Mendel ya no era Mendel, como el mundo ya no era el mundo.
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Mendel ya no era Mendel, como el mundo ya no era el mundo.
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Sentí un regusto amargo en los labios. El regusto de la fugacidad. ¿Para qué vivimos, si el viento tras nuestros zapatos ya se está llevando nuestras últimas huellas?
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Sus ojos acostumbrados durante décadas a las delicadas y silenciosas letras del tamaño de patas de insecto, debieron de ver cosas terribles en aquel corral para hombres entre alambradas de espino.
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El mágico telescopio que le permitía contemplar el mundo del espíritu se rompió en mil pedazos
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Debía saber que los libros sólo se escriben para, por encima del propio aliento, unir a los seres humanos, y así defendernos frente al inexorable reverso de toda existencia: la fugacidad y el olvido.
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Cuando se ha pasado uno así treinta y seis años sentado cada día a una mesa, entonces esa mesa es como su hogar.
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Mendel ya no era Mendel, como el mundo no era ya el mundo.
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Dios mío, pobre hombre, fuera de sus libros nada le alegraba ni le preocupaba.
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Y lo que es aún peor, en el fantástico edificio de su memoria debía de haberse derrumbado algún pilar, y toda la estructura se había venido abajo, pues nuestro cerebro, ese mecanismo de conexión creado con la más sutil de las sustancias, ese fino instrumento de precisión mecánica acorde con nuestro saber, es tan delicado que una venilla obstruida, un nervio afectado, una célula cansada, una molécula un poco desplazada bastan para hacer enmudecer la armonía más extraordinariamente completa, la armonía esférica de una mente. (46)
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Mendel puede enumerar todos los libros disponibles sobre cualquier tema, el lugar y fecha de su publicación, el editor y el precio, nuevo como de anticuario. Y de cada libro recordaba, con una precisión infalible, al mismo tiempo la encuadernación, las ilustraciones y las separatas en facsímil.
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Es un poema épico griego compuesto por 24 cantos, atribuido al poeta griego Homero. Narra la vuelta a casa, tras la guerra de Troya, del héroe griego Ulises