La Débâcle de Émile Zola
Sin el respeto humano, el pundonor de cumplir con su deber delante de los compañeros, perderían la cabeza muchos y echarían a correr
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La Débâcle de Émile Zola
Sin el respeto humano, el pundonor de cumplir con su deber delante de los compañeros, perderían la cabeza muchos y echarían a correr
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La Débâcle de Émile Zola
El rey de Prusia, estaba siempre de pie, con su uniforme obscuro, delante de los demás oficiales, la mayor parte tendidos en la hierba. Había allí oficiales extranjeros, ayudantes de campo, generales, príncipes, provistos todos de anteojos, siguiendo desde por la mañana la agonía del ejército francés, como en un espectáculo. Y el drama tremendo acababa
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La Débâcle de Émile Zola
La pequeña columna se lanzó gloriosamente sobre el camino barrido por la metralla a la carretera. Primero fue magnífico, los hombres que caían no detenían a los demás, recorrieron unos quinientos metros, con una furia heroica. Pero, muy pronto, las filas se aclararon y los más valientes se replegaron. ¿Qué hacer contra el poder del número? Sólo había allí la temeridad loca de un jefe de ejército que no quería ser derrotado
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La Débâcle de Émile Zola
Con objeto de animar a los soldados se gritaba: "¡Bazaine llega, Bazaine llega!". Después por la mañana era éste el ensueño de muchos y creían oír los cañones del ejército de Metz, a cada nueva batería alemana que empezaba a disparar
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La Débâcle de Émile Zola
Así es que cuando (Wimpffen) oyó hablar de armisticio se puso furioso. ¡No, no!, ¡no firmaría nada, quería batirse! Eran las tres y media. Y fue poco después cuando tuvo lugar aquella tentativa heroica y desesperada, aquel último empuje para abrir un camino a través de los bávaros, yendo otra vez sobre Bazeilles
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La Débâcle de Émile Zola
Le vio en la paja, echado boca abajo, los brazos desnudos, metidos en un cubo de agua helada. Agotadas las fuerzas morales y físicas, el médico descansaba aniquilado, abatido por una tristeza, una desolación inmensas, en uno de esos minutos de agonía de médico que se siente impotente
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La Débâcle de Émile Zola
Se veían pies que se estiraban, calzados todavía, aplastados y sangrando. Rodillas y codos rotos, como a martillazos, dejaban colgar miembros inertes. Había manos rotas, dedos que colgaban sostenidos por un trocito de piel
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La Débâcle de Émile Zola
Desde Chalons se había desvanecido, no había querido dar una orden, resignado a ser una cosa inútil y molesta, un bulto que estorba llevado con los bagajes de las tropas. Y no se sintió emperador más que en el momento del desastre, la primera, la única orden que iba a dar, con el coraón lleno de piedad, era la de izar la bandera
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La Débâcle de Émile Zola
En aquel fracaso que rompía y arrastraba su fortuna como una paja, encontraba lágrimas para otros, anonadado por aquella matanza horrible que continuaba, sin fuerzas humanas para sufrirla por más tiempo
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La Débâcle de Émile Zola
La espalda parecía haberse encorvado como bajo el hundimiento de un mundo, mientras que los ojos apagados, velados por pesados párpados, señalaban la resignación del fatalista que había jugado y perdido contra el destino la última partida
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La Débâcle de Émile Zola
Y al extremo del jardín, detrás de un macizo de flores, en el osario que habían tenido que instalar, se colocaban los muertos y todos los brazos y piernas cortados, los restos de carne y de huesos que quedaban sobre las mesas
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La Débâcle de Émile Zola
Primero creyó que tenía abierto el cráneo y que los sesos estaban al descubierto. Durante algunos segundos no se atrevió a tocarse la herida con la mano, temiendo encontrar un agujero. Después, porfía, se llevó la mano a la herida y se llenó los dedos de sangre espesa. La sensación fue tan fuerte que cayó desmayado
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La Débâcle de Émile Zola
El clamoreo (durante la carga) que había a su alrededor era tal, que no oía su propia voz, a pesar de que tenía la garganta dolorida de tanto gritar. Pero detrás de la primera línea prusiana había otra, después otra y más aún. El heroísmo era inútil, aquellas masas de hombres eran como altas hierbas, donde desaparecían jinetes y caballos
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La Débâcle de Émile Zola
Los cazadores de África lanzaban aullidos salvajes, según la costumbre árabe, asustando a sus caballos. Muy pronto la carga fue una carrera diabólica, un torrente infernal
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La Débâcle de Émile Zola
En aquel momento apareció en la cresta del montecito, un oficial a caballo, herido, sostenido por dos hombres. Al pronto no le conocieron. Después se oyó un rumor, un clamoreo furioso. Era el general Margueritte, que tenía los carrillos agujereados, atravesados por un balazo, y de esta herida debía morir
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La Débâcle de Émile Zola
¡Era su pensamiento único, salvar su cañón como se salva una bandera! Y hablaba aún, cuando cayó arrancado el razo derecho, el costado izquierdo abierto. Había caído sobre el cañón y se quedó allí como en una cama de honor, la cabeza derecha, la cara intacta y hermosa de cólera, vuelta allá, hacia el enemigo
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La Débâcle de Émile Zola
¡Vamos, hijos míos, no me causarán ese pesar, no van a portarse como unos cobardes! ... ¡Acuérdense: el batallón no ha retrocedido nunca, serían los primeros que manchasen la bandera! ...
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La Débâcle de Émile Zola
Resistió allí durante algunos minutos, pero silbaban tan fuertemente las balas, caía tal tromba de granadas, barriendo los campos, vacíos, sin un árbol, que el pánico se apoderó de las tropas y arrastraba a los hombres por las pendientes, por donde rodaban como si fueran pajas sorprendidas por una tormenta
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La Débâcle de Émile Zola
Durante una media hroa la infantería de marina se batió encarnizadamente, se hizo matar, se portó admirablemente; pero los enemigos continuaban recibiendo refuerzos, desbordaban por todas partes de las praderas, por los caminos, por el parque de Montivillers
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