Enrique Vila Matas
Yo, por ejemplo, cuando heredé la fortuna de mi abuela cubana, dejé inmediatamente de escribir. Fue un gran alivio. Alquilé en Malibú una casa de campo con postigo verdes, solana, comedor, porche, cuatro dormitorios y jardín. En ella, en estos últimos años, he vivido feliz, dedicado exclusivamente al ajedrez, la lectura de la nueva poesía congolesa, las damas y al cuidado de mi jardín. Desde esa casa escribo hoy sobre Andy Andrews y, por unos minutos, vuelvo a ser el que era: un pobre hombre solitario frente a una máquina de escribir con la necesidad de contar una historia ejemplar. Esa historia se incia al mediodía en que, al pasar por delante de Andy Andrees, le saludé como de costumbre: -¿Cómo estás, Andy?
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