Las mariposas que pierden un ala ya nunca vuelven a volar.
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Las mariposas que pierden un ala ya nunca vuelven a volar.
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—Si quieres mi consejo —dice lentamente—, el amor no germina bien cuando se alimenta del dolor.
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Me quieren ver asustada, eso está claro. Durante el simulacro bélico de la tarde, Valerian me pone la zancadilla y Cardan me susurra cosas horribles al oído. Vuelvo a casa cubierta de moratones, producto de las caídas y las patadas. Pero hay una cosa que no saben: sí, me dan miedo, pero siempre he vivido asustada, desde el día que llegué aquí. Me crio el hombre que asesinó a mis padres, retenida en una tierra llena de monstruos. Vivo con ese miedo, dejo que se asiente sobre mis huesos y lo ignoro. Si no fingiera que no estoy asustada, me escondería debajo de mi colcha de plumas de lechuza en la finca de Madoc para siempre. Me quedaría allí tendida, chillando hasta quedarme sin fuerzas. Me niego a hacer eso. No pienso hacer eso. Nicasia se equivoca conmigo. No deseo hacerlo tan bien como un hada en el torneo. Quiero ganar. No aspiro a ser como ellos. En mi corazón, ansío ser mejor que ellos. |
Me quedo perpleja al reconocer esa actitud. Cuando vives en un estado de miedo constante, con el peligro pisándote los talones, resulta fácil fingir para ahuyentar nuevos peligros. Yo lo he hecho muchas veces, pero jamás habría pensado que Cardan también lo haría.
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—¿Por qué has hecho eso? —Por diversión —respondo, después aparto el cuchillo de su pescuezo, lenta y deliberadamente. Sonrío, pero por lo demás adopto una expresión inmutable, tan gélida y cruel como el rostro que aparece de manera recurrente en mis pesadillas. Y es entonces cuando comprendo a quién estoy imitando, a quién pertenece ese rostro que me asustó tanto como para querer apropiarme de él. A Cardan. |
Ese es el motivo por el que no me gustan estas historias: resaltan mi vulnerabilidad. Por muy cuidadosa que sea, al final acabo dando un paso en falso. Soy débil. Soy frágil. Soy mortal. Eso es lo que más detesto. Aunque, por obra de algún milagro, consiguiera superar a las hadas, jamás podré ser como ellas. |
Le odio más que a los demás. Le odio tanto que a veces, cuando le miro, me cuesta respirar.
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Una espía. Una soplona. Una mentirosa y una ladrona. Obviamente, eso es lo que Dain piensa de mí, de los mortales. Obviamente, eso es lo único para lo que piensa que sirvo.
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—Tu hermana ha renunciado a ti. ¿Ves lo que puedo conseguir con unas pocas palabras? Y las cosas aún pueden empeorar mucho más. Podemos hechizarte para que camines a cuatro patas y ladres como un perro. Podemos maldecirte para que te consumas por el deseo de oír una canción que jamás volverás a escuchar o por recibir una palabra amable de mis labios. Nosotros no somos mortales. Acabaremos contigo. Eres una criatura frágil e insignificante, ni siquiera nos costaría esfuerzo. Date por vencida. —Jamás —respondo. |
Hablan de honor, pero lo que de verdad les importa es el poder. Soy bastante buena con la espada y poseo amplios conocimientos de estrategia. Lo único que necesito es una oportunidad para demostrar mi valía.
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¿Qué criaturas mágicas podemos encontrar en Gringotts, el banco de magos?