El amor y la ira de José de la Rosa
Acababa de descubrir que somos iguales en todos los lugares. Aunque se empeñen en decir que no existimos.
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El amor y la ira de José de la Rosa
Acababa de descubrir que somos iguales en todos los lugares. Aunque se empeñen en decir que no existimos.
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Montañeros, una cuestión de fuerza de José de la Rosa
—Hueles bien —su primo le guiñó un ojo—, ten cuidado con las avispas.
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Montañeros, una cuestión de fuerza de José de la Rosa
al fin y al cabo, las grandes cosas estaban hechas de pequeños recuerdos.
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Montañeros, un engaño salvaje de José de la Rosa
—Tengo la sensación de que antes de conocerte estaba dormida, de que eres tú quien me has despertado. Él se pasó la mano por el negro cabello. No estaba acostumbrado a hablar así con una mujer. —Y yo tengo la sensación de que antes de que te viera por primera vez —le brillaron los ojos—, subiendo la calle central de Great Peak con aspecto de estar perdida, nada había merecido la pena. |
Montañeros, un engaño salvaje de José de la Rosa
—Quédate conmigo —la besó en la punta de la nariz—. Pasa la noche en mi cama. Déjame que te vea a la luz del amanecer. Ella tuvo ganas de llorar. —Rhett —gimió. —Deja que bese cada rincón de tu cuerpo. |
Montañeros, un engaño salvaje de José de la Rosa
La mano de Rhett se posó en la parte baja de su espalda, para acercarla a su cuerpo. Ella sintió cómo palpitaba, cómo emitía un calor abrasador, lava que podía quemarla en aquel mismo instante. Cuando Rhett la besó, supo que no había nada que hacer. Se colgó de su cuello y se entregó a sus labios. El montañero gimió al comprender que era suya. La apretó con fuerza, como si quisiera que se fundieran en uno solo. Boca con boca, piel contra piel. Él le mordía los labios, jugaba con su lengua, apretaba las caderas con las suyas. Claire intentaba seguir aquel ritmo frenético, pero solo podía centrarse en el placer que todo aquello estaba provocándole. Un placer olvidado, quizá no sentido antes, que hacía que su mente se nublara y su piel tomara conciencia plena. |
Montañeros, un engaño salvaje de José de la Rosa
(…) a mí me pareces la mujer más deseable que he conocido jamás.
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Montañeros, un engaño salvaje de José de la Rosa
No le dio tiempo a contestar porque Rhett la besó. No pareció un acto premeditado, más bien una necesidad. Como si la única manera de convencerla fuera aquella: estrecharla entre sus labios, sentir su cuerpo y que ella notara el suyo, absorber su aroma y ofrecerle su olor, percibir el calor femenino mientras ella se caldeaba con el fuego que emanaba de sus entrañas. Fue un beso brusco. Lleno de rabia, de urgencia, de lecciones. Un beso para poner las cosas claras. El beso que se da cuando no se tienen respuestas y solo preguntas. |
Montañeros, un engaño salvaje de José de la Rosa
—Me han advertido sobre ti —le dijo. Él se volvió un momento, aunque siguió caminando. —Te habrán dicho que soy irascible, malhumorado, terco y manipulador. Ella tuvo que sonreír. —Tú has añadido un par de adjetivos, pero más o menos. |
Montañeros, un engaño salvaje de José de la Rosa
Claire se volvió. Rhett estaba a su lado, tan cerca que le impactó su aroma. Un olor a tierra mojada y a raíces. La miraba fijamente. ¿De una manera especial? Debían ser ilusiones suyas. Un hombre como aquel no tendría problemas en llamar la atención de cualquier mujer, incluso la señorita Bissette caería rendida a sus pies. De ninguna manera podía fijarse en ella. La diferencia de edad era abismal. Sin embargo…
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Montañeros, una dama en las cumbres de José de la Rosa
—¿Por qué me gusta alguien que no me gusta? —Eso no tiene sentido. —No —estuvo de acuerdo—. No tiene ningún sentido. |
Montañeros, una dama en las cumbres de José de la Rosa
—Tengo un problema, Chaz. —¿Y cuál es? —volvió a besarle el cabello. Olía como nada que hubiera disfrutado hasta entonces. Un aroma que no olvidaría jamás. —Que me gustas. |
Montañeros, una dama en las cumbres de José de la Rosa
(…) ¿Aún no te has dado cuenta de que entre tú y yo hay un problema de comunicación? Él la miró de reojo. —¿Siempre eres así de insoportable o lo estás haciendo a posta? —¿Y tú siempre eres así de bocazas o..? Evidentemente siempre eres así de bocazas… (…) |
Montañeros, una dama en las cumbres de José de la Rosa
—Mira, ¿seguro que eres la hermana de Julie? —¿No nos parecemos? Chaz la miró de arriba abajo. —En nada. —Pues todo el mundo dice que somos clavaditas. —Sí, físicamente sí, pero… ¿A ti te pasó algo de pequeña? La estaba mirando…. Escudriñando. Se sintió incómoda. ¿Qué habría querido decir aquel tipo? |
Montañeros, una dama en las cumbres de José de la Rosa
Por un momento Chaz se quedó mirando aquellos ojos. Eran los más azules que había visto en su vida, y si no fuera porque el conjunto le empezaba a resultar insoportable, hubiera dicho que los más bonitos.
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Montañeros, una dama en las cumbres de José de la Rosa
Primero salió un pie enfundado en unas veraniegas sandalias de tacón alto. Después una pierna embutida en un carísimo pantalón de crep blanco. Y al fin la mujer, que se plantó en medio de la carretera con incomodidad manifiesta. Chaz no puso qué pensar. Era alta, algo más que Julie, y más delgada. Llevaba una blusa amplia también blanca, un color en absoluto apropiado para los empolvados caminos que debían atravesar. Un largo fular verdoso pendía de su cuello y le llegaba casi al dobladillo del pantalón. Llevaba el cabello oculto por una gran pamela del mismo tono, y unas enormes gafas de sol que impedían ver sus ojos. Cuando terminó de analizar el entorno, Chaz pudo ver que en sus labios aparecía una mueca de desagrado y, mientras el chófer empezaba a sacar el equipaje del maletero, ella pareció reparar en él y fue a su encuentro. |
Montañeros, una dama en las cumbres de José de la Rosa
Julie lo necesitaba —pensaba Chaz— y él le iba a fallar, y eso hacía que se sintiera fatal. Pero su relación con las mujeres era… complicada. Siempre metía la pata, decía algo inadecuado, comentaba lo contrario que se esperaba de él. El caso era que no quería estar cerca de una hora a solas en un coche con la hermana de Julie. ¿De qué iba a hablar? ¿Qué le aseguraba que ella no lo detestaría? —Seguro que me cae bien —intentó convencerla—. Si es tu hermana debe ser una chica estupenda. Pero no es eso. Prefiero mantenerme… en un segundo plano. |
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Montañeros, una cuestión de fuerza de José de la Rosa
—No voy a volver a confiar en ti —le dijo con la voz fría de una matrona romana—. No voy a volver a estar contigo. No voy a volver a dejar que me hagas daño. Y no quiero volver a verte. Sin más cerró la puerta, como si no acabara de arrancarle el corazón a un hombre que aún la amaba. |
Montañeros, una cuestión de fuerza de José de la Rosa
—(…) No fuiste solo un rollo de adolescentes. Fuiