qué fueron escritas de aquella manera.” De lo que no puedo informales, por más que quisiera, es de cuál puede ser esa frase, ese momento del texto a partir del cual todo encajó, lo anterior y lo posterior, lo ya escrito y lo que quedaba por escribir, pues bien es cierto que la novela tiene una larga parte inicial en la que el narrador vaga por Madrid con la misma falta de propósito que parece tener el autor al describir aspectos de la vida errante de su personaje o los detalles que resalta de las gentes y las calles de esa ciudad que, por ser la de la adolescencia de su protagonista, hacía más profunda su soledad. Quizá la existencia de este inicio, hasta cierto punto inane, venga a representar su vida anterior al encuentro en el tren, en la que, según nos dice su narrador, solo… “Temía y aguardaba y pensaba… pensaba tanto por entonces que llegué a estar harto de mí mismo. Era, además, un pensamiento irreflexivo, no guiado, fluctuante, sin meta ni punto de arranque, insoportable.” Bien, pues ya les digo yo que insoportable tampoco, más bien todo lo contrario. Siempre es interesante perderse entre las muchas lucubraciones que el autor tiene por costumbre intercalar en su discurso, más si son tan divertidas como las aquí referidas —la novela es de las más proustianas y la más cómica que de él he leído—. Me refiero a esos comentarios acerca de los viajantes de comercio, con una vida tan parecida a la de los cantantes de ópera, oficio del protagonista, que a causa de su errante soledad no faltaba nunca alguno que en el hotel se abriera las venas o acuchillara a un botones o exhibiera sus partes por los pasillos o sofaldara en el ascensor a alguna mujer estupefacta; o el caso de la soprano que tenía sus más y sus menos con el violinista de la orquesta y que tras aliviar una de sus urgencias entre bambalinas salió al escenario del ensayo general con un pecho todavía fuera; o el caso maravilloso del tenor que no soportaba la visión de un asiento vacío en la platea, por lo que los huecos debían ser ocupados por falsos aficionados o, si aún no fuera suficiente, por “los propios acomodadores, porteros, encargadas del guardarropa, mujeres de la limpieza y aún taquilleras”, y que, en el paroxismo de su locura, llegó él mismo a ocupar ese asiento vacío chillando indignado por la tardanza en empezar la función que él mismo debía representar. Y todo esto sin hablar de la ironía que supone el que la obra que se está representando en el Teatro de la Zarzuela con la participación de nuestro tenor El león de Nápoles, apodo que también tiene lo suyo, sea Otelo, porque lo que aquí se nos termina contando una vez encauzado el relato es el recuerdo que su protagonista tiene de unos hechos ocurridos años antes, y vueltos a vivir en sueños la noche anterior al inicio de su relato, por los que se vio envuelto en un triángulo amoroso de trágico final. Y para colmo, este entrelazamiento de narración en primera persona, siempre sospechosa y parcial, recuerdos y sueños configuran una narración plagada de huecos que el lector querrá tapar con la misma obsesión que el tenor su platea, incluido un final no totalmente rematado. No hay queja que valga. El autor, por boca de su narrador, empezó la novela pidiendo disculpas por la falta de conclusión y enseñanza, tal y como viene pasando en los sueños, de los que uno se suele despertar justo antes de conocer el desenlace… “…como si el impulso onírico quedara agotado en la representación de los pormenores y se desentendiese del resultado, como si la actividad de soñar fuese la única aún ideal y sin objetivo.” + Leer más |
“… lo seguía queriendo y mi conocimiento de lo que había hecho me daba asco; no él, sino mi conocimiento.” Admiro a Javier Marías, lo admiro como novelista, aunque no fuera una admiración a primera vista, admiro la valentía que muestra en sus artículos periodísticos pese a no comulgar siempre con su contenido, hasta disfruto de sus arrebatos incendiarios en contra de las tonterías, políticamente correctas o no, con las que tanto majadero se pone en ridículo, pero no siento por él ni de lejos ese enamoramiento del que aquí nos habla, ese capaz de hacerme sentir conforme con cualquier migaja que me ofrezca, que me obligue a interesarme por todo aquello por lo que él muestre interés, no siento esa debilidad, esa enfermedad del enamoramiento que me haría rendirme a cualquier cosa que de él viniera. Ni falta que hace, me diría él con toda la razón del mundo, ni falta