Misericordia de
Benito Pérez Galdós
Aquel día, que tan siniestro se presentaba, y que la
aparición de Benina trocó en uno de los más dichosos,
Obdulia y Frasquito, en cuanto comprendieron que estaba
resuelto el problema de la reparación orgánica, se lanzaron
a cien mil leguas de la realidad, para espaciar sus almas en
el rosado ambiente de los bienes fingidos. Las ideas de
Ponte eran muy limitadas: las que pudo adquirir en los
veinte años de su apogeo social se petrificaron, y ni en
ellas hubo modificación, ni las adquirió nuevas. La
miseria le apartó de sus antiguas amistades y relaciones, y
así como su cuerpo se momificaba, su pensamiento se iba
quedando fósil. En su manera de pensar, no había
rebasado las líneas del 68 y 70. Ignoraba cosas que sabe
todo el mundo; parecía hombre caído de un nido o de las
nubes; juzgaba de sucesos y personas con candorosa
inocencia. La vergüenza de su aflictivo estado y el
retraimiento consiguiente, no tenían poca parte en su
atraso mental y en la pobreza de sus pensamientos.
Por miedo a que le viesen hecho una facha, se pasaba
semanas y aun meses sin salir de sus barrios; y como no
tuviera necesidad imperiosa que al centro le llamase, no
pasaba de la Plaza Mayor. Le azaraba continuamente la
monomanía centrífuga; prefería para sus divagaciones las
calles obscuras y extraviadas, donde rara vez se ve un
sombrero de copa. En tales sitios, y disfrutando de
sosiego, tiempo sin tasa y soledad, su poder imaginativo
hacía revivir los tiempos felices, o creaba en los presentes
seres y cosas al gusto y medida del mísero soñador.
En sus coloquios con Obdulia, Frasquito no cesaba de
referirle su vida social y elegante de otros tiempos, con
interesantes pormenores: cómo fue presentado en las
tertulias de los señores de Tal, o de la Marquesa de Cuál;
qué personas distinguidas allí conoció, y cuáles eran sus
caracteres, costumbres y modos de vestir. Enumeraba las
casas suntuosas donde había pasado horas felices,
conociendo lo mejorcito de Madrid en ambos sexos, y
recreándose con amenos coloquios y pasatiempos muy
bonitos. Cuando la conversación recaía en cosas de arte,
Ponte, que deliraba por la música y por el Real, tarareaba
trozos de Norma y de Maria di Rohan, que Obdulia
escuchaba con éxtasis. Otras veces, lanzándose a la
poesía, recitábale versos de D. Gregorio Romero
Larrañaga y de otros vates de aquellos tiempos bobos. La
radical ignorancia de la joven era terreno propio para estos
ensayos de literaria educación, pues en todo hallaba
novedad, todo le causaba el embeleso que sentiría una
criatura al ver juguetes por primera vez.
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