El baile de Irène Némirovsky
Mientras se cruzaban en el 'camino de la vida'; una iba a llegar, y la otra a hundirse en la sombra. Pero ellas no lo sabían.
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El baile de Irène Némirovsky
Mientras se cruzaban en el 'camino de la vida'; una iba a llegar, y la otra a hundirse en la sombra. Pero ellas no lo sabían.
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Un niño prodigio de Irène Némirovsky
Nada era comparable a la dulzura, al silencio de aquella habitación cerrada en que vivían los libros.
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Domingo de Irène Némirovsky
El genio sabe instintivamente lo que el simple talento solo conoce por experiencia.
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El malentendido de Irène Némirovsky
El lazo conyugal se aflojaba poco a poco, como un nudo hecho con dos cuerdas diferentes que han ido desgastándose con el tiempo. Su desánimo se parecía un poco a la debilidad que nos atenaza en los sueños, cuando, por ejemplo, vemos tranquilamente arder nuestra casa, como si no nos perteneciera.
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Los fuegos de otoño de Irène Némirovsky
Pero los hombres a los que el siglo retenía en sus redes no comprendían; se indignaban, se rebelaban y seguían buscando dolorosamente, en vano, un sentido a su padecimiento. Era como si golpearan con el puño una muralla muda. Sus golpes no encontraban eco.
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Los fuegos de otoño de Irène Némirovsky
Solo aceptamos con rapidez la felicidad, el éxito. El instinto humano opone al fracaso infranqueables barreras de esperanza. El sentimiento de la desgracia tiene que apartar esas barreras una a una antes de poder penetrar en la plaza fuerte, en el corazón mismo del ser humano, que, poco a poco, reconoce al enemigo, lo llama por su nombre y se asusta.
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Los fuegos de otoño de Irène Némirovsky
Dicen que habrá guerra, que es inevitable y está próxima. Quienes la han preparado son ellos. Fingen temerla. No lo sé, quizá sea verdad, pero a veces parece que la deseen. O tal vez les fascina. Quizá hayan ido tan lejos que ahora ya no pueden retroceder y se sienten al borde de un abismo. Pero lo que es seguro es que los primeros que caerán en ese abismo serán los jóvenes.
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Los fuegos de otoño de Irène Némirovsky
En las peleas conyugales, el primero que dice lo mejor sería separarnos, siente al instante que ha cometido un asesinato: entre los dos esposos, el amor estaba todavía vivo; esas palabras lo han matado. Ya nada podrá devolverle el soplo vital; como los amantes han admitido que podía morir, lo ha hecho: ya no es más que un cadáver.
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Los fuegos de otoño de Irène Némirovsky
Son los fuegos de otoño. Purifican la tierra; la preparan para las nuevas semillas. Vosotros aún sois jóvenes. Esos grandes fuegos aún no han ardido en vuestra vida. Pero se encenderán. Y devorarán muchas cosas. Ya lo veréis, ya lo veréis...
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Los fuegos de otoño de Irène Némirovsky
De hecho -pensaba Bernard-, puede que lo que busquemos sea eso: temblar, alegrarnos, arriesgarnos, escapar de la muerte... Tendrían que habernos propuesto grandes aventuras... Batallas nuevas, un mundo que reconstruir. Solo han sabido ofrecernos mujeres y dinero.
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Los fuegos de otoño de Irène Némirovsky
Durante cuatro años, los hombres se habían habituado a muchas cosas nuevas: la angustia, el dolor, la desesperación, la familiaridad, heroica o vulgar, con la muerte... En cambio, habían perdido la vieja y sana costumbre del aburrimiento. Se hablaba mucho del aburrimiento de las trincheras, pero estaba basado en la angustia y la esperanza.
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Los fuegos de otoño de Irène Némirovsky
En definitiva, no le faltaba nada. Era él quien faltaba a todo: no ponía más que la superficie de su ser en la vida familiar y profesional; se prestaba a la gente.
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Los fuegos de otoño de Irène Némirovsky
Los matrimonios felices son aquellos en los que marido y mujer lo saben todo el uno del otro, o bien lo ignoran todo. Las parejas corrientes se basan en un remedo de confianza: uno deja escapar una confesión, un suspiro, muestra una parcela de deseo o de sueño, pero después se asusta, se echa atrás, exclama: ¡No, no! ¡No lo has entendido!; o bien murmura cobardemente: No hay que tomarse al pie de la letra lo que he dicho, y se apresura a anudarse de nuevo las cintas de la máscara. Pero el otro ya ha visto esas lágrimas, esa sonrisa, esa mirada inolvidable... Si es sensato, cierra los ojos. Si no, insiste, se empeña: Pero has dicho... Mira, no te entiendo, tú mismo has confesado... -Y luego-: Júrame que no echas de menos esa vida...
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Los fuegos de otoño de Irène Némirovsky
Todas las generaciones de mujeres que habían recogido pacientemente lo que el hombre dejaba caer, que, día tras día, habrían barrido la ceniza de las alfombras, zurcido bolsillos y calcetines agujereados, puesto orden, avivado el fuego... Thérèse haría lo que todas: recoger migajas de amor, mantener encendida una temblorosa llamita. Ahorraría cuatro perras, que el señor se gastaría a la menor oportunidad. Era lo de siempre. Era el destino de las mujeres.
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Los fuegos de otoño de Irène Némirovsky
Ya no creo en las catástrofes, puesto que la última ha fracasado. Ya no creo en la desgracia, ni en la muerte. La humanidad entera se encuentra en el estado mental del niño que le ha perdido el miedo al coco.
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Los fuegos de otoño de Irène Némirovsky
No era una muchedumbre, era un ejército. Los sostenía la guerra, que crucificaba al hombre, pero también lo mantenía en pie. ¿Se imaginaban algunos mandos, más lúcidos que el resto, el momento en que, firmada la paz, el ejército volvería a convertirse en una muchedumbre?
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Los fuegos de otoño de Irène Némirovsky
Sentía vagamente que el fuego, como lo llamaban los hombres, no solo quemaba el corazón y la carne de los pobres chicos, también iluminaba cosas confusas, tenebrosas, desconocidas, que habían dormido hasta entonces, profundamente sepultadas en ellos.
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Los fuegos de otoño de Irène Némirovsky
Era la guerra. Aquella herida en el gran cuerpo del mundo había hecho correr ríos de sangre altruista. Ahora ya se podía adivinar que empezaba a cerrarse con dificultad y que la cicatriz no sería agradable de ver.
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Los fuegos de otoño de Irène Némirovsky
Yo... yo no soy nada. Mi vida o mi muerte no significan nada. Los héroes, la gloria..., derramar tu sangre por la patria... Monsergas de los civiles. En realidad, ni siquiera soy necesario. Para la guerra moderna, lo que se necesitan son máquinas. Una máquina blindada, perfeccionada, que, sin patriotismo, fe ni valentía, aniquilara al mayor número posible de enemigos, sustituiría con ventaja a todo un batallón de héroes. Y los civiles lo intuyen. Siguen repitiendo que nos quieran y nos admiran para guardar las formas, pero todos y cada uno de ellos piensan y saben que no somos nada, que una máquina ciega es mucho más valiosa que nosotros.
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Los fuegos de otoño de Irène Némirovsky
Moralmente había recibido una herida que ya nada podría curar, una herida que iría agrandándose cada día de su vida: una especie de lasitud, de rotura, una falta de fe, cansancio y una furiosa ansia de vivir.
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¿Quién escribió la saga?