Maigret y la muchacha asesinada de Georges Simenon
—¿Una animadora de cabaret? El doctor Paul le miró con sus ojos pequeños y astutos. —¿Quiere usted decir una chica que se acuesta con los clientes? —Más o menos.
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Maigret y la muchacha asesinada de Georges Simenon
—¿Una animadora de cabaret? El doctor Paul le miró con sus ojos pequeños y astutos. —¿Quiere usted decir una chica que se acuesta con los clientes? —Más o menos.
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Maigret y la muchacha asesinada de Georges Simenon
Llevaba el pelo, obscuro y muy suave, recogido atrás, y sus cabellos se ondulaban naturalmente. El maquillaje, por efecto de la lluvia, se había diluido un poco, pero esto, en lugar de afearla o envejecerla, realzaba su juventud y su encanto
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Maigret y la muchacha asesinada de Georges Simenon
Los «niños» llevaban casi día y medio encerrados entre aquellas paredes, a veces juntos, a veces por separado, mientras Maigret y cinco de sus colaboradores se relevaban para hostigarlos
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Maigret duda de Georges Simenon
Maigret aquel día hizo trampas. Llamó a su mujer diciéndole que tenía trabajo y no iría a comer a casa. Le apetecía celebrar aquel sol primaveral almorzando en la brasserie Dauphine, donde hasta se tomó un pastís en el mostrador.
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El arriero de "La Providence" de Georges Simenon
—¿Te violó? Ella se echó a llorar haciendo señal de que sí. Y luego dijo, recogiendo una tela de color claro del suelo: —Se me ha echado a perder el vestido… |
Maigret en casa de los Flamencos de Georges Simenon
Y Maigret se adentró de nuevo en la lluvia, en la oscuridad. Esto no era una investigación. No había ningún punto de partida, ninguna base. No había más que un puñado de seres humanos, cada uno de los cuales vivía su propia vida en la pequeña ciudad azotada por el viento. Es posible que todos fueran sinceros. Pero también era posible que uno de ellos escondiera un alma atormentada, horrorizada hasta el paroxismo por el recuerdo de la fornida silueta que merodeaba aquella noche por las calles. |
Maigret y los testigos recalcitrantes. Maigret a pensión. Un fracaso de Maigret. de Georges Simenon
Era un trozo de calle banal, casi sin transeúntes, dos aceras, unas casas, algunos centenares de personas viviendo en las casas, hombres que salían por la mañana y volvían de noche, mujeres que llevaban la casa, niños que armaban jaleo, viejos que tomaban el fresco en las ventanas o en la puerta de la calle. Había también una gorda de mirada infantil que jugaba a tener una pensión, un viejo que daba lecciones de canto a niñas aspirantes a la Ópera, un estudiante que se moría de hambre y luchaba contra el sueño con la esperanza de poner un día una placa de médico o de dentista en su puerta; una putita perezosa que leía novelas durante todo el día echada en su cama, y una joven mecanógrafa que se hacía traer de noche a casa en taxi; los Lotard con su bebé, los Saft que esperaban uno; el señor Kridelka, con aspecto de traidor de película y que probablemente era el hombre más dulce del mundo. Y había….. Buenas gentes, como decía Mlle Clement. Gentes como hay en todas partes, que debían encontrar cada día dinero para comer, y cada mes la cantidad necesaria para pagar su alquiler. Y había vecinos: el hombre que había salido por la mañana con una maleta de viajante, una mujer que sacudía su paño del polvo por la ventana y alguien que se quedaba con la luz encendida, más arriba, hasta muy tarde. ¿Qué se encontraría, si pasasen por la calle un peine espeso? Una mayoría, sin duda, de lo que suele llamarse gentes honradas. Ningún rico. Algunos pobres. Y, probablemente, también algún medio crápula. Pero, ¿y el asesino? + Leer más |
Gregorio Samsa es un ...