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La guerra no tiene rostro de mujer de Svetlana Aleksiévich
cuarenta años más tarde, sus memorias conservan muchas de las pequeñeces de la vida cotidiana. Detalles, matices, colores, sonidos. En su mundo, la cotidianidad y la existencia se unían, la existencia en sí era valiosa, ellas recuerdan la guerra como una época de su vida. No tanto las acciones y los acontecimientos, sino la vida como tal. En más de una ocasión observé que en sus relatos lo sencillo vence a lo grande, incluso vence a la Historia.
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La guerra no tiene rostro de mujer de Svetlana Aleksiévich
De noche me acosaban las pesadillas: los soldados alemanes, los ladridos de los perros, los estertores de los moribundos… Al morir, la persona es como si susurrara, pero ese susurro es más horrible que cualquier grito. Todo lo que había vivido volvía… Una persona que espera su ejecución… Sus ojos se llenan de miedo… No se lo cree, hasta el último instante no se lo cree. Y también la curiosidad, en su mirada se lee la curiosidad. Los fusiles le apuntan y en el último instante se tapa la cara con las manos. Se tapa la cara… La cabeza se me hinchaba de gritos…
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La guerra no tiene rostro de mujer de Svetlana Aleksiévich
A veces oigo una música… O una canción… Una voz de mujer… Y allí encuentro lo que he sentido. Algo semejante… »En cambio, veo una película de guerra y sabe a mentira, leo un libro y lo mismo, mentira. No es… No es correcto. Comienzo a hablar y tampoco me sale. No es tan espantoso, ni tan bonito. ¿Sabe lo preciosos que resultan los amaneceres en la guerra? Antes de un combate… Los observas y estás segura: ese podría ser el último. La tierra es tan bella… Y el aire… Y el sol…
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La guerra no tiene rostro de mujer de Svetlana Aleksiévich
Por mucho que me guste mirar el cielo o el mar, observar un grano de arena por un microscopio me fascina aún más. El mundo en una gota de agua. Esa vida enorme e inverosímil que descubro allí. ¿Por qué la gente llama «pequeño» a lo que es diminuto o «grande» a lo que es amplio si ambos resultan igual de infinitos? Hace tiempo que no los distingo. Para mí, una persona es mucho. En su interior hay de todo, más que suficiente para perderme.
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La guerra no tiene rostro de mujer de Svetlana Aleksiévich
Se acabó la guerra. Me quedé sola, solita. Hacía de vaca, hacía de buey, hacía de mujer, hacía de hombre. ¡Ay de mi vida!…
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La guerra no tiene rostro de mujer de Svetlana Aleksiévich
El «cómo fue» no está en primer lugar, lo que me inquieta y me espanta es otra cosa: ¿qué le ocurrió allí al ser humano? ¿Qué ha visto y qué ha comprendido? Sobre la vida y la muerte en general. Sobre sí mismo, al fin y al cabo. Escribo la historiografía de los sentimientos… La historia del alma… No se trata de la historia de la guerra o del Estado, ni de la vida de los héroes, sino de la del pequeño hombre expulsado de una existencia trivial hasta las profundidades épicas de un enorme acontecimiento. La Gran Historia.
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La guerra no tiene rostro de mujer de Svetlana Aleksiévich
No es necesario que escribas sobre nosotras… Un recuerdo es más valioso… Hemos estado hablando contigo. Hemos llorado. Tú, cuando te despidas, mira atrás, date la vuelta para vernos a nosotras y a nuestras casas. No mires una vez como si fueras una extraña, hazlo dos veces. Como hacen los nuestros. No hace falta nada más. Gírate para mirarnos…
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La guerra no tiene rostro de mujer de Svetlana Aleksiévich
recordar asusta, pero no recordar es aún más terrible.
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La guerra no tiene rostro de mujer de Svetlana Aleksiévich
Así es como nos habían educado, nada debía ocurrir en nuestro país sin que nosotros fuéramos partícipes.
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La guerra no tiene rostro de mujer de Svetlana Aleksiévich
Probablemente las frecuentes guerras y revoluciones nos han hecho desistir de cuidar el contacto con nuestro pasado, de tejer cuidadosamente la telaraña del linaje. De mirar atrás. De sentir orgullo. Nos apresurábamos a olvidar, a borrar las huellas, porque los testimonios guardados a menudo se convertían en pruebas que le costaban la vida a alguien. Nadie conoce nada más allá de sus abuelos, nadie busca sus raíces. Hacíamos Historia, pero vivíamos al día. Con memoria corta.
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La guerra no tiene rostro de mujer de Svetlana Aleksiévich
En adelante me topé a menudo con estas dos verdades conviviendo en la misma persona: la verdad personal, confinada a la clandestinidad, y la verdad colectiva, empapada del espíritu del tiempo. Del olor a rotativos. La primera de ellas rara vez lograba resistir el ímpetu de la segunda.
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La guerra no tiene rostro de mujer de Svetlana Aleksiévich
Deje en paz mi alma. Haga como los demás, escriba sobre mis condecoraciones...
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La guerra no tiene rostro de mujer de Svetlana Aleksiévich
El tiempo también es la patria... Pero quiero a esas mujeres como eran antes. No quiero su tiempo, las quiero a ellas.
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La guerra no tiene rostro de mujer de Svetlana Aleksiévich
No me limito a apuntar. Recojo y sigo la pista del espíritu humano allí donde el sufrimiento transforma al hombre pequeño en un gran hombre. Donde el ser humano crece. Para mí, este ser ya no es el proletariado mudo de la Historia, que desaparece sin dejar huella. Veo su alma. Entonces ¿en qué consiste mi conflicto con el poder? Ya lo he descubierto: las grandes ideas necesitan hombres pequeños, no le interesan los grandes hombres. Un gran hombre es excesivo e incómodo. Es difícil de moldear. Yo en cambio busco al pequeño gran hombre. Ultrajado, pisoteado, humillado, aquel que dejó atrás los campos de Stalin y las traiciones, y salió ganador.
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La guerra no tiene rostro de mujer de Svetlana Aleksiévich
Soy consciente de que no deben redactarse el llano ni los gritos, una vez redactados perderán importancia; la versión escrita saltará al primer plano y la literatura sustituirá la vida. Así es este material, la temperatura de este material. Supera los límites. En la guerra, el ser humano está a la vista, se abre más que en cualquier otra situación, tal vez el amor sería comparable. Se descubre hasta lo más profundo, hasta las capas subcutáneas. Las ideas palidecen ante el rostro de la guerra, y se destapa esa eternidad inconcebible que nadie está preparado para afrontar.
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La guerra no tiene rostro de mujer de Svetlana Aleksiévich
Me dicen: "Bueno, los recuerdos no son historia y tampoco son literatura". Simplemente son la vida, llena de polvo y sin el retoque limpiador de la mano del artista. Una conversación cualquiera está repleta de materia prima. Son los ladrillos, que están por todas partes. Pero ¡los ladrillos y el templo son cosas distintas! Yo lo veo diferente... Es justo ahí, en la calidez de la voz humana, en el vivo reflejo del pasado, donde se ocultan la alegría original y la invencible tragedia de la existencia. Su caos y su pasión. Su carácter único e inescrutable. En su estado puro, anterior a cualquier tratamiento. Los originales. Construyo los templos de nuestros sentimientos... De nuestros deseos, de los desengaños. Sueños. De todo lo que ha existido pero puede escabullirse.
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La guerra no tiene rostro de mujer de Svetlana Aleksiévich
La Historia a través de las voces de testigos humildes y participantes sencillos, anónimos. Sí, eso es lo que me interesa, lo que quisiera transformar en literatura. Pero los narradores no solo son testigos; son actores y creadores, y, en último lugar, testigos. Es imposible afrontar la realidad de lleno, cara a cara. Entre la realidad y nosotros están nuestros sentimientos. Me doy cuenta de que trato con versiones, de que cada uno me ofrece la suya. De cómo se mezclan y entrecruzan nace el reflejo de un tiempo y de las personas que lo habitan.
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La guerra no tiene rostro de mujer de Svetlana Aleksiévich
Las tengo delante, y a muchas de ellas las veo escuchando su alma. Escuchan el sonido de su alma. Lo verifican con palabras. Con los años, el ser humano comprende que la vida se ha quedado atrás y que ha llegado el momento de resignarse y de prepararse para marchar. Es una pena desaparecer sin más. De cualquier manera. Sobre la marcha. Al mirar atrás, uno siente el deseo de no solo contar lo suyo, sino de llegar al misterio de la vida. De responder a la pregunta: ¿para qué ha sido todo esto? Observar el mundo con una mirada un poco de despedida, un poco triste... Casi desde otro lado... Ya no necesita engañar ni engañarse. Y comprende que la visión del ser humano es imposible sin la noción de la muerte. Que el misterio de la muerte está por encima de todo.
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¿En que año nació Marcel Proust?