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Emilia Pardo Bazán
Lista creada por mifuga el 07/11/2021
13 libros.

Emilia Pardo Bazán (La Coruña-16 de septiembre de 1851-Madrid, 12 de mayo de 1921), condesa de Pardo Bazán, no solo se dedicó a las labores propias de su clase social. Además estudió, aprendió idiomas para leer los clásicos en su lengua original y escribió multitud de cuentos, artículos y novelas en la que retrata con crudeza las condiciones de los mejor desafortunados, sobre todo la situación de la mujer. Reivindicó sus derechos y también la instrucción de las mismas como algo fundamental, dedicando gran parte de su actuación pública a defenderlo.


A cuarta hora, en clase de Plástica, a Ángel, apodado por todo el curso como "cabezón" debido a su enorme cráneo de homo sapiens no evolucionado -con los años, stripper reconocidísimo en el universo de las despedidas de soltera-, tuvo una idea brillante. Aprovechando la inclinación técnica de las mesas verdes, de otro tiempo, del aula de dibujo, pensó que sería gracioso arrearle una nalgada en el culo a su compañera del pupitre delantero, totalmente entregada en su ejercicio, con las piernas dobladas sobre el taburete, ofreciendo sus posaderas con toda la intención. Pobre Ángel que, tras la sonora palmada y unas risas compartidas con los colegas, que  le supieron a gloria, se encontró, de pronto tendido en el suelo, con la espalda dolorida tras el choque con la pared de acordeón que dividía el aula en dos. Y media cara marcada, por una niña de quince años, que se frotaba la muñeca, mientras le preguntaba si es que quería otra más. En aquella época estaba ella descubriendo a Emilia Pardo Bazán. Y a sí misma, claro. Empezaba a pensar que era cierto que algunos hombres se creían que gozaban de una postura privilegiada solo por haber nacido varones. Y, aún peor, que continuaban existiendo mujeres que asumían esta condición. Y hasta que la justificaban. Por eso, cuando leía La Tribuna (1883), considerada por muchos la primera novela naturalista española, subía y bajaba por el infierno de Dante que era aquella fábrica de tabaco de Marineda, trasunto de La Coruña, y se sentía orgullosa de Amparo, de la sororidad que latía entre todas las cigarreras y de su fuerza y valentía. Aunque no supiera gran cosa del feminismo, aprendió ya lo que quería ser, por las causas por las que merecía la pena pelear. Más firme que nunca, la igualdad, de géneros, de clases... crecía en la adolescente que un día fui y a la que, nunca más, se atrevió ningún chiquillo con el pavo subido a rozarle ni un rizo. Aunque llegara el amor, no en forma de oficial del ejército, a destrozar todo aquello en lo que siempre había creído. Y tuviera que volver a empezar. Una. Otra. Mil veces más. Pero siempre desde la conciencia de la libertad, de la compasión, de la defensa de los derechos y la pelea permanente con aquellos que pretendieran arrebatarnos la dignidad.
He de confesar que casi siempre que leo lo hago en una doble lectura: me conmueve, luego, ¿funcionará en el aula? El curso pasado, de camino a la clase de comentario, me crucé con policías nerviosos y mujeres agrupadas, llorosas e impactadas. Supe, unas horas más tarde, que habían descubierto el cadáver de otra mujer, asesinada por alguien que era, o había sido, su pareja. Los chavales, que ya conocían todos los detalles a la mañana siguiente, estaban llenos de dudas. ¿Por qué un hombre mata a la mujer a la que amó un día? ¿Por qué ella no lo denunció? ¿Nadie pudo evitarlo? Proyectamos distintas versiones, según los colores del diario correspondiente, y analizamos el horror. Parece que él era tan normal... Pero estaba claro que no era cierto, según una de mis chicas. Se quitan la palabra para intentar descifrar el mundo. Son fascinantes. Tal vez él disimulara en público. A lo mejor era de los que le pedían perdón en privado, una y otra vez, y ella le creía. En ocasiones queremos creer cada cosa... Y la gente es muy mala. Siempre habrá quien opine que si denuncia, lo hace por despecho; que si se queja de que la espía, tampoco fuera eso para tanto. Si le levantara la mano, y ella lo consintiese, por algo habría sido. Algo habría hecho. Por eso estaría con él. Les asusta la falta de humanidad de rostros que les son familiares. Crecer es arrancar muchas caretas. Emilia Pardo Bazán (1851-1921) lo sabía. Y en sus novelas y sus relatos, como los que se recogen en el volumen El encaje roto (Contraseña Editorial, 2020), aparecen agravios públicos y privados que las mujeres sufrían -y sufren-, para que los coloquemos bajo el foco y reflexionemos cuidadosamente. El celoso, el perturbado, el malhumorado o el necrófilo. Un montón de criminales que hieren hasta donde pueden, con impunidad, como bestias. Quizá no se atrevieran con una mujer fuerte, independiente y poderosa, como la condesa, pero ni uno solo de ellos contaría tampoco con su amparo, ni con una sutilísima excusa que le sirviera de paraguas contra la vergüenza. "¿Hasta cuándo durará esta racha de pasión tan útil para los chuchilleros y los armeros que venden revólveres baratos?". Tal vez hasta que desaparezca  la última persona que justifique lo injustificable, que lo utilice para su propio beneficio o para escarnio de la víctima. O hasta que sea su propio encaje el que se rompa.
Benicio Neira es el sufrido padre de una familia numerosa compuesta por once damitas y un varón, que le traen por la calle de la amargura. Y es que su mujer tenía el vicio de parir, tanto es así, que murió pariendo. Y dejó al pobre Neira al cargo de unas criaturas que, debido a su clase social, no se plantean trabajar, pero que tampoco disponen del capital que les permita vivir como ellas pretenden. Así que Benicio va de préstamos en deudas, intentando que a las niñas de sus ojos no les falte de nada. Es esta agonía, padecida por su amigo del alma, la que confirma al narrador, Mauro Pareja, arquitecto y soltero por convicción, que su postura ante el matrimonio es la más higiénica posible. La descripción, tan poco humilde, que hace de sí mismo resulta graciosísima. Al igual que sus ideas sobre el amor y su sorpresa ante la coherencia que tienen para él los argumentos feministas que se exponen a lo largo de la novela, vinculados, sobre todo, a la genial Feíta Neira, que no está dispuesta a ser una mercancía matrimonial y demuestra a todos que una mujer puede ganarse la vida sin depender de un esposo que la sostenga. Memorias de un solterón (1896), se desarrolla en la ciudad de Marineda, trasunto de La Coruña, al igual que otras novelas de Emilia Pardo Bazán. En ella aparecen personajes ya conocidos por el lector, que han protagonizado otras obras, como La Tribuna (1883). Aunque Pardo Bazán se considera una autora naturalista, en su madurez se centra en las relaciones entre hombres y mujeres, en la institución que las regula y en la situación de la mujer en su época, que la preocupa y sobre la que posee ideas realmente progresistas para problemáticas que, tristemente, siguen de plena actualidad. Publicada inicialmente por entregas en La España Moderna, revista literaria con la que Emilia colaboraba de forma habitual, parece que tuvo poco eco en su época y que no se reeditó en España hasta 1911. Sí que resonó en los gallineros madrileños su idilio con el joven y atractivo director de la publicación, Lázaro Galdiano, con motivo de la Exposición Universal de 1888, y que supuso una gran conmoción emocional para Benito Pérez Galdós, que estaba dando, quizá, con la horma de su zapato, dejándonos algunas de las cartas de amor más hermosas, honestas y apasionadas que hayamos leído nunca.
