El efecto de la luna de Georges Simenon
¿Qué le recordaba aquello? ¡Ah, sí! ¡A Adèle! ¡También ella iba siempre de negro! Sólo que no tenía hijos e iba desnuda bajo el vestido. ¡Mientras que la negra iba desnuda sin vestido!
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El efecto de la luna de Georges Simenon
¿Qué le recordaba aquello? ¡Ah, sí! ¡A Adèle! ¡También ella iba siempre de negro! Sólo que no tenía hijos e iba desnuda bajo el vestido. ¡Mientras que la negra iba desnuda sin vestido!
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El efecto de la luna de Georges Simenon
De La Rochelle, a la que estaba tan apegado, se había marchado alegremente. Sólo se había encogido el corazón al arrancar el tren, mientras sus padres agitaban pañuelos. En cambio, no conseguía despegarse de Libreville. Le había atrapado la ciudad. Incluso cuando vio el barco en la bahía, no sintió deseos de marcharse, a pesar de que luego se paso cuarenta y ocho horas hundido en la nostalgia.
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El Ahorcado De La Iglesia de Georges Simenon
Mira, Lucas, diez casos como éste y presento mi dimisión. Porque serían la prueba de que arriba hay un gran tipo llamado Dios que se encarga de hacer de policía.
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El Ahorcado De La Iglesia de Georges Simenon
Tenía algo implacable, inhumano, que recordaba a un paquidermo en marcha hacia un objetivo del que nada lo desviará.
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El hombre que miraba pasar los trenes de Georges Simenon
- De esa manera demostraré que, sólo con su inteligencia, un hombre -simple empleado mientras acató las reglas del juego- puede aspirar a cualquier situación en cuanto recobra su libertad.
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El hombre que miraba pasar los trenes de Georges Simenon
Prefirió escribir en una brasserie, un lugar donde se husmea las vidas ajenas como si éstas fueran efluvios de una estufa.
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El hombre que miraba pasar los trenes de Georges Simenon
Partimos de un detalle cualquiera, en ocasiones mezquino, y, sin querer, llegamos a descubrir grandes principios.
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El hombre que miraba pasar los trenes de Georges Simenon
Pero, ¿tiempo de qué? Y, ¿acaso podía hacer otra cosa salvo lo que iba a hacer, convencido, por lo demás, de que sus actos no tenían más importancia de la que tuvieron durante los miles y miles de días anteriores?
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El tren de Georges Simenon
Se había producido una ruptura. Eso no significaba que el pasado no existiera y menos aún que yo renegase de mi familia y dejase de quererla.
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El tren de Georges Simenon
Acababa de perder mis raíces. Ya no era Marcel Féron, comerciante de aparatos de radio en un barrio casi nuevo de Fumay, cerca del Mosa, sino un hombre más entre muchos millones, a los que unas fuerzas superiores iban a golpear a su antojo.
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Tres habitaciones en Manhattan de Georges Simenon
Olía a juerga, a lasitud popular, a las noches que se prolongan sin que sus protagonistas acaben de decidirse a acostarse, y también a Nueva York, a su brutal y tranquila dejadez.
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La nieve estaba sucia: 218 de Georges Simenon
Todo ocurría en medio de una especie de niebla. Ni el uno ni el otro se preocupaba ya del significado de las palabras. Las lanzaban al azar, como piedras que se recogen sin mirar al suelo.
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La nieve estaba sucia: 218 de Georges Simenon
Porque quería que el destino se ocupase de él; había hecho todo lo posible para obligarle a ello, seguía desafiándolo desde la mañana a la noche.
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La nieve estaba sucia: 218 de Georges Simenon
No obstante, del conjunto, de aquellas horas no quedará nada más que unas briznas, algunos residuos que emergen como de un montón de cenizas en la chimenea.
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La nieve estaba sucia: 218 de Georges Simenon
Él no tiene compasión. De nadie. Tampoco de sí mismo. No pide ninguna compasión ni la acepta, y eso es lo que le irrita a Lotte, que no deja de mirarle de un modo ansioso y conmovido.
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La nieve estaba sucia: 218 de Georges Simenon
El cielo está encapotado, con demasiada luz, con esa luminosidad que aún da más tristeza que los colores grises. Aquel blanco lívido y traslúcido, tiene algo de amenzador, de definitivo, de eterno; los colores se vuelven duros y malignos, el pardo o el amarillo sucio de las casas, por ejemplo, el rojo oscuro del tranvía, que parece flotar y querer subirse a la acera.
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Los fantasmas del sombrerero: 356 de Georges Simenon
Siempre he elegido deliberadamente, y sigo, seguiré eligiendo.
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Los fantasmas del sombrerero: 356 de Georges Simenon
Monsieur Labbé se comportaba como de costumbre, hacía la cama después de cambiar las sábanas, sacaba al rellano las sábanas y las toallas sucias de la semana, dejaba correr el agua en la bañera y no se olvidaba de hablar de vez en cuando, de decir cualquier cosa, para que todo pareciera real.
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Los fantasmas del sombrerero: 356 de Georges Simenon
Monsieur Labbé estaba convencido de que no sabía nada de nada. Era un completo imbécil, un funcionario nato que sólo pensaba en subir en el escalafón, y que había ingresado en las logias masónicas porque le habían hecho creer que eso le ayudaría en su carrera.
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El gato de Georges Simenon
Bouin volvía a estar en contacto con la calle, el viento, las luces, los escaparates, los olores, las tiendas. Y también restablecía el contacto con los hombres, las mujeres, los niños, a los que arrastraban por la mano, los bebés, a los que empujaban en sus cochecitos. Siempre habían estado allí y allí seguirían. La vida discurría a su alrededor, pero él no tenía la sensación de estar inmerso en ella.
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