Una habitación propia de Virginia Woolf
Y es igual de inútil preguntar qué habría ocurrido si la señorita Seton, y su madre, y su abuela hubieran amasado una gran fortuna y la hubieran enterrado bajo los cimientos de la facultad de la biblioteca, porque, en primer lugar, no podían ganar dinero y, en segundo lugar, de haber podido, la ley les negaba el derecho a poseer el dinero que hubiesen ganado. Sólo en los últimos cuarenta y ocho años la señora Seton ha podido disfrutar de un penique propio. En todos los siglos anteriores, su dinero habría sido propiedad de su marido, y quizá esta idea hubiera contribuido a que tanto la madre como la abuela de mi amiga Mary Seton jamás se acercaran a la Bolsa. Me arrebatarán hasta el último penique que gano, se dirían, para que mi marido disponga de él a su recto saber y entender, quizá para financiar una beca o una cátedra en Balliol o en Kings, de manera que ganar dinero, aunque cuando pudiera, no me interesa demasiado.
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