InicioMis librosAñadir libros
Descubrir
LibrosAutoresLectoresCríticasCitasListasTest
>

Crítica de Guille63


Guille63
12 March 2023
“Yo soy mi propio dolor y mi fiebre.”

Siendo posiblemente la más entretenida de las tres entregas, esta es la que menos me ha satisfecho. Será que el veneno que Javier Marías me ha ido inoculando en las tomas anteriores me ha vacunado para esta nueva dosis de menor toxicidad, algo que intuí desde su inicio, mucho menos potente que el de sus dos hermanas mayores.

No faltaron impactantes imágenes de violencia en las dos primeras novelas, pero es en esta donde el tema toma protagonismo, una violencia a muchos niveles, empezando por la institucional que, según Bertrand Tupra, ese oscuro jefe del grupo encargado de vislumbrar los rostros mañana para el que fue captado nuestro protagonista Deza, no solo es consustancial y necesaria para el buen ejercicio del poder, sino que es una consecuencia inevitable de la ley de la selva que todos llevamos en nuestro ADN y a la que nos abandonamos a la menor oportunidad.

“… la aplicamos mucho más de lo que nos reconocemos, sólo que disimuladamente, con un barniz de civilidad en las formas o bajo el disfraz de otras leyes y regulaciones respetuosas, más lentamente y con numerosos rodeos y trámites, todo es más trabajoso pero en el fondo es la ley que rige, es la que manda.”

¿Por qué no se puede ir por ahí pegando y matando?, pregunta Tupra. Muchas respuestas nos vienen a la mente, como le vinieron a Deza, todas ellas aprendidas, sin una gota de pensamiento propio: porque no está bien, porque la moral lo condena, porque la ley lo prohíbe, porque se puede ir a la cárcel, o al patíbulo en otros sitios, porque no se debe hacer a nadie lo que no quiero que a mí me haga nadie, porque es un crimen, porque hay piedad, porque es pecado, porque es malo, porque la vida es sagrada… pero que, a poco que lo meditemos seriamente, ninguna de ellas parece incuestionable ni definitiva. Como tampoco lo es la que aporta el protagonista, la suya, la pensada: Porque no podría vivir nadie, una respuesta que él mismo se encargará de refutar sin mucho asombro tras convertirse en sombra. Una transmutación que ni él, con sus grandes poderes de interpretación, supo anticipar. Una prueba más de lo tuertos y tontos que nos volvemos cuando se trata de mirarnos a nosotros mismos, siempre prestos a la autojustificación y al autodescargo.

“Fue necesario y evité así un mal mayor, o eso creía; otros se habrían encargado de hacer lo mismo, sólo que con mucha más crueldad y más daño. Maté a uno para que no mataran a diez… defendía a mi Dios, a mi Rey, mi patria, mi cultura, mi raza; mi bandera, mi leyenda, mi lengua, mi clase, mi espacio; mi honor, a los míos, mi caja fuerte, mi monedero y mis calcetines. Y en resumen, tuve miedo… fue la época, quien no la haya vivido no puede entenderlo. Ah no, fue el lugar, era malsano, era oprimente, quien no haya estado allí no puede ni figurarse nuestra enajenación y su hechizo… yo no quería, yo fui ajeno, ocurrió sin mi voluntad, como en las humaredas tortuosas del sueño, eso fue cosa de mi vida teórica o entre paréntesis, de la que en realidad no cuenta, no pasó más que a medias y sin mi consentimiento pleno.”

La responsabilidad de lo hecho, de lo no evitado, de lo dicho y de lo callado, hasta de lo pensado (Nos convencemos de no haber tenido tal pensamiento indigno ni tal otro maligno, de no haber deseado a esa mujer o esa muerte), toreada tan aseadamente por algunos, sufrida trágicamente por otros. Una responsabilidad que no se disculpa por el veneno que nos inocularon, aquello que vimos y hubiéramos deseado no ver, que oímos sin quererlo. En fin, ambas, la inclemencia y el dolor y la fiebre, son, han sido y serán siempre parte del estilo del mundo.

“Una vez que una idea nos entra en la mente es imposible no haberla tenido y resulta muy arduo expulsarla o borrarla, lo mismo da cuál sea: quien concibe una venganza es muy probable que intente cumplirla, y si no puede por pusilanimidad, o por su vasallaje, o ha de esperar largo tiempo por las circunstancias, entonces lo más seguro es que viva ya con ella y que le amargue las duermevelas con su latido nocturno.”

Junto a este asunto de la violencia, anidado en este monólogo interior con otros muchos temas, subtemas y corolarios, está el del relato de nuestra vida, el que nos hacemos a nosotros mismos, el que queda para los otros tras nuestra muerte o el que se olvida y desaparece como si no se hubiera producido, como si no hubiéramos existido (somos todos como nieve sobre los hombros, resbaladiza y mansa, y la nieve siempre para) presente también en toda la trilogía y coronado aquí por las muertes de dos personajes fundamentales, Peter Wheeler, su mentor, y Juan Deza, su padre (trasuntos de Peter Russell y Julián Marías).

“La gente detesta ser omitida o pasada por alto y prefiere siempre ser vista y juzgada, para bien o para mal o aun para fatal, incluso lo necesita y lo ansia… Es como una doble necesidad contradictoria: quiero que se sepa qué soy y qué he sido, y que se conozcan mis hechos, lo cual me causa pavor al mismo tiempo, porque puede arruinar para siempre el cuadro que me estoy pintando.”

En fin, me separo, pues, con cierta pena de Deza, este esnob, arrogante, muchas veces pedante, cansino en su insistencia filológica, obsesivo en sus reflexiones, reflexivo con sus obsesiones, pero siempre hipnótico en sus espirales discursivas. Me separo sí, pero por poco tiempo y sabiendo que se llame Deza o se llame como se llame no tengo ninguna duda de que me volveré a topar con esta voz narrativa, que no es la de un personaje sino la de todos ellos, la del autor.

“Para qué hizo esto, dirán de ti, para qué tanta zozobra y la aceleración de su pulso, para qué aquel movimiento, y aquel vuelco; y de mí dirán: por qué habló o calló y guardó tantas ausencias, para qué aquel vértigo, tantas las dudas y tal tormento, para qué dio aquellos y tantos pasos. Y de los dos dirán: por qué se enfrentaron y para qué tanto esfuerzo, para qué guerrearon en lugar de mirar y de quedarse quietos, por qué no supieron verse o seguirse viendo, y a qué tanto sueño y aquel rasguño, mi dolor, mi palabra, tu fiebre, nuestro veneno y la sombra, y tantas las dudas, y tal tormento.”

Comentar  Me gusta         00



Comprar este libro en papel, epub, pdf en

Amazon ESAgapeaCasa del libro