Pronto había abandonado al riguroso dios único , Jehovah, para entregarse al politeismo brillante y multiforme de los libros.
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Pronto había abandonado al riguroso dios único , Jehovah, para entregarse al politeismo brillante y multiforme de los libros.
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… los libros sólo se escriben para, por encima del propio aliento, unir a los seres humanos, y así defendernos frente al inexorable reverso de toda existencia: la fugacidad y el olvido.
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En su mundo superior de los libros no había guerras, ni malentendidos, tan sólo el eterno saber y querer saber aún más números y palabras, títulos y nombres.
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las personas no le interesaban, y de todas las pasiones humanas tal vez sólo conocía una, la más humana de todas, la vanidad
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“Pero cuanto más me esforzaba por alcanzar aquel recuerdo, con mayor malicia y de modo más escurridizo se me escapaba, como una medusa, brillando incierto en el estrato más profundo de la conciencia y, sin embargo, imposible de atrapar”. 𠇊llí perduraba, oculto en lo invisible como el clavo en la madera, una parte de mi propio yo hace tiempo soterrada”. “Leía con un ensimismamiento tan impresionante que desde entonces cualquier otra persona a la que yo haya visto leyendo me ha parecido siempre un profano”. 𠇎l vasto misterio de la concentración absoluta, que hace tanto al artista como al erudito, al verdadero sabio como al loco de remate, esa trágica felicidad y desgracia de la obsesión completa”. jando a un lado los libros, aquel hombre singular no sabía nada del mundo, pues todos los fenómenos de la existencia sólo comenzaban a ser reales para él cuando se vertían en letras, cuando se reunían en un libro y, como quien dice, se habían esterilizado”. 𠇎l regusto de la fugacidad. ¿Para qué vivimos, si el viento tras nuestros zapatos ya se está llevando nuestras últimas huellas? Durante treinta años, tal vez cuarenta, una persona había respirado, leído, pensado, hablado, en aquella habitación de unos cuantos metros cuadrados, y bastaba con que pasaran tres o cuatro años, que viniera un nuevo faraón, y ya no se sabía nada de José. En el café Gluck ya no sabían nada de Jakob Mendel”. “Pues ella, aquella mujer sin estudios, al menos había conservado el libro para acordarse mejor de él. Yo, en cambio, me había olvidado de Mendel el de los libros durante años. Precisamente yo, que debía saber que los libros sólo se escriben para, por encima del propio aliento, unir a los seres humanos, y así defendernos frente al inexorable reverso de toda existencia: la fugacidad y el olvido”. + Leer más |
Pero poco a poco este mundo, desengañado por su propia demencia, sabe que de todas las atrocidades y abusos criminales de esta guerra ninguno ha sido más absurdo, más infundado y, por lo tanto, menos disculpable desde el punto de vista moral que la detención y confinamiento tras alambradas de espino a civiles desprevenidos, muy lejos ya de la edad reglamentaria para prestar servicio en el ejército, personas que durante mucho tiempo habían vivido en un país extranjero como en una patria y que por creer en el derecho de la hospitalidad, sagrado hasta para los tungusos y los araucanos, perdieron la oportunidad de escapar a tiempo...Un crimen contra la humanidad cometido sin sentido alguno en Francia, en Alemania y en Inglaterra, en cada terruño de esta Europa nuestra que perdió la razón.
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Y de hecho, aquella manera de mirar, de rozar, de olfatear y sopesar, tenía algo de ceremonial, de la sucesión regulada por el culto en un acto religioso.
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Los libros sólo se escriben para, por encima del propio aliento, unir a los seres humanos, y así defendernos frente al inexorable reverso de toda existencia: la fugacidad y el olvido.
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Todo lo que de extraordinario y más poderoso se produce en nuestra existencia se logra sólo a través de la concentración interior, a través de una monomanía sublime, sagradamente emparentada con la locura.
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Leía con un ensimismamiento tan impresionante que desde entonces cualquier otra persona a la que yo haya visto leyendo me ha parecido siempre un profano.
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Es un poema épico griego compuesto por 24 cantos, atribuido al poeta griego Homero. Narra la vuelta a casa, tras la guerra de Troya, del héroe griego Ulises