El rey León nos acerca a la parca con todo lujo de detalles, y me resulta llamativo acudir a esta novela corta como desatasco de la conjura de los necios. Travesuras aparte (a cada santo le llega su hora mi querido Ignatius) la obra pese, o precisamente por el tema es una verdadera maravilla. Más allá de la reflexión, que la tiene, acerca del sentido de la vida y lo mucho que nos empeñamos en desperdiciarla, el texto contiene otras cosas mucho más edificantes que argumentos para arquitectos de autoayuda y buenas costumbres. Angustia, incomprensión, la soledad de un moribundo acompañado, sí, y de que sirve, cuando la mayor carencia es un gesto, una caricia. Dolor, donde el mental supera al físico y se acentua a medida que la clepsidra va perdiendo el agua gota a gota. La muerte de Ivan Ilich es el llanto de desesperación de un burgués acomodado y refugiado en su trabajo, para olvidar las penas del alma, renunciando a cualquier tipo de vida o enfrentamiento con ella. El juez en su juicio final, con un Tolstoi, para mí inmenso, tanto en capacidad literaria como en pulso narrativo. Sin duda, relato de libro. Dos cositas y un buen abrigo tejido con sedas de palabra y significado. Cierto es que a estos rusos no los invitaría a mi cumpleaños (menos a este, que creo que fue conde) pero hay que reconocerles que a veces escribían muy bien. Eso sí, los prefiero en relato corto. Cuando se visten de largo suelen ponerse de un pesado insoportable. + Leer más |