El baile de Irène Némirovsky
por primera vez en la vida lloraba así, sin muecas, ni hipos, silenciosamente, como una mujer…
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El baile de Irène Némirovsky
por primera vez en la vida lloraba así, sin muecas, ni hipos, silenciosamente, como una mujer…
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El vino de la soledad de Irène Némirovsky
Pero le gustaban los libros y el estudio, como a otros el vino, porque ayuda a olvidar. ¿Qué otra cosa conocía?
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Nieve en otoño de Irène Némirovsky
Cuando los hijos crecen, sólo puedes cruzarte de brazos y dejar que la vida proceda. Pero a fe que sigues preocupándote, bregando, discurriendo...
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El ardor de la sangre de Irène Némirovsky
Las personas mienten, pero las flores, los libros, los retratos, las lámparas, la suave pátina que el uso deposita en todos los objetos, son más sinceros que los rostros.
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Dos de Irène Némirovsky
¡Cuánto hay que haber vivido para descubrir rasgos humanos en nuestros padres y maestros! Y seguramente la vida se reduce a ese lento cambio de óptica.
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Dos de Irène Némirovsky
La vida de algunas personas, sin ser idéntica desde la cuna hasta la tumba, avanza en la misma dirección; sin embargo, yo he cambiado ya varias veces de deseos, de ideas, de amores, hasta el punto de sentir que en mi interior despertaba otra alma, y creo que en este mundo ya no conoceré otra felicidad que la renovación, el renacimiento.
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Dos de Irène Némirovsky
En la juventud, en ciertos instantes en que la felicidad alcanza un culmen casi doloroso, se es a un tiempo actor y espectador, espectador embriagado, enamorado de uno mismo.
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El baile de Irène Némirovsky
¿Un odio de solterona a los catorce años? Sin embargo, ella sabe que le llegará su momento; pero tarda demasiado, nunca llega… y mientras tanto, la vida estricta, humillada, las lecciones, la dura disciplina, la madre que grita…
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Domingo de Irène Némirovsky
Christiane aceptaba la situación con la lucidez de una edad mal llamada ciega, puesto que es la única que puede permitirse mirar la vida y el amor cara a cara, como un juego, porque nunca la han vencido, porque aún no ha dado con sus huesos en la fría tierra.
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Nieve en otoño de Irène Némirovsky
Empezaba a gustarles aquella ciudad y sus habitantes. En las calles, en cuanto el sol asomaba, se olvidaba uno de todas las penas y el alma se aligeraba, sin saber por qué.
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El baile de Irène Némirovsky
Pero naturalmente, tu padre tiene razón, sobre todo debes callar. Una niña debe hablar lo menos posible con los mayores.
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Un niño prodigio de Irène Némirovsky
Un instinto especial parecía asesorarle sobre qué debía decir y qué debía hacer, cuáles eran las palabras aprendidas en el barrio judío que no debía repetir o, por el contrario, qué gestos de la princesa, en la mesa o en otras circunstancias de la vida, le convenía imitar. Era algo que le resultaba fácil porque poseía ese don inestimable de la naturalidad que, por lo general, les es concedido a los niños muy pequeños.
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Dos de Irène Némirovsky
Entre marido y mujer existen pocas reacciones imprevisibles, como puede haberlas entre padres e hijos o entre los amigos más íntimos. En eso, los casados se parecen a los hermanos y a las hermanas, que, incluso distanciados, incluso enemigos, nunca son indescifrables el uno para el otro.
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Suite francesa de Irène Némirovsky
Todos sabemos que el ser humano es complejo, múltiple, contradictorio, que está lleno de sorpresas, pero hace falta una época de guerra o de grandes transformaciones para verlo. Es el espectáculo más apasionante y el más terrible del mundo. El más terrible porque es el más auténtico. Nadie puede presumir de conocer el mar sin haberlo visto en la calma y en la tempestad. Sólo conoce a los hombres y las mujeres quien los ha visto en una época como ésta. Sólo ése se conoce a sí mismo.
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Domingo de Irène Némirovsky
¿Le asustaba la muerte? Siempre había creído que no, pero una cosa es ver la muerte al final de un largo camino, como el remate natural de una vida prolongada y feliz, y otra muy distinta decirse que esa misma noche, esa misma mañana, esos mismos instantes, son los últimos. |
Dos de Irène Némirovsky
Se besaban. Eran jóvenes ¡y con qué naturalidad nacen los besos de los labios de una joven veinteañera! No es amor; no se busca la felicidad, sino un momento de placer.
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El baile de Irène Némirovsky
¿Así que también las personas mayores sufrían por cosas fútiles y pasajeras?
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Suite francesa de Irène Némirovsky
El día había sido espléndido. La luz del atardecer iluminaba suavemente los frondosos castaños, y Albert, un minino corriente de color gris que pertenecía a los niños, presa de una alegría frenética, rodaba por la alfombra, saltaba a la chimenea, mordisqueaba la punta de una peonía del jarrón oscuro colocado en una consola y delicadamente adornado con una boca de dragón grabada.
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Suite francesa de Irène Némirovsky
No era inquietud propiamente dicha, sino una extraña tristeza que tenía poco de humano, porque no comportaban y valentía ni esperanza. Así es como los animales esperan la muerte. Así es como el pez atrapado en la red ve pasar una y otra vez la sombra del pescador.
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La edad de la inocencia