Una habitación propia de Virginia Woolf
"A Chloe le gustaba Olivia..." No sobresaltéis. No os ruboricéis. Admitamos en la intimidad de nuestra propia sociedad que estas cosas ocurren a veces. A veces a las mujeres les gustan las mujeres.
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Una habitación propia de Virginia Woolf
"A Chloe le gustaba Olivia..." No sobresaltéis. No os ruboricéis. Admitamos en la intimidad de nuestra propia sociedad que estas cosas ocurren a veces. A veces a las mujeres les gustan las mujeres.
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El diario de Virgina Woolf: Vol. I (1915-1919) de Virginia Woolf
Si alguien hubiera podido salvarme , ese habrías sido tú. Lo he perdido todo, excepto la certidumbre de tu bondad. No puedo seguir echando a perder tu vida de este modo. Carta de sucidio de Virginia Woolf a su marido. |
Orlando de Virginia Woolf
Por diferentes que sean los sexos, se entremezclan. En todo ser humano hay una vacilación de un sexo al otro, y a menudo es sólo la ropa lo que mantiene la apariencia masculina o femenina, mientras que por debajo el sexo es lo contrario de lo que es por encima. De las complicaciones y confusiones resultantes todo el mundo ha tenido experiencia.
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Las olas de Virginia Woolf
Faltan aún horas y horas, dijo Rhoda, para que llegue el momento en que pueda apagar la luz y hacer suspendida en la cama sobre el mundo, antes de que pueda permitir que el día se hunda, antes de que pueda permitir que mi árbol crezca, tembloroso en las verdes espesuras de mi cabeza. Aquí no puedo dejarle crecer. Alguien lo aplasta. Hacen preguntas, interrumpen, lo derriban.
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Una habitación propia de Virginia Woolf
No debo odiar a ningún hombre, no puede herirme. No debo halagar a ningún hombre, no tiene nada que darme.
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La Señora Dalloway de Virginia Woolf
Pensaba que no había Dioses; que nadie tenía la culpa, y por eso desarrolló esta religión atea de hacer el bien por el bien mismo
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La Señora Dalloway de Virginia Woolf
No temas más al ardor del sol Ni a las airadas furias del invierno. |
Al faro de Virginia Woolf
Comenzaba a sentir ese agobio que produce la repetición de una misma vida cuando ningún interés la encauza y ninguna esperanza la sostiene.
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Flush de Virginia Woolf
A Flush debió causarle una impresión tremenda. Hasta entonces, no conocía más casa que la modesta finca de labor de «Three Mile Cross». Allá estaban vacías las alacenas; las esteras, gastadas; y las sillas eran de clase barata. Aquí nada estaba vacío, nada había que estuviera gastado ni que fuera de clase barata. Flush pudo darse cuenta de esto de un solo vistazo
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Flush de Virginia Woolf
El Amor lo encandiló con su antorcha, pasándosela ante los ojos; oyó el cuerno de caza de Venus. Antes de haber salido de la edad cachorril, ya Flush era padre. Si un hombre se hubiera conducido así en 1842, su biógrafo le hubiese hallado quizás alguna disculpa; de haber sido una mujer, no habría habido disculpa posible y su nombre habría desaparecido, borrado por la ignominia.
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Orlando de Virginia Woolf
Por más que registrara el idioma, le faltaban las palabras. Necesitaba otro paisaje y otra lengua. El inglés era demasiado abierto, demasiado cándido, demasiado meloso para ella.
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Una habitación propia de Virginia Woolf
Ni el elogio ni el descrédito significan nada. Por más delicioso que resulte, el pasatiempo de medir es la más vana de las ocupaciones, y someterse a los decretos de los medidores, la más servil de las actitudes. Lo que importa es que escribáis lo que queréis escribir; y nadie sabe si perdurará siglos o sólo tendrá importancia por espacio de unas horas.
