Georges Simenon

Era el tipo de hombre que, en lugar de refugiarse en una puerta cochera para esperar el fin del chaparrón, experimenta un amargo placer en dejarse empapar, en atravesar las calles solitarias cuando arrecia el temporal y en marchar cabizbajo por las aceras, víctima de la injusticia y agobiado por el peso de su propia conciencia

Era una lástima. Lognon no sólo poseía una inteligencia considerable, sino que pasaba por ser uno de los hombres más concienzudos de la policía metropolitana

No se necesita mucho para imaginar cómo va a reaccionar un hombre inteligente, lo que va a hacer en ciertas circunstancias, porque se supone que se guiará por la lógica... En cambio es imposible predecir lo que va a hacer un idiota.

El sobre era blanco y de buena calidad. Llevaba matasellos de la estafeta de la rue de Miromesnil. Lo que llamó enseguida la atención del comisario al sacar la hoja fue el papel, de vitela, grueso y crujiente, y de formato poco habitual. Debían de haber cortado la parte superior para eliminar el membrete grabado, y la tarea se había realizado esmeradamente, con ayuda de una regla y un cortaplumas bien afilado. El texto, como la dirección, estaba en mayúsculas.
— Quizá no sea un loco —refunfuñó.

A la larga, aquella marcha silenciosa en medio de la noche adoptaba el aire solemne de una marcha nupcial, y los dos se daban cuenta de que se apretaban más el uno contra el otro, ya no como dos amantes, sino como dos seres que hubiesen errado largo tiempo en la soledad y que por fin hubiesen obtenido la gracia inesperada de un contacto humano

Pertenece a una buena familia de Milán. Su padre es uno de los capitostes del vermouth y Marco representa su marca en toda Francia. Frecuenta mucho los bares de los Campos Elíseos, los restaurantes de moda y las mujeres bonitas.

¿Se daba cuenta la señora Crêmieux de que todas sus frases se grababan profundamente en el cerebro de aquel Maigret que apenas parecía escucharla?

Llevaba aún pegada al cuerpo la atmósfera de los Parendon. Pero ¿no ocurriría lo mismo si hubiera pasado un tiempo similar en cualquier otra familia? Con menos intensidad quizá. Sin duda habría encontrado los mismos rencores, las mismas mezquindades, los mismos temores

Si le he hecho esas preguntas indiscretas es porque me apasiona el artículo 64 del Código Penal, que usted conoce mejor que yo. En efecto, Maigret se lo sabía de memoria, a menudo lo había repasado mentalmente una y otra vez: «No cabe hablar de crimen ni delito cuando el acusado se hallaba en estado de demencia en el momento de la acción, o cuando le impelía una fuerza a la que fue incapaz de resistir». —¿Qué opina usted?—preguntó el gnomo inclinándose hacia él. —Celebro no ser magistrado. Así no tengo que juzgar. —¡Exacto! Me gusta oírle decir eso. Ante un culpable o un supuesto culpable que se encuentra en su despacho, ¿es usted capaz de determinar la parte de culpabilidad que puede imputársele?

Se observaban mutuamente. No tenían necesidad de mirarse. Desde hacía años se observaban de aquel modo, a hurtadillas, añadiendo de continuo nuevas sutilezas a su juego.

Puedo preguntarle maestro , que imagen tiene de si mismo, - el rostro se le iumino y con un gesto pudico dijo,,,,- La de un Chiquillo

Los golpes no le hacían mucho daño. Después de un rato ya no se notaba nada y no merecía la pena prolongar una pelea. Algún día se cansarían de pegarle siempre al mismo y lo dejarían soñar despierto en su rincón.

Maigret la miró con sorpresa, como si repentinamente descubriera una faceta desconocida del carácter de su mujer.

¡El buen Lapointe, que después de dos años de pertenecer a la Policía Judicial, aún era capaz de ponerse colorado!

Por muy dormida que estuviera, la señora Maigret siempre oía subir la escalera a su marido

Una de las especialidades del doctor Paul consistía en determinar la profesión de la gente por medio de las deformaciones más o menos acusadas de sus manos. Eso había permitido, en varias ocasiones, la identificación de desconocidos

Los dos conservaban en la retina la imagen blanca y juvenil del cuerpo

—¿Una animadora de cabaret? El doctor Paul le miró con sus ojos pequeños y astutos. —¿Quiere usted decir una chica que se acuesta con los clientes? —Más o menos.

Llevaba el pelo, obscuro y muy suave, recogido atrás, y sus cabellos se ondulaban naturalmente. El maquillaje, por efecto de la lluvia, se había diluido un poco, pero esto, en lugar de afearla o envejecerla, realzaba su juventud y su encanto

Los «niños» llevaban casi día y medio encerrados entre aquellas paredes, a veces juntos, a veces por separado, mientras Maigret y cinco de sus colaboradores se relevaban para hostigarlos