Tiene algo de prohibido colarse en el epistolario que Emilia intercambiaba con Benito. Lo leo por las noches, cuando comparto el secreto de sus amores con ellos, desde tantas décadas de distancia y, a la vez, tan cerca. El pistoletazo de salida lo dispara Galdós desde el Madrid de 1883, en la única carta suya que se incluye en "Miquiño mío". Cartas a Galdós (Turner, 2013), tan cortés y caballeroso como nos lo imaginamos en el famoso cuadro de Sorolla que pintaría unos años después, en 1894, cuando la pasión inicial se estaría diluyendo en una amistad que duraría hasta el final. Viajamos a través de su historia, primero, de mutua admiración, que dará paso a un amor apasionado entre iguales para terminar en un distanciamiento geográfico y emocional. Galdós, tan moderno y tan seductor, no lleva nada bien que Emilia, que se ha independizado de padres y marido, tenga una aventura con el apuesto Lázaro Galdiano, aunque él haga lo propio con otras, como la que será la madre de su hija María, Lorenzo Cobián, de trágico final. Y, a pesar de que la aguda Emilia lo sabe, y se lo hace saber a su amante, le puede la fuerza de uno de esos amores que acompañan a uno a lo largo de toda su vida. Se disculpa desde lo más hondo de su corazón, desde el mismo lugar donde le entrega todo y le advierte que no le pide nada a cambio. Se preocupa por sus mil dolores pequeños, le besa el pelo, le suplica que no fume tanto, justifica sus ausencias debido a las obligaciones con sus hijos o a las horas que debe escribir para poder mantenerse y le ruega, una y otra vez, que busque tiempo para ella, para ellos. Para los dos. Porque son una pareja de iguales, que reconocen las restricciones sociales que les impiden vivir su amor en libertad, pero que saben jugar sus cartas y disfrutar de la literatura, los viajes y de la vida. Se ríen recordando noches de lujuria, celebrando que la lencería que tiraron por la ventana no llevará bordada la E coronada y prometiéndose encuentros en los que no contendrán la pasión que los desborda porque son su mayor tentación. Y su mayor debilidad.
El otro día, entré a una librería a por unos marcadores para mis lecturas y me encontré, de pronto, con esta maravillosa biografía ilustrada de la magnífica Emilia Pardo Bazán, ideal para los que quieran conocer los hitos principales de su biografía y de sus obras, sin llegar a embarcarse en una biografía más extensa. Además, resulta un volumen perfecto para conmemorar el 12 de mayo de 2021 el centenario de la muerte de la autora. Muy interesante el planteamiento, muy claro, limpio, con unas ilustraciones realmente preciosas, combinando dibujo y colores acrílicos de la mano de Bea Gregores, mientras que el texto es obra de María Canosa. Además, se trata de un volumen breve y fresco, que permite acercar a Emilia a todos los públicos, sobre todo, a los niños y las niñas, mostrándoles que ambos pueden desempeñar mismas labores, gozar se mismo derechos y sentir la misma culpa por vivir como quieran. O como puedan. Desde la niña embargada de curiosidad, a la adolescente casada por las costumbres de la época, a la mujer que decide apotar por el arte, por ell misma y emprende una aventura sin la que nosotros no haríamos aprendido tanto. Gracias Emilia. No te olvidamos.
En la sala de espera todos están buceando en sus móviles, aguardando el timbre que anuncia el cambio del código en la pantalla. Mientras, yo continúo la lectura de Las frases frágiles (La Bella Varsovia, 2021), un pequeño volumen editado por Elena Medel en el que se reúnen aquellos versos que escribió durante las primeras décadas de su existencia Emilia Pardo Bazán (1851-1921), una de las grandes intelectuales y novelistas de nuestro país. Entre los poemas se encuentra Jaime, una obra completa dedicada a su hijo mayor, en la que transmite la fuerza natural y la ternura que esta primera maternidad le hace sentir, con una sencillez y una honestidad que hace imposible no sentirse identificada con sus palabras. El anciano que aguarda a un asiento, a mi derecha, me pregunta qué leo. No lleva el móvil en la mano, no sé si tendrá siquiera. Hay algo austero, de otro tiempo en sus gestos. Me mira con interés mientras se lo explico. "La Pardo Bazán. Menudos novelones escribía. No sabía yo que era poeta. Ni madre tampoco. Con lo que la leí de joven, hablando de aquel cura y del marqués, que era tremendo. No los conocerás. Son libros de viejos". Hablamos entonces de don Pedro Moscoso, de Julián Álvarez, de Sabel y Primitivo. Veo en su ilusión un reflejo de la emoción con la que imagino a Emilia, si se escuchara valorada no por marido o por hijos, como tantas veces han sufrido nuestras autoras -no hay más que leer las entrevistas a Carmen Laforet, décadas más tarde, y comparar las preguntas con las de Camilo José Cela u otros escritores varones-, y sintiendo cómo siempre, la literatura, que es nexo intergeneracional y aproxima más que cualquier pantalla, por frágiles que sean sus frases. Por extenso que sea el período de tiempo que nos separa.
Gaspar de Montenegro es un personaje aristocrático, de saneada economía, dominado por la abulia y que tiene algo de dandy cínico, que descubre cierta falta de moral. Es de esos tipos que pueden dejar el cadáver de su protegida moribunda para darse un buen baño, lavarse los dientes y tomarse un chocolate al lado de la chimenea, antes de ser vestido a la moda y según las condiciones meteorológicas por su fiel Tadeo.  Mimado por su hermana Camila, que se esfuerza en lograr su compromiso con Trini, inicialmente truncado por la particular relación que Gaspar mantiene con Rita Quiñones, cuyo hijo ansía más que si fuera suyo, logrará su capricho. La adopción de Rafaelín, al que aspira a modelar a su imagen y semejanza, implica la contratación de Miss Annie, una institutriz inglesa, con fama de presentar ciertas inclinaciones por los señores, y a Desiderio Solís, un joven preceptor que presenta ciertos desequilibrios. Las relaciones que mantiene con unos y otros y, sobre todo, con el pequeño, sirven de salvavidas al protagonista, que vive obsesionado por la presencia de la muerte, la Seca o la Segadora. Pero, La sirena negra (1908), considerada parte de una especie de trilogía —junto a La Quimera (1905) y Dulce dueño (1911)— dada su combinación del Naturalismo con una estética del modernismo decadente, se cierra con escenas de violencia, dolor, venganza, arrepentimiento y redención, dejando al lector, que aún no puede creer el fatal desenlace, con el corazón del revés.
Emilia Pardo Bazán (1851-1921) no solo consiguió entrar en el Ateneo de Madrid o ser la primera catedrática de la universidad española, sin dejar de lado su labor como intelectual y novelista de éxito, y todo ello sin renunciar a su activismo en favor de los derechos de la mujer.  En 1892 la condesa de Pardo Bazán funda la colección Biblioteca de la mujer para llevar a cabo la divulgación en España de las ideas feministas que circulaban en el resto de Europa. Para Emilia la manera de abordar estas cuestiones debía ser diferente a la de otros países - véase La esclavitud femenina, de John Stuart Mill-, por lo que se propuso escribir un libro de cocina.   Todos los varones que tanto la habían criticado vieron en esta obra la excusa perfecta para enviar a la díscolo escritora al redil propio del hogar, del que no debían salir las mujeres. Ninguno de ellos comprendió que Emilia, con este recetario, se aproximaba a la corriente femenina que defendía la economía doméstica y la cocina como puntos clave de la educación de las niñas y, por otra parte, al ensayo culinario y a la reflexión sobre la gastronomía. La cocina española antigua (1913) es una obra poco conocida, pero tremendamente interesante, que nos permite acercarnos a unas recetas ajenas para muchos, y en cuyas líneas Emilia se cuela hasta nuestras cocinas y comparte con nosotros los preparados tradicionales de distintas regiones de nuestro país, reivindicando el valor de nuestros platos e invitándonos a un viaje culinario al siglo XIX.
En esta recopilación de cuentos de Emilia Pardo Bazán (1851-1921), La dama joven y otros relatos (Uve books, 2021), encontraremos relatos muy diferentes entre sí, perfectos para todo tipo de lectores. Algunos son ligeros puntos, otros presentan notas místicas y unos cuando se suceden en la ya popularísima Marineda. Como resulta imposible comentarlos uno a uno, nos centraremos en aquellos que resultan más llamativos, como La dama joven, protagonizada por una joven costurera que triunfa en la escena, pudiendo alcanzar el puesto de la próxima "dama joven del teatro español" . Muy curioso también el cuento infantil El Príncipe Amado -con entrañable nota al pie- que, según su autora es "el único cuento para niños que he escrito en mi vida". La gallega, por el contrario, nos muestra los esfuerzos y sacrificios a los que las mujeres se someten para sacar adelante sus hogares. Todos ellos con un lenguaje próximo, acorde con la clase social retratada y lleno de vida y color. Como siempre, Emilia no decepciona. Nos regala unas horas lejos de preocupaciones, en un mundo que ya no existe pero que, en ocasiones, nos parece más presente que nunca. Leed a Emilia. No os defraudará.
La última de las novelas de extensión de Emilia Pardo Bazán, Dulce Dueño (1911), destaca cuestiones relacionadas con el cuerpos de la mujeres y la educación sexual en el siglo XX, desde un enfoque que sorprende por su decisión y claridad. La búsqueda del amor, identificado, en términos platónicos, con la belleza y, finalmente, con Dios, conduce a las dos santas, la histórica Catalina de Alejandría y a la contemporánea Lina Mascareñas, a una particular búsqueda al estilo de Camino de perfección, de Santa Teresa. Ambas comparten inquietudes asociadas tradicionalmente a los hombres y pagan su independencia del modo más cruel. Resulta muy interesante la ruta vital de la protagonista, que abandona la pobreza tras recibir una cuantiosa herencia que la convierte en una pieza de interés para los caballeros, que su entorno no titubea en presentar como futuros maridos, necesarios para una mujer de su fortuna. Pronto comienza a descubrir que no es el amor lo que los mueve y que, tras el matrimonio, la esposa ha de someterse al varón de formas que la horrorizan. Lina acude a visitar a un doctor para que este le explique con detalle esas obligaciones conyugales, sumiéndola en una crisis nerviosa. Desgraciadamente, los hombres consiguen someter a la mujer, tal y cómo sucedía en la época, amparándose unos a otros y beneficiándose de un control espeluznante que ejercen sin pudor, con toda crueldad y haciendo uso de cualquier hecho a su alcance. Solo la fe sirve de refugio a quienes son tratadas como una mercancía sin voluntad y colmada de maldad. Resulta increíble que más de cien años después leamos a Emilia y sintamos que hemos avanzado tan poco. Las mujeres seguimos estando en el punto de mira, vivimos en una sociedad eminentemente machista, que justifica según qué con monomanías e histerias varias, y continuamos con leyes de hace dos siglos, convenientemente parcheadas, obviamente, por una mayoría de hombres. Nos queda mucho que hacer.
¡Quién pudiera pasar una tarde de charla y merienda con Emilia! Creo que desde que era niña hubiera aceptado maravillada, ante la posibilidad de asediar a la gallega con un millón de preguntas. Quizá no tanto entonces sobre su vida, pero desde luego, sobre sus personajes y sus obras. Tal vez durante la adolescencia sí tuviera la confianza para interrogarla sobre las reuniones sociales del siglo XIX, sus usos y costumbres y, cómo no, las figuras de mi adorada Reina Mercedes y de su marido, Alfonso XII. Ahora, además de todo lo anterior, le preguntaría cómo sintió la Guerra Civil, en la que, el 11 de agosto de 1936, fusilaron a su hijo Jaime -aquel al que dedicó el más tierno poemario, encuadernado en uno de sus guantes de piel blanca- y a su nieto, de diecisiete años. Este, moribundo, trató de cubrir con su abrigo el cadáver de su padre. Extinguiéndose con él el linaje de los Pardo Bazán. Quizá me interesaría por el Galdós que se esconde tras sus novelas y Episodios Nacionales. Yo siempre lo he tenido por un seductor de esos que, como se dice popularmente, "las mata callando". Alto y atractivo para Emilia, que valoraba, por encima de todo la conexión intelectual. Supongo que de la mano de la emocional. No hablaríamos de Lázaro Galdiano. Creo que ya está todo dicho. Y nos reiríamos paseando en un Madrid decimonónico, porque todo ha cambiado para seguir igual. Desde la política a la literatura o las relaciones sociales. Los ricos siguen ignorando que hay algo a sus pies y los pobres continúan a merced de criaturas que han padecido desde su nacimiento el mal de no saber qué es que algo les falte. Gracias a José Ángel Mañas por Una conversación con Emilia Pardo Bazán (Bala Perdida, 2021), un acercamiento tan coloquial, tal ameno y que favorecerá, sin duda, la figura de nuestra Emilia a las nuevas generaciones  y también a algún rezagado. Ha sido un paseo inolvidable.
La cita y otros cuentos de terror (Nørdicalibros, 2021), nos adentra en algunas de las historias más inquietantes de la intelectual y escritora gallega Emilia Pardo Bazán. Ya en el prólogo, Care Santos, basándose en su experiencia personal con los relatos de Emilia, advierte al lector del disfrute que va a traer consigo este descubrimiento, si es que aún desconoce las artes de la escritora, tantas veces relegada a un segundo plano por su colegas varones, a los que, no solo iguala, sino no que, en ocasiones, supera con creces. Las inquietantes, y bellísimas ilustraciones, corren a cargo de Elena Ferrándiz para que el conjunto sea absolutamente perfecto dentro de esta cuidada edición en tapa dura que todos querréis atesorar en vuestras bibliotecas. Diez pequeñas historias que se hacen enormes a medida que nos van atrapando y que entroncan con el imaginario gallego, sin dejar de lado la fantasía, la ironía o el humor negro. Emilia, hábil y terriblemente culta, juega con los hilos para hacer que sea imposible abandonar su lectura. Su prosa breve destila esa inteligencia de la que tanto hablamos en sus grandes novelas. Pero aún más próxima, más asequible. Más adictiva. Desde "La cita" a "La resucitada", sin olvidar "La cana" o "El vampiro", disfrutaremos de una lectura que nos transportará a otros lugares y a otros tiempos, que nos erizará la piel y que no desearemos que llegue a su fin porque, realmente, se trata de "un auténtico festín".
Emilia, que siempre deseó encontrar reposo en el Pazo de Meirás, sin embargo, tras su fallecimiento, el 12 de mayo de 1921, fue sepultada en la cripta de la iglesia de la Concepción de Madrid en contra de lo que había sido su plan. Estaba claro que ya en el siglo XX, tampoco dejaban a una decidir absolutamente nada. Y Emilia, que nunca dejó de luchar, recibió a cambio el terrible desengaño de no poder ingresar, hasta en tres ocasiones, en la Academia de la Lengua. En 2021, como llevamos comentando desde su estreno, estamos conmemorando el centenario de la muerte de Emilia Pardo Bazán, valiente y luchadora, inteligente y apasionada, que defendió durante toda su existencia los derechos de las mujeres. Encontró en su padre su principal apoyo para su temprano desarrollo intelectual y para el alimento de su curiosidad, sin haberle sido nunca negado el acceso a la cultura por no haber nacido varón. Hasta su matrimonio con José Quiroga y Pérez Deza, con el que tuvo tres hijos, derivó en una separación en 1885, que la permitió volcarse por completo en la literatura. Emilia, de la oscuridad a la luz (Oberon, 2021), obra de Carmen Fernández Etreros y Alen Lauzán Falcón llena de color el viaje vital de Emilia, transido, a su vez, por viajes a través de numerosos países, idiomas, novelas, ensayos, obras de teatro y romances apasionados, como el compartido con Benito Pérez Galdós, su «miquiño mío». Hasta regresar a ese hoy, cien años después de su muerte, en el que no podemos más que rendir tributo a esta gran intelectual, una de las representantes más importantes del Naturalismo español y una de nuestras mejores escritoras del siglo XIX.
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