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Una habitación propia de Virginia Woolf
Las dificultades materiales de las mujeres eran formidables, pero mucho más lo eran las inmateriales. La indiferencia del mundo que Keats, Flaubert y otros hombres de genio encontraron tan difícil de soportar era en el caso de las mujeres no ya indiferencia sino hostilidad. El mundo no les decía, como a ellos: Escribe si es lo que quieres; a mí me trae sin cuidado. El mundo les decía con desprecio: ¿Escribir? ¿De qué sirve que escribas?
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Una habitación propia de Virginia Woolf
¿Por qué los hombres bebían vino y las mujeres agua? ¿Por qué un sexo era tan próspero y el otro tan pobre? ¿Qué consecuencias tiene la pobreza sobre la novela? ¿Qué condiciones son necesarias para la creación de obras de arte?
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Una habitación propia de Virginia Woolf
Y es igual de inútil preguntar qué habría ocurrido si la señorita Seton, y su madre, y su abuela hubieran amasado una gran fortuna y la hubieran enterrado bajo los cimientos de la facultad de la biblioteca, porque, en primer lugar, no podían ganar dinero y, en segundo lugar, de haber podido, la ley les negaba el derecho a poseer el dinero que hubiesen ganado. Sólo en los últimos cuarenta y ocho años la señora Seton ha podido disfrutar de un penique propio. En todos los siglos anteriores, su dinero habría sido propiedad de su marido, y quizá esta idea hubiera contribuido a que tanto la madre como la abuela de mi amiga Mary Seton jamás se acercaran a la Bolsa. Me arrebatarán hasta el último penique que gano, se dirían, para que mi marido disponga de él a su recto saber y entender, quizá para financiar una beca o una cátedra en Balliol o en Kings, de manera que ganar dinero, aunque cuando pudiera, no me interesa demasiado.
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Una habitación propia de Virginia Woolf
Pero había llegado a la puerta de la biblioteca. Debí de abrirla sin darme cuenta, porque al instante, como un ángel custodio que me impedía la entrada con un revoloteo de faldones negros en lugar de alas blancas, apareció un disgustado y canoso aunque amable caballero, que, en voz baja, mientras me hacia señas para que me alejara, lamentó comunicarme que las mujeres sólo podían entrar en la biblioteca acompañadas de un profesor o provistas de una carta de presentación.
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La Señora Dalloway de Virginia Woolf
Uno no puede traer hijos a un mundo como este. Uno no puede perpetuar el sufrimiento, ni aumentar la raza de estos lujuriosos animales.
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Una habitación propia de Virginia Woolf
La literatura está abierta a todos. Cierra con llave tus bibliotecas, si quieres, pero no hay barrera, cerradura, ni cerrojo que puedas imponer a la libertad de mi mente.
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¿Cómo debería leerse un libro? de Virginia Woolf
¿En qué medida, hemos de preguntarnos, se ve influido un libro por la vida de su autor? ¿Hasta qué punto es prudente dejar que el hombre interprete al escritor? ¿En qué medida vamos a resistir o ceder ante las simpatías y antipatías que el hombre en sí despierta en nosotros, tan sensibles como son las palabras, tan receptivas del carácter del autor? Son preguntas que nos acucian cuando leemos vidas y cartas, y hemos de responderlas por nosotros mismos, pues no puede haber mayor fatalidad que dejarse guiar por las preferencias de otros en un asunto tan personal.
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Una habitación propia de Virginia Woolf
De todos modos, cuando un tema se presta a mucha controversia -y cualquier cuestión relativa a los sexos es de este tipo- uno no puede esperar decir la verdad. Sólo puede explicar cómo llegó a profesar tal o cual opinión. Cuanto puede hacer es dar a su auditorio la oportunidad de sacar sus propias conclusiones observando las limitaciones, los prejuicios, las idiosincrasias del conferenciante.
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Su nombre de nacimiento es: