Es difícil explicarlo en palabras. La sensación que queda en el cuerpo al leer To Kill a mockingbird (Matar a un ruiseñor). La sutileza con la que trasluce, a lo largo de sus páginas, la humanidad. Esta conmovedora lectura me emocionó hasta las lágrimas. Este libro es un clásico de literatura estadounidense que expone y critica la discriminación en todas sus formas: racismo e injusticia social, discriminación de clase, de género y por religión. Basada en su experiencia personal, Harper Lee nos adentra en la perspectiva de una niña, combinada con sutiles reflexiones de una mujer adulta. Nuestra protagonista, y narradora, Jean Louise “Scout” Finch, nos relata sus años de infancia desde su mirada única e inocente. Con sus palabras podemos visualizar en imágenes su pueblo sureño (ficticio) Maycomb de los años ‘30, en Alabama, sus habitantes, sus casas, sus calles. Scout vive junto a su hermano “Jem” y su padre Atticus Finch, y también convive junto a Calpurnia, su cocinera. Scout y Jem conocen a Dill, un niño que va a pasar los veranos con su vecina Miss Rachel, y juntos crean travesuras guiados por su imaginación. Nuestra narradora inicia la primaria cuando termina el verano y el tiempo va pasando junto a las páginas del libro. Su padre Atticus es el abogado que tiene que defender a un hombre negro, acusado de violar a una mujer blanca, y el juicio cambia las vidas de nuestros protagonistas. Matar a un ruiseñor es una reliquia histórica que hace aflorar temas complejos con calidez y humor. Es una historia de prejuicio, racismo, discriminación, pero también de amor, inocencia, coraje y determinación de la ética personal, compasión y tolerancia. Afloran las contradicciones humanas con la esperanza de que esta historia sea un pequeño paso hacia una mejor sociedad. + Leer más |