La Débâcle de Émile Zola
El miserable emperador que, no pudiendo soportar el trote del caballo, se había caído bajo la violencia de alguna crisis, fumando acaso maquinalmente un cigarrillo, mientras que un rebaño de prisioneros, lívidos, cubiertos de sangre y de polvo ... se colocaba a ambos lados del camino para dejar pasar el coche; los primeros callados, los otros gruñendo, los otros poco a poco exasperados, haciendo estallar su cólera a gritos, amenazándole con los puños en un gesto de insulto y de maldición
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