Tres habitaciones en Manhattan de Georges Simenon
Olía a juerga, a lasitud popular, a las noches que se prolongan sin que sus protagonistas acaben de decidirse a acostarse, y también a Nueva York, a su brutal y tranquila dejadez.
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Tres habitaciones en Manhattan de Georges Simenon
Olía a juerga, a lasitud popular, a las noches que se prolongan sin que sus protagonistas acaben de decidirse a acostarse, y también a Nueva York, a su brutal y tranquila dejadez.
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La nieve estaba sucia: 218 de Georges Simenon
Todo ocurría en medio de una especie de niebla. Ni el uno ni el otro se preocupaba ya del significado de las palabras. Las lanzaban al azar, como piedras que se recogen sin mirar al suelo.
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La nieve estaba sucia: 218 de Georges Simenon
Porque quería que el destino se ocupase de él; había hecho todo lo posible para obligarle a ello, seguía desafiándolo desde la mañana a la noche.
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La nieve estaba sucia: 218 de Georges Simenon
No obstante, del conjunto, de aquellas horas no quedará nada más que unas briznas, algunos residuos que emergen como de un montón de cenizas en la chimenea.
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La nieve estaba sucia: 218 de Georges Simenon
Él no tiene compasión. De nadie. Tampoco de sí mismo. No pide ninguna compasión ni la acepta, y eso es lo que le irrita a Lotte, que no deja de mirarle de un modo ansioso y conmovido.
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La nieve estaba sucia: 218 de Georges Simenon
El cielo está encapotado, con demasiada luz, con esa luminosidad que aún da más tristeza que los colores grises. Aquel blanco lívido y traslúcido, tiene algo de amenzador, de definitivo, de eterno; los colores se vuelven duros y malignos, el pardo o el amarillo sucio de las casas, por ejemplo, el rojo oscuro del tranvía, que parece flotar y querer subirse a la acera.
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Los fantasmas del sombrerero: 356 de Georges Simenon
Siempre he elegido deliberadamente, y sigo, seguiré eligiendo.
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Los fantasmas del sombrerero: 356 de Georges Simenon
Monsieur Labbé se comportaba como de costumbre, hacía la cama después de cambiar las sábanas, sacaba al rellano las sábanas y las toallas sucias de la semana, dejaba correr el agua en la bañera y no se olvidaba de hablar de vez en cuando, de decir cualquier cosa, para que todo pareciera real.
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Los fantasmas del sombrerero: 356 de Georges Simenon
Monsieur Labbé estaba convencido de que no sabía nada de nada. Era un completo imbécil, un funcionario nato que sólo pensaba en subir en el escalafón, y que había ingresado en las logias masónicas porque le habían hecho creer que eso le ayudaría en su carrera.
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El gato de Georges Simenon
Bouin volvía a estar en contacto con la calle, el viento, las luces, los escaparates, los olores, las tiendas. Y también restablecía el contacto con los hombres, las mujeres, los niños, a los que arrastraban por la mano, los bebés, a los que empujaban en sus cochecitos. Siempre habían estado allí y allí seguirían. La vida discurría a su alrededor, pero él no tenía la sensación de estar inmerso en ella.
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El gato de Georges Simenon
Vivía en un mundo fantasmagórico, a la vez definido e inconsistente. Conocía de memoria la más insignificante de las flores del papel pintado del salón, las manchas de la época en que Charmois aún vivía, las fotografías, el peldaño de la escalera que crujía y la resquebrajadura de la barandilla.
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La muerte de Belle de Georges Simenon
Alguien había infringido las reglas. Se había puesto al margen, había desafiado las leyes, y debía ser descubierto y castigado porque era un elemento de destrucción.
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La muerte de Belle de Georges Simenon
En el fondo, durante tantos años, tal vez no hubieran hecho otra cosa que tolerarle. Aquél no era su pueblo. No era su iglesia. Ninguna familia reconocía allí a su familia, y no tenía ningún antepasado en el cementerio, ni una tumba, ni una página del registro parroquial llevaban su apellido.
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La muerte de Belle de Georges Simenon
Pero mucho antes de que empezara a hablar, Ashby había tenido la impresión de hallarse excluido, al menos de forma momentánea, de la comunidad. Tal vez no se tratase, hablando en propiedad, de exclusión. Tal vez, incluso, era él quien no sentía su corazón latir al unísono de los otros.
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La muerte de Belle de Georges Simenon
¿Podía preverse, alguien en el mundo podía prever que, luego, esa noche sería examinada con lupa, que la harían revivir casi literalmente bajo la lupa como si se tratara de un insecto?
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Maigret y la muchacha asesinada de Georges Simenon
Maigret la miró con sorpresa, como si repentinamente descubriera una faceta desconocida del carácter de su mujer.
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Maigret y la muchacha asesinada de Georges Simenon
¡El buen Lapointe, que después de dos años de pertenecer a la Policía Judicial, aún era capaz de ponerse colorado!
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Maigret y la muchacha asesinada de Georges Simenon
Por muy dormida que estuviera, la señora Maigret siempre oía subir la escalera a su marido
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Maigret y la muchacha asesinada de Georges Simenon
Una de las especialidades del doctor Paul consistía en determinar la profesión de la gente por medio de las deformaciones más o menos acusadas de sus manos. Eso había permitido, en varias ocasiones, la identificación de desconocidos
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Maigret y la muchacha asesinada de Georges Simenon
Los dos conservaban en la retina la imagen blanca y juvenil del cuerpo
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El retrato de Dorian Gray