París no se acaba nunca de Enrique Vila Matas
...tengo derecho a poder verme de forma diferente de como me ven los demás, verme como me da la gana verme y no que me obliguen a ser esa persona que los otros han decidido que soy...
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París no se acaba nunca de Enrique Vila Matas
...tengo derecho a poder verme de forma diferente de como me ven los demás, verme como me da la gana verme y no que me obliguen a ser esa persona que los otros han decidido que soy...
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Hijos sin hijos de Enrique Vila Matas
Y parpadeó. Se quedó mandándome saludos siniestros desde el fondo mismo de su oscura, negra, repugnante conciencia.
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Hijos sin hijos de Enrique Vila Matas
Nuestra dantesca _y nunca mejor dicho_ curva hacia el Mal se inició cuando el niño, aparte de su tenaz hermetismo, comenzó a mostrar sus grandes cualidades para el terrorismo doméstico, es decir, cuando a su habitual y casi imperceptible parpadeo se añadió la emisión de nuevas señales tan siniestras como perturbadoras.
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Perder teorías de Enrique Vila Matas
Terminada la Segunda Guerra Mundial, ya no quedó nada narrable en el continente: pasar había ya pasado todo y precisamente porque todo ya había pasado, no quedó ya nada para que pasara y pasamos a vivir en la nada.
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Perder teorías de Enrique Vila Matas
Se vive mejor en la nada que en aquella tormenta, y también mejor en la nada que después de ella.
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Historia abreviada de la literatura portátil de Enrique Vila Matas
La proximidad de la tramontana nos hace entrar en el interior del café, donde yo descorcho una botella de champán, cuyo tapón, después de golpear violentamente el techo, rebota sobre la parte alta de un mueble y acaba quedándose en perfecto equilibrio en el extremo de la varilla de unas cortinas.
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París no se acaba nunca de Enrique Vila Matas
Sólo te queda resistir, no ser como aquellos que, a medida que la intensidad de su imaginación juvenil va decayendo, se acomodan a la realidad y se angustian el resto de su vida.
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El mal de Montano de Enrique Vila Matas
A primera hora de la mañana, el arire estaba tan claro que he podido ver, sin la ayuda de mis prismáticos, la espuma que hacían las olas al romper contra la proa de una barca que navegaba en la distancia. Por primera vez en mucho tiempo, una imagen sólo me ha remitido a esa imagen.
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Suicidios Ejemplares de Enrique Vila Matas
Al fondo de este museo de Düsserldorf, en una austera silla del incómodo rincón que desde hace años le ha tocado en suerte, en la última y más recóndita de las salas dedicadas a Klee, puede verse esta mañana a la eficiente vigilante Rosa Schwarzer bostezando discretamente al tiempo que se siente un tanto alarmada, pues desde hace un rato, mezclándose con el sonido de la lluvia que cae sobre el jardín del museo, ha empezado a llegarle, procedente del cuadro El príncipe negro, la seductora llamada del oscuro príncipe.
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París no se acaba nunca de Enrique Vila Matas
Cuando se finge el amor se corre el riesgo de llegar a sentirlo, quien parodia sin las debidas precauciones acaba siendo víctima de su propia astucia.
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Bartleby y compañía de Enrique Vila Matas
Un escritor que no escribe, es un monstruo que invita a la locura
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Esta bruma insensata de Enrique Vila Matas
Me gustaban personas como Kafka y, siempre que caía extenuado yo de vivir en mi mente, me acordaba de Bolaño que había dicho que la literatura de Kafka era la más esclarecedora y terrible (y también la más humilde) del siglo pasado.
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Esta bruma insensata de Enrique Vila Matas
Por lo que contara un frustrado aspirante a ser su biógrafo, su fobia aumentó nada más hacerse tan célebre en diciembre del mismo año de su llegada. En cualquier caso, la singularidad de aquella aversión, a diferencia de la de otros famosos invisibles, Pynchon o Salinger, estribaba precisamente en que había comenzado a padecerla en el momento mismo de pisar Nueva York, ni antes ni después, tan pronto como llegó a la ciudad y comenzó a escribir la novela que, con mi sigilosa ayuda, tardó pocos meses en dejar acabada.