que hace. Pero así es, no me conformo con estas migajas que para mí han sido “Los enamoramientos”, por mucho que me haya divertido en ciertos momentos, por mucho que haya disfrutado de algunos de sus soliloquios. Me tiene acostumbrado a más y no me puedo conformar con menos, no con él. Todos aquellos que le seguimos sabemos cómo será el cicerone que nos guíe en cada novela —aunque en este caso sea una mujer no esperábamos otra cosa—, un narrador-personaje obsesivo con los detalles, con las palabras, con los gestos, con sus significados, con sus intenciones, con las relaciones con otros detalles, con otras palabras, con otros gestos, dando pie casi cada uno de ellos a un pensamiento, a una explicación, a un relato, un afluente que ya no es el río pero por el que fluyen las mismas aguas; un aficionado a subirse al púlpito para despacharse a gusto contra modos y maneras, enemigo a muerte de la estupidez que tanto abunda, más feroz cuanto más popular sea, y cuya voz, sin apenas variaciones, irá prestando a todos y a cada uno de los personajes de la novela que gustosos completarán, matizarán, ampliarán el discurso de nuestro siempre educado, culto, elegante y hasta algo pedante cicerone. Todo ello envuelto en una trama mínima, la justa y necesaria para el provechoso desarrollo del discurso que toque. Algo que no me molesta en absoluto, coincido plenamente con Lobo Antunes cuando dice aquello de que “la intriga muchas veces no es más que el clavo del cual se cuelgan los cuadros”. Pues bien, será esa inquebrantable seguridad en la que vive quién se siente amado en esos términos, mayor aun si además no corresponde en la misma medida, que no he apreciado mucho esfuerzo, fundamentalmente en la primera mitad de la novela, por conseguir que esa mínima trama engarce de forma hábil y verosímil (aunque la vida esté llena de verdades inverosímiles, eso no lo hace menos bochornoso, por utilizar una expresión suya), las perlas que, sin duda, también esta obra contiene, aunque estén tal mal acompañadas de un buen surtido de baratijas, más abundantes que lo habitual, trivialidades que no dejan de serlo por muy bella que sea la forma de exponerlas ni por muchas vueltas, rodeos y perspectivas que sobre ellas y de ellas se dé. Es más, qué bajón en el discurso cuando por fin coge empaque la trama en la segunda mitad. Quizá en parte porque las cegueras del enamoramiento, punto fuerte de esta segunda parte, me interesan menos que la tragedia que significa la muerte, tema que centra la primera. Y tiene razón Marías al afirmar que pasado un tiempo da igual lo que ocurra en las novelas que “Lo interesante son las posibilidades e ideas que nos inoculan y traen a través de sus casos imaginarios”, sobre todo a los que, como yo, somos tirando a pez. Pero es que en esta ocasión mucho de lo que en ella sucede suena forzado —algo que con gran disgusto leí que achacaba al mismísimo Zola—, muy traído por los pelos, tanto que el autor mismo se vio en la necesidad de dar más de una vez un sinfín de explicaciones que, lamentablemente, más que desenredar el entuerto hacían más patente lo artificioso de lo explicado. Tanto que, dado el sentimiento que con el autor tengo, llego a pensar que fue intencionado, que es buscada la parodia de esta vida estúpida, tan llena de casualidades inauditas, de razones disparatadas, de rebuscadas situaciones, donde tiene cabida “lo inverosímil y aun lo imposible, lo que ni siquiera cabía en el cálculo de probabilidades por el que nos regimos”. O, y esto ya es rizar el rizo, soy capaz de ver en “Los enamoramientos” nada más que un mero anuncio publicitario de la edición que hizo Reino de Redonda de algunas “nouvelles” de Balzac, algo que, de hecho, es en cualquier caso. Ni siquiera, y ya termino, tuvo el detalle de agradarme con el final justiciero que yo hubiera preferido arrojándome un buen puñado de la impunidad de la que tantos y tantos hechos disfrutan en la vida real. Y a pesar de todo seguiré leyendo a Marías, no quiero que esta lectura sea “lo único verdadero, y además definitivo” por ser precisamente lo último que de él lea, no quiero, como tan bien se argumenta en la novela, que este sea el final que todo lo enturbie, que todo el pasado contamine. Al fin y al cabo… “Sí, es muy grave, es muy grave. Pero es él, aún es él… Un hombre normal en esencia, que había hecho una sola excepción.” + Leer más |
