El gato de Georges Simenon
Bouin volvía a estar en contacto con la calle, el viento, las luces, los escaparates, los olores, las tiendas. Y también restablecía el contacto con los hombres, las mujeres, los niños, a los que arrastraban por la mano, los bebés, a los que empujaban en sus cochecitos. Siempre habían estado allí y allí seguirían. La vida discurría a su alrededor, pero él no tenía la sensación de estar inmerso en ella.
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