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Enrique Vila Matas
Yo, por ejemplo, cuando heredé la fortuna de mi abuela cubana, dejé inmediatamente de escribir. Fue un gran alivio. Alquilé en Malibú una casa de campo con postigo verdes, solana, comedor, porche, cuatro dormitorios y jardín. En ella, en estos últimos años, he vivido feliz, dedicado exclusivamente al ajedrez, la lectura de la nueva poesía congolesa, las damas y al cuidado de mi jardín. Desde esa casa escribo hoy sobre Andy Andrews y, por unos minutos, vuelvo a ser el que era: un pobre hombre solitario frente a una máquina de escribir con la necesidad de contar una historia ejemplar. Esa historia se incia al mediodía en que, al pasar por delante de Andy Andrees, le saludé como de costumbre: -¿Cómo estás, Andy?
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Nunca voy al cine de Enrique Vila Matas
Andy Andrews no era un excéntrico, ni sus prendas eran algo insólito en aquellos días y en aquel lugar. Cuando me encontraba con él, me gustaba saludarle. -¿Cómo estás, Andy? A él le gustaba contestar parodiando una frase de Scott en su diario: -Ya ves. Treinta y dos y triste como un condenado.
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Al sur de los párpados de Enrique Vila Matas
-Según mi experiencia- comenzó diciendo-las personas que se comportan con mayor corrección son las que cometen las fechorías. No podemos confiar en nadie.
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Al sur de los párpados de Enrique Vila Matas
En efecto, junto a la confusa impresión de una suave contraluz en las vidrieras del café, me llegó, de pronto, la idea de escribir una novela en la que analizaría los días decisivos de mi formación literaria, una novela ilustrada con metáforas crecientemente numerosas que construirían progresivamente una biografía falsa, progresando desde el pasado hacia el presente y desplegándose en un relato concreto que sería una peregrinación al fondo de mí mismo, la novela de la formación de un escritor a través de la experiencia vivida.
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Al sur de los párpados de Enrique Vila Matas
Me pregunté a quién estaría parodiando. A juzgar por las frases que ponía en boca del personaje, éste era sin duda, un individuo mediocre, abyecto, ruin e indeseable. Pensé de inmediato en uno de esos hombrecillos que ocultan sus insuficicnecias en un discurso trascendente. El parodiado era, con toda seguridad, un poeta fracasado. Era también un miserable mendigo. El parodiado cantaba las excelencias de un jardín normando. El parodiado era un imbécil, no cabía la menor duda. Y, de pronto, cuand más confiado me encontraba, resonando su voz en mi conciencia, descubrí que aquel ser abyecto, grotesco, miserable no era otro que yo mismo.
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Al sur de los párpados de Enrique Vila Matas
Hasta donde alcanzan mis recuerdos, es como si, en sueños, estuviera destinado siempre al horror. Aquella noche, creyendo que Eva enloquecía en el centro de una biblioteca en llamas, llegué al punto vital de la pesadilla: empuñando una metralleta Stein, avanzaba yo por corredores de ensueño buscando a Héctor para matarle. Pero, al entrar al lavabo, leía, escrita con carmín rojo en el espejo, la leyenda con la que se despedía de mí. ? .
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Al sur de los párpados de Enrique Vila Matas
Ser surrealista era, para Eva, envenenar moscas en una gaveta, por ejemplo. Y utilizar en las comidas una salsa nada adecuada al plato correspondiente era, según ella, un acto muy creativo, absurda idea que, ante el espanto de Héctor, la llevaba, por ejemplo, a rociar con curry un pato a la naranja. Añádase a tanto absurdo su insistencia en llamarme Stein. -Stain- intervine yo, pero era inútil.
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