Después, tierno, cuidadoso, hojeaba el raro ejemplar con un enorme respeto, página por página. Nadie podía molestarle en un instante como aquél, como tampoco a un verdadero creyente durante la oración.
|
Después, tierno, cuidadoso, hojeaba el raro ejemplar con un enorme respeto, página por página. Nadie podía molestarle en un instante como aquél, como tampoco a un verdadero creyente durante la oración.
|
Dejando a un lado los libros, aquel hombres singular no sabía nada del mundo, pues todos los fenómenos de la existencia sólo comenzaban a ser reales para él cuando se vertían en letras, cuando se reunían en un libro.
|
De cualquier obra que hubiera aparecido lo mismo hacía dos días que doscientos años antes conocía de un golpe el lugar de publicación, el editor, el precio, nuevo o de anticuario. Y de cada libro recordaba, con una precisión infalible, al mismo tiempo la encuadernación, las ilustraciones y las separatas en facsímil.
|
En cuanto terminé, Mendel cerró durante un segundo el ojo izquierdo, igual que un arcabucero antes de disparar. Pero, de verdad, aquel gesto de concentrada atención duró tan sólo un segundo. Después enumeró de inmediato y con fluidez, como si estuviera leyendo en un catálogo invisible, dos o tres docenas de libros, cada uno de ellos con el lugar de publicación, la fecha y el precio aproximado. Me quedé perplejo. Aunque venía preparado, no me esperaba algo así.
|
¿Que no ha querido? No. ¡No ha podido! Es un parch, un burro apaleado con el pelo gris. Le conozco, para mi desgracia, desde hace veinte años largos, pero sigue sin haber aprendido nada. Embolsarse el sueldo ... es lo único que saben hacer esos doctores. Deberían acarrear piedras en lugar de andar metidos entre libros.
|
Él lo sabe todo y lo consigue todo. Él te trae el libro más singular del más olvidado de los anticuarios alemanes. Es el hombre más capaz en toda Viena y además auténtico, un ejemplar de una raza en extinción, un saurio antediluviano de los libros.
|
Y en efecto, Jakob Mendel no veía ni oía nada de lo que ocurría a su alrededor. Junto a él alborotaban y vociferaban los jugadores de billar, corrían los marcadores, repiqueteaba el teléfono. Barrían el suelo, encendían la estufa... Él no se enteraba de nada.
|
A aquel ser humano de lo más particular, a aquel hombre legendario. A aquel peculiar portento universal, famoso en la universidad y en un círculo rendido y respetuoso ... Como había podido olvidarle, a él, el mago, el corredor de libros que, imperturbable, se sentaba allí día tras día, de la mañana a la noche. Símbolo del conocimiento. ¡Gloria y honra del café Gluck!
|
Dios mío, si aquel era el sitio de Mendel, de Jakob Mendel, Mendel el de los libros. Veinte años después había ido a parar de nuevo a su cuartel general, el café Gluck, en al parte alta del Alsertrase
|
Me enfadé, como se enfada uno siempre que un fallo le hace ser consciente de la insuficiencia e imperfección de las fuerzas mentales, pero no perdí la esperanza de recuperar aquel recuerdo.
|
Es un poema épico griego compuesto por 24 cantos, atribuido al poeta griego Homero. Narra la vuelta a casa, tras la guerra de Troya, del héroe griego Ulises