La Débâcle de Émile Zola
Los prusianos habían prohibido que se mataran caballos bajo pena de muerte, por temor a que sus cuerpos produjeran la peste
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La Débâcle de Émile Zola
Los prusianos habían prohibido que se mataran caballos bajo pena de muerte, por temor a que sus cuerpos produjeran la peste
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La Débâcle de Émile Zola
No parecía que hubiesen tomado precaución alguna, ningún esfuerzo se había hecho para alimentar, aquellos ochenta mil hombres cuya agonía empezaba, en aquel infierno horrendo que los soldados designaban con el nombre de Campo de la Miseria, un nombre de angustia, del que los soldados debían guardar un recuerdo indeleble
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La Débâcle de Émile Zola
Uno solo, el general Bourgain Desfeuilles, poniendo por pretexto que padecía de reuma, había firmado el compromiso, y por la mañana su salida había sido saludada con silbidos al montar en el coche delante del hotel de La Cruz de Oro.
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La Débâcle de Émile Zola
Unos anuncios blancos, pegados en las paredes por los prusianos, embargaban al vecindario para el día siguiente ordenando a todos, fuese quienes fueran, obreros, comerciantes, magistrados, empezaran a barrer con escobas y palas bajo la amenaza de penas severas, si la ciudad no estaba limpia por la noche
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La Débâcle de Émile Zola
Los dientes del uno habían penetrado en la mejilla del otro, los brazos tiesos, no habían soltado la presa, haciendo crujir aún las columnas vertebrales rotas anudando los dos cuerpos con nudo tal de rabia eterna que iba a ser preciso enterrarlos juntos
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La Débâcle de Émile Zola
(Los cadáveres) aguardaban inmóviles en la carretera a que los llevaran a enterrar. Salían algunos pies por encima. Una cabeza colgaba, medio arrancada. Cuando los tres carros empezaron a rodar de nuevo, traqueteando en los baches, una mano lívida que colgaba, muy larga, fue a rozar contra una rueda y la mano se gastaba poco a poco, desollándose, comida hasta el hueso
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La Débâcle de Émile Zola
¿cómo no iban a estar alegres, cuando se encontraban allí, intactos, cuando millares de infelices quedaban tendidos en el campo? En el gran comedor, el mantel blanco daba alegría a los ojos, y el café con leche, muy caliente, estaba delicioso
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La Débâcle de Émile Zola
El miserable emperador que, no pudiendo soportar el trote del caballo, se había caído bajo la violencia de alguna crisis, fumando acaso maquinalmente un cigarrillo, mientras que un rebaño de prisioneros, lívidos, cubiertos de sangre y de polvo ... se colocaba a ambos lados del camino para dejar pasar el coche; los primeros callados, los otros gruñendo, los otros poco a poco exasperados, haciendo estallar su cólera a gritos, amenazándole con los puños en un gesto de insulto y de maldición
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La Débâcle de Émile Zola
Es preciso decirlo, otros, el mayor número, estaban alegres, se les había quitado un peso enorme de encima. ¡Era el fin de sus miserias, eran prisioneros, no se batirían más! ¡Llevaban tantos días sufriendo, con aquellas caminatas y sin comer! Además ¿para qué batirse puesto que no eran los más fuertes?
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La Débâcle de Émile Zola
Había visto unos oficiales que arrancaban sus charreteras llorando como niños. Sobre el puente, los coraceros tiraban sus sables al Meuse y todo un regimiento había desfilado, lanzando cada cual el suyo, veían saltar el agua, y luego entraban en las filas. En las calles, los soldados cogían los fusiles por el cañón y destrozaban las culatas contra las paredes; mientras que los artilleros , que habían arrancado el mecanismo de las ametralladoras, las tiraban a las alcantarillas. Había muchos que enterraban y quemaban las banderas
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La Débâcle de Émile Zola
Al atravesar el cobertizo vieron a Bouroche, exasperado por no haber podido procurarse cloroformo, que se decidía a cortar una pierna a un chico de unos veinte años. Y huyeron de allí para no ver ni oír
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¡Ah! el emperador ... Yo le quería a pesar de todo, a pesar de mis ideas de libertad y de república ...
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¡Con la victoria se hubiera sentido tan valiente y triunfante! En la derrota, con una debilidad nerviosa de mujer, cedía a una de esas desesperaciones inmensas, donde se hundía el mundo entero. No quedaba ya nada, Francia estaba muerta.
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La Débâcle de Émile Zola
Él, nacido en 1841, educado como un señorito, hecho un abogado, capaz de realizar las mayores tonterías y de abrigar los más grandes entusiasmos, vencido en Sedá, en una catástrofe que adivinaba era inmensa, que acababa un mundo, y aquella degeneración de la raza, que explicaba de qué modo la Francia victoriosa con los abuelos, habían podido ser derrotada con los nietos, le oprimía el corazón, como una enfermedad de familia
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La Débâcle de Émile Zola
Era de otra época, pertenecía a esa antigua y fuerte burguesía de las fronteras, tan ardiente y entusiasta en la defensa de las ciudades
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La Débâcle de Émile Zola
Ellos continuaban disparando los últimos cartuchos, a derecha e izquierda, con tal rabia, que habían desaparecido el hambre y el cansancio. No se daban cuenta de lo que hacían, obraban maquinalmente, la cabeza vacía, habiendo perdido hasta el instinto de conservación
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La Débâcle de Émile Zola
Pero los heridos y los muertos ya no se contaban. El compañero que caía, allí se quedaba abandonado, olvidado. Ni una mirada siquiera. Era el destino. ¡A otro! ¡A sí mismo, tal vez!
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La Débâcle de Émile Zola
Las fuentes solitarias habían sido violadas, los moribundos agonizaban en los lugares donde hasta entonces sólo se habían extraviado parejas de enamorados
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¿En qué año se publicó?