La última de las novelas de extensión de Emilia Pardo Bazán, Dulce Dueño (1911), destaca cuestiones relacionadas con el cuerpos de la mujeres y la educación sexual en el siglo XX, desde un enfoque que sorprende por su decisión y claridad. La búsqueda del amor, identificado, en términos platónicos, con la belleza y, finalmente, con Dios, conduce a las dos santas, la histórica Catalina de Alejandría y a la contemporánea Lina Mascareñas, a una particular búsqueda al estilo de Camino de perfección, de Santa Teresa. Ambas comparten inquietudes asociadas tradicionalmente a los hombres y pagan su independencia del modo más cruel. Resulta muy interesante la ruta vital de la protagonista, que abandona la pobreza tras recibir una cuantiosa herencia que la convierte en una pieza de interés para los caballeros, que su entorno no titubea en presentar como futuros maridos, necesarios para una mujer de su fortuna. Pronto comienza a descubrir que no es el amor lo que los mueve y que, tras el matrimonio, la esposa ha de someterse al varón de formas que la horrorizan. Lina acude a visitar a un doctor para que este le explique con detalle esas obligaciones conyugales, sumiéndola en una crisis nerviosa. Desgraciadamente, los hombres consiguen someter a la mujer, tal y cómo sucedía en la época, amparándose unos a otros y beneficiándose de un control espeluznante que ejercen sin pudor, con toda crueldad y haciendo uso de cualquier hecho a su alcance. Solo la fe sirve de refugio a quienes son tratadas como una mercancía sin voluntad y colmada de maldad. Resulta increíble que más de cien años después leamos a Emilia y sintamos que hemos avanzado tan poco. Las mujeres seguimos estando en el punto de mira, vivimos en una sociedad eminentemente machista, que justifica según qué con monomanías e histerias varias, y continuamos con leyes de hace dos siglos, convenientemente parcheadas, obviamente, por una mayoría de hombres. Nos queda mucho que hacer. Enlace: https://www.instagram.com/mi.. + Leer más |
Presentación del libro Lo que quede (Continta MeTienes, 2024). Con Irantzu Varela, autora, e Irene Montero
Queda lo escrito, todo lo demás no queda, escribió Emilia Pardo Bazán, e Irantzu Varela, comunicadora vasca, feminista, bollera y activista gorda, retoma estas palabras y las trasforma en una invitación a adentrarnos en estas memorias autopornográficas en las que nos cuenta cómo ha llegado a ser quien es hoy.
La escritora y monologuista compone esta biografía a través de relatos cerrados que, potentes como disparos, en ocasiones nos queman la piel, nos llenan de rabia y nos dan ganas de quemar cosas. Sin embargo, en sus palabras siempre hay una puerta abierta, el apoyo de las suyas, la ternura con la que habla de sus raíces y por supuesto la intención deliberada de convertir los dolores y violencias propias en movimientos y acciones colectivas.
Varela no se presenta sola, sino que a lo largo del libro convoca un akelarre de mujeres artistas, a través de cuyas citas y referencias podemos aproximarnos al universo más personal y político de la autora. A falta de reparación, o a la espera de ella, ojalá Lo que quede sirva como alivio de lo vivido.