Javier Marías es un autor del que disfruto –mucho- desde hace poco tiempo, un autor que pasó sin pena ni gloria por mis lecturas de juventud, un autor para el que he tardado tiempo –mucho- en estar preparado. El valor de su literatura, ese que fui incapaz de apreciar en mis primeras lecturas, reside, al menos en lo que a mí respecta, en su música, en la cadencia con la que construye su inagotable cadena de asociaciones, en la armonía con la que hilvana el relato en torno a la confidencia, a la reflexión, al oficio de testigo de hechos y personas que merecen, por motivos personalísimos, el homenaje de su escritura. “Todas las almas” es un paseo sin rumbo determinado por la ciudad de Oxford en el que Marías dirige nuestra mirada hacia sus gentes, hacia aquellas que conoció un profesor español que pasó dos años de su vida en esta peculiar población británica. Todo importa en su discurso repleto de digresiones, da igual que el recuerdo del que parta sean bolsas de basura, libreros de viejo, o el encuentro no concluido con una desconocida en una estación de tren, el relato tiene el magnetismo de la confesión, el regusto de aquello que en realidad no es pero que se nos antoja como lo que en los propios términos del autor se recoge en el verbo inglés “to eavesdrop”: “escuchar indiscretamente, secretamente, furtivamente, con una escucha deliberada y no casual ni indeseada”. No es, pues, la historia de unos hechos sino las confidencias sobre un pasado que vuelve revestido por el ahora que actualmente somos. Es el testimonio de la huella que pervive de aquello que nos ocurrió, de aquello de lo que fuimos testigo o de aquello que nos contaron otros. Se recuerda desde un presente no diferente en esencia al pasado ni al futuro pues “los tiempos nunca son muy distintos, aunque lo parezca”, en el que, o bien se han materializado, o bien hemos conseguido escapar de los fantasmas juveniles que poblaron nuestro por-venir, pero en el que con total seguridad se han instalado otros que ni siquiera habíamos llegado a imaginarnos; un presente más cercano a ese momento insoportable en el que “habrá que renunciar a todo”, en el que dejaremos de fantasear con lo que ha de venir, en el que las personas en las que podemos pensar han ido desapareciendo; “No puedo permitirme disponer de todo mi tiempo y no tener en quién pensar, porque si lo hago, sino pienso en alguien sino sólo en las cosas, si no vivo mi estancia y mi vida en el conflicto con alguien o en su previsión o anticipación, acabaré no pensando en nada, desinteresado de cuanto me rodea y también de cuanto pueda provenir de mí.” un presente en el que se piensa y se recuerda con una sospechosa densidad de detalles en... “nuestros hombres y en nuestras mujeres, en los que ya han sido nuestros o lo podrían ser, en los que ya conocemos y en los que nunca conoceremos, en los que fueron jóvenes y en los que lo serán, en los que han estado ya en nuestras camas y en los que nunca pasarán por ellas” un presente construido desde el pasado pero también desde la “negra espalda del tiempo”, lo no ocurrido, lo que nos aguarda, lo que ni siquiera llegará a acontecer, el pasado como futuro y el futuro como pasado; “miré abiertamente al rostro de Clare Bayes y, sin conocerla, la vi como alguien que pertenecía ya a mi pasado. Quiero decir como alguien que ya no era de mi presente, como alguien que nos interesó enormemente y dejó de interesarnos o que ya ha muerto, como alguien que fue o a quien un día ya antiguo condenamos a haber sido, tal vez porque ese alguien nos había condenado a nosotros a dejar de ser mucho antes.” Así es el paseo al que nos invita Marías, y si todo lo dicho puede dar una impresión de pesadez, de gris y sobada trascendencia, nada más lejos de la realidad. El tono es de una elegante ligereza, de una engañosa frivolidad; el relato, repleto de ironía y humor, es una sabia mezcla de reflexión y anécdota, y en él pueden encontrarse momentos de gran comicidad como aquel en el que se describe minuciosamente y con grandes dosis de mala leche el transcurso de una “high table” o cena de gala que periódicamente organizan los colleges de Oxford. Javier Marías se ha convertido ya en uno de esos autores que consiguen que la literatura siga siendo para mí, al igual que la vida continúa siendo para uno de sus ancianos personajes, un mundo en el que “sigo queriendo más: lo quiero todo; y lo que me hace levantarme por las mañanas sigue siendo la espera de lo que está por llegar y no se anuncia.” + Leer más |
¿Cómo se llama el presentador de Los Juegos del Hambre?