Sónnica la Cortesana de Vicente Blasco Ibáñez
La gratitud es condición de perro. El hombre demuestra su superioridad hablando mal de quien le favorece.
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Sónnica la Cortesana de Vicente Blasco Ibáñez
La gratitud es condición de perro. El hombre demuestra su superioridad hablando mal de quien le favorece.
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La barraca de Vicente Blasco Ibáñez
-¡Pepeta! -dijo con voz indecisa, como si no tuviese la certeza de que era ella misma. Levantó su cabeza Pepeta; fijó por primera vez sus ojos en la mujerzuela, y también pareció dudar. -¡Rosario!... ¿Eres tú? Sí, ella era: lo afirmaba con tristes movimientos de cabeza. Y Pepeta, inmediatamente, manifestó su asombro. ¡Ella allí!... ¡Hija de unos padres tan honrados!... ¡Qué vergüenza, Señor!... La ramera, Por costumbre del oficio, intentó acoger con cínica sonrisa, con el gesto escéptico del que conoce el secreto de la vida y no cree en nada, las exclamaciones de la escandalizada labradora. Pero la mirada fija de los ojos claros de Pepeta acabó por avergonzarla, Y bajó la cabeza como si fuese a llorar. No, ella no era mala; había trabajado en las fábricas, había servido a una familia como doméstica; pero al fin sus hermanas le dieron el empleo, cansadas de sufrir hambre; y allí estaba, recibiendo unas veces cariño y otras bofetadas, hasta que reventase para siempre. Era natural: donde no hay padre y madre, la familia termina así. De todo tenía la culpa el amo de la tierra, aquel don Salvador, que de seguro ardía en los infiernos. ¡Ah ladrón!... ¡Y cómo había perdido a toda una familia! Pepeta olvidó su actitud fría y reservada para unirse a la indignación de la muchacha. Verdad, todo verdad; aquel tío avaro tenía la culpa. La huerta entera lo sabía. ¡Válgame Dios, y cómo se pierde una casa! ¡Tan bueno que era el pobre tío Barret! ¡Si levantara la cabeza y viese a sus hijas!... Ya sabían en la huerta que el pobre padre había muerto en el presidio de Ceuta hacía dos años; Y en cuanto a la madre, la infeliz vieja había acabado de padecer en una cama del hospital. ¡Las vueltas que da el mundo en diez años! ¿Quién les hubiese dicho a ella y a sus hermanas, acostumbradas a vivir en su casa como reinas, que acabarían de aquel modo? ¡Señor! ¡Señor! ¡Libradnos de una mala persona!... Rosario se animó con la conversación; parecía rejuvenecerse junto a esta amiga de la niñez. Sus ojos, antes mortecinos, chispearon al recordar el pasado. ¿Y su barraca? ¿Y las tierras? Seguían abandonadas, ¿verdad?... Esto le gustaba: ¡que reventasen, que se hiciesen la santísima los hijos del pillo don Salvador!... Era lo único que podía consolarla. Estaba muy agradecida a Pimentó y a todos los de allá, porqúe habían impedido que otros entrasen a trabajar lo que de derecho pertenecía a su familia. Y si alguien quería apoderarse de aquello, entonces bien sabido era el remedio... ¡Pum! Un escopetazo de los que deshacen la cabeza. + Leer más |
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Entre naranjos de Vicente Blasco Ibáñez
(página 256)…el campo parecía estremecerse bajo los primeros besos de la primavera. Cubríanse de hojas tiernas los esbeltos chopos que bordeaban el camino; en los huertos, los naranjos, calentados por la nueva savia, abrían sus brotes, preparándose a lanzar, como una explosión de perfume, la blanca flor del azahar; entre los ribazos crecían entre las enmarañadas cabelleras de hierba las primeras flores. Comenzaban a florecer los naranjos. La primavera hacía densa la atmósfera. El azahar, como olorosa nieve, cubría los huertos y esparcía su perfume por los callejones de la ciudad. Al respirar se mascaban flores.
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Los cuatro jinetes del Apocalipsis de Vicente Blasco Ibáñez
Los alemanes están locos de orgullo, y su locura resulta peligrosa para el mundo. Cuando hayan desaparecido los que les envenenaron con ilusiones de hegemonía mundial, cuando la desgracia haya refrescado su imaginación y se conformen con ser un grupo humano ni superior ni inferior a los otros, formarán un pueblo tolerante, útil... y quién sabe si hasta simpático.
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Los cuatro jinetes del Apocalipsis de Vicente Blasco Ibáñez
La filosofía de la democracia moderna es un cristianismo laico. Los socialistas amamos al humilde, al menesteroso, al débil. Defendemos su derecho a la vida y al bienestar, lo mismo que los grandes exaltados de la religión, que vieron en todo infeliz a un hermano. Nosotros exigimos el respeto para el pobre en nombre de la justicia ; los otros lo piden en nombre de la piedad. Esto nos separa únicamente. Pero unos y otros buscamos que los hombres se pongan de acuerdo para una vida mejor ; que el fuerte se sacrifique por el débil, el poderoso por el humilde y el mundo se rija por la fraternidad, buscando la mayor igualdad posible.
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La barraca de Vicente Blasco Ibáñez
Pero en la tarde, cuando vió venir por el camino a unos señores vestidos de negro, fúnebres pajarracos con alas de papel arrolladas bajo el brazo, ya no dudó.
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La barraca de Vicente Blasco Ibáñez
En su terror, jamás pensaba, como sus compañeras, en muertos, ni en brujas y fantasmas. Los que la inquietaban eran los vivos.
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La barraca de Vicente Blasco Ibáñez
Estaban más solos que en medio del desierto; el vacío del odio era mil veces peor que el de la naturaleza.
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Don Quijote de Vicente Blasco Ibáñez
“Sábete Sancho, que no es un hombre más que otro, si no hace más que otro.
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Saga "Los Juegos del Hambre"