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Crítica de Guille63


Guille63
10 March 2023
“… lo seguía queriendo y mi conocimiento de lo que había hecho me daba asco; no él, sino mi conocimiento.”

Admiro a Javier Marías, lo admiro como novelista, aunque no fuera una admiración a primera vista, admiro la valentía que muestra en sus artículos periodísticos pese a no comulgar siempre con su contenido, hasta disfruto de sus arrebatos incendiarios en contra de las tonterías, políticamente correctas o no, con las que tanto majadero se pone en ridículo, pero no siento por él ni de lejos ese enamoramiento del que aquí nos habla, ese capaz de hacerme sentir conforme con cualquier migaja que me ofrezca, que me obligue a interesarme por todo aquello por lo que él muestre interés, no siento esa debilidad, esa enfermedad del enamoramiento que me haría rendirme a cualquier cosa que de él viniera. Ni falta que hace, me diría él con toda la razón del mundo, ni falta que hace.

Pero así es, no me conformo con estas migajas que para mí han sido “Los enamoramientos”, por mucho que me haya divertido en ciertos momentos, por mucho que haya disfrutado de algunos de sus soliloquios. Me tiene acostumbrado a más y no me puedo conformar con menos, no con él.

Todos aquellos que le seguimos sabemos cómo será el cicerone que nos guíe en cada novela —aunque en este caso sea una mujer no esperábamos otra cosa—, un narrador-personaje obsesivo con los detalles, con las palabras, con los gestos, con sus significados, con sus intenciones, con las relaciones con otros detalles, con otras palabras, con otros gestos, dando pie casi cada uno de ellos a un pensamiento, a una explicación, a un relato, un afluente que ya no es el río pero por el que fluyen las mismas aguas; un aficionado a subirse al púlpito para despacharse a gusto contra modos y maneras, enemigo a muerte de la estupidez que tanto abunda, más feroz cuanto más popular sea, y cuya voz, sin apenas variaciones, irá prestando a todos y a cada uno de los personajes de la novela que gustosos completarán, matizarán, ampliarán el discurso de nuestro siempre educado, culto, elegante y hasta algo pedante cicerone. Todo ello envuelto en una trama mínima, la justa y necesaria para el provechoso desarrollo del discurso que toque. Algo que no me molesta en absoluto, coincido plenamente con Lobo Antunes cuando dice aquello de que “la intriga muchas veces no es más que el clavo del cual se cuelgan los cuadros”.

Pues bien, será esa inquebrantable seguridad en la que vive quién se siente amado en esos términos, mayor aun si además no corresponde en la misma medida, que no he apreciado mucho esfuerzo, fundamentalmente en la primera mitad de la novela, por conseguir que esa mínima trama engarce de forma hábil y verosímil (aunque la vida esté llena de verdades inverosímiles, eso no lo hace menos bochornoso, por utilizar una expresión suya), las perlas que, sin duda, también esta obra contiene, aunque estén tal mal acompañadas de un buen surtido de baratijas, más abundantes que lo habitual, trivialidades que no dejan de serlo por muy bella que sea la forma de exponerlas ni por muchas vueltas, rodeos y perspectivas que sobre ellas y de ellas se dé. Es más, qué bajón en el discurso cuando por fin coge empaque la trama en la segunda mitad. Quizá en parte porque las cegueras del enamoramiento, punto fuerte de esta segunda parte, me interesan menos que la tragedia que significa la muerte, tema que centra la primera.

Y tiene razón Marías al afirmar que pasado un tiempo da igual lo que ocurra en las novelas que “Lo interesante son las posibilidades e ideas que nos inoculan y traen a través de sus casos imaginarios”, sobre todo a los que, como yo, somos tirando a pez. Pero es que en esta ocasión mucho de lo que en ella sucede suena forzado —algo que con gran disgusto leí que achacaba al mismísimo Zola—, muy traído por los pelos, tanto que el autor mismo se vio en la necesidad de dar más de una vez un sinfín de explicaciones que, lamentablemente, más que desenredar el entuerto hacían más patente lo artificioso de lo explicado. Tanto que, dado el sentimiento que con el autor tengo, llego a pensar que fue intencionado, que es buscada la parodia de esta vida estúpida, tan llena de casualidades inauditas, de razones disparatadas, de rebuscadas situaciones, donde tiene cabida “lo inverosímil y aun lo imposible, lo que ni siquiera cabía en el cálculo de probabilidades por el que nos regimos”. O, y esto ya es rizar el rizo, soy capaz de ver en “Los enamoramientos” nada más que un mero anuncio publicitario de la edición que hizo Reino de Redonda de algunas “nouvelles” de Balzac, algo que, de hecho, es en cualquier caso. Ni siquiera, y ya termino, tuvo el detalle de agradarme con el final justiciero que yo hubiera preferido arrojándome un buen puñado de la impunidad de la que tantos y tantos hechos disfrutan en la vida real.

Y a pesar de todo seguiré leyendo a Marías, no quiero que esta lectura sea “lo único verdadero, y además definitivo” por ser precisamente lo último que de él lea, no quiero, como tan bien se argumenta en la novela, que este sea el final que todo lo enturbie, que todo el pasado contamine. al fin y al cabo…

“Sí, es muy grave, es muy grave. Pero es él, aún es él… Un hombre normal en esencia, que había hecho una sola excepción.”
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