Sanshiro

Sanshiro, un muchacho de pueblo, llega a Tokio para estudiar Literatura en la universidad. Su sueño es dedicarse a escribir, por lo que espera aprender y adquirir todas esos conocimientos que le permitan conseguir ese algo distintivo que lo ayude a alcanzarlo. Pronto descubrirá que las clases no lo están sirviendo y lejos de aprender, siente un enorme hastío. Nada lo satisface. La universidad no es lo que esperaba. Tokio tampoco lo es. Sanshiro no termina de encontrarse a sí mismo.

Alrededor de Sanshiro se moverán un grupo bastante variopinto de personajes: un extraño científico llamado Nonomiya que vive apartado de la sociedad, centrado en sus investigaciones; Yoshiko, una joven enferma y hermana del anterior; Yojiro, un compañero de clase que no para de meter en líos al protagonista; el profesor Hirota, que sirve de maestro de vida a los que le rodean y la misteriosa Mineko, una chica de la que Sanshiro acabará enamorándose.

Segunda novela que leo de Natsume Soseki, y empiezo a comprender el porqué Murakami lo tomó como ejemplo a seguir. Mantiene la misma tónica de Kokoro, que fue la primera novela que leí suya. Y en ambas nos encontramos con un chico joven de pueblo, que se siente perdido y que busca una guía en la vida, que normalmente está representada por un hombre mayor con el que forja una amistad. Esos personajes que se sienten perdidos y no encuentran su lugar, es una de las claves de la literatura de Murakami, y al parecer, anteriormente lo fue de Soseki.

Aunque la he disfrutado bastante, hubo ciertos capítulos de reuniones de personajes relacionados con el mundo del arte que me aburrieron muchísimo y eran larguísimos. Me gustó la crítica a la pedantería de la época en estos ambientes culturales y es interesante, pero se me hicieron muy cansinos. Podría haberlos suavizados y dedicado más tiempo a Mineko, ya que me parecía el personaje más interesante y el autor profundiza poco en ella. Lo que sí me gustó mucho fue la constante muestra del miedo de los jóvenes a la reciente apertura de Japón al mundo y a que su país se occidentalizara en exceso.

Aunque me ha gustado, y la importancia de Soseki es obvia, se me ha quedado un pelín corto. Kokoro me gustó mucho más, tanto en la historia, como en la creación de los personajes. Kokoro me transmitió mucho mejor ese sentimiento de desaliento ante la vida, esa sensación de estar perdido en un mundo de personas que parecen todas iguales. Aún así, es recomendable.

Con Sanshiro Natsume Sõseki lo vuelve a hacer: se trata una vez más de una sátira de su país, Japón, que intenta salir como puede de la Era Meiji, esa época en la que el individuo no es importante, sino el conjunto del país. Poco importan las motivaciones interiores de cada uno si no van al compás del bien común.

Sõseki critica a su país a través de sus personajes, de los que hace descripciones no solo físicas, sino también de su personalidad para que nos hagamos una idea del cambio que sufrió el país al abrirse al mundo. Por un lado tenemos a Sanshiro, un muchacho de campo, cuya educación ha sido a la antigua usanza, y que se sorprende de todo en la gran ciudad. En contraposición, está Yojiro, el típico pícaro con buen corazón que no para quieto ni un momento, con una educación moderna y abierta. También aparecen otros personajes, como profesores y artistas, unos en contra de seguir adelante con la modernización del país, otros con ganas se seguir cambiando a mejor su sociedad. Unos anclados en el pasado, otros con la esperanza puesta en el futuro.

Otros personajes interesantes en este libro son las mujeres. Aparecen varias, pero todas siguen el mismo patrón: son mujeres que parecen a simple vista independientes y modernas, pero a largo plazo no tienen esa libertad de la que parecen gozar y deben seguir la tradición como todas, tanto las de campo como las de ciudad. Deben casarse a una cierta edad, tener hijos y aunque tengan muchos conocimientos en algún campo, no pueden trabajar porque eso se veía indigno en aquella época. Resulta llamativa la forma de contarlo del autor, de una manera crítica y sutil al mismo tiempo.

Siguiendo los pasos de Kokoro, Botchan y Soy un gato, Sõseki utiliza una prosa sencilla pero elegante, y su humor es delicado pero tenaz. El final nos muestra el porqué Haruki Murakami lo usa como referente en sus obras, pero no diré más para no descubrir nada importante de la trama.

Conviene leer a Natsume Sõseki porque es el escritor clásico japonés por excelencia, y nos da pistas de cómo este país ha cambiado tanto en tan poco tiempo.

Desde que hace ya casi dos años leyera Kafka en la orilla de Murakami, lo cierto es que le cogí cierto rechazo a los escritores japoneses; rechazo que no es más que un larvario prejuicio que quise contrastar leyendo a Natsume Sōseki.

¿He cambiado de opinión? Lo cierto es que no del todo.

Partiendo del hecho de que soy consciente de que me falta mucha literatura japonesa por descubrir, soy más afín a la literatura que ocurre y no a la que transcurre. Es decir, valorando la sutileza de la ambientación japonesa, ese discurrir nada acelerado, que es casi una actitud sumisa hacia la propia forma del lenguaje, ¿qué queda después de eso? Paisajes, pinceladas, silencio, poco contacto con las emociones de los personajes.

Sí que hay que tener en cuenta que la novela es fruto de un autor que vivió entre el siglo XIX y principios del siglo XX, por lo que hay que tener en cuenta no solo la lejanía geográfica entre nuestras culturas, sino también la distancia temporal entre nuestro modo caótico de estar en el mundo y la pausa rítmica más propia de la cultura asiática.

No es una novela fallida en sí, de hecho hay cierta ironía y algunos momentos graciosos gracias a uno de los personajes secundarios. Pero al final son más de trescientas páginas en las que no ocurre nada reseñable y en donde la relación entre el protagonista y el objeto de su deseo se aproxima temerariamente al abismo al final de sus páginas y se queda suspendida ahí, sin más.

Pese a eso no he sentido en ningún momento que la historia esté descontextualizada (de hecho pensaba que era más cercana a nuestros días de lo que en realidad está), sí que me ha sabido a poco, pero no es una falta que me haga desfallecer en mi propósito de seguir conociendo otros modos de escritura; sino todo lo contrario.

Sanshiro es la historia de un joven universitario que, viniendo de un pueblo, se deja seducir por las luces y multitudes de un Tokio que no es más que una máscara donde intentar esconder la soledad y el intento de encajar en un molde con forma de corazón que no siempre nos es correspondido de la manera en la que nos imaginamos.

¿Hay algo más actual y eterno que esto?
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Algo decepcionado en mi primer acercamiento a Soseki. Su realismo muestra de manera notable la sociedad de Japón a principios del Siglo XX, con buenos diálogos. Pero el ritmo lento y pausado de la trama no me ha llegado a enganchar casi hasta el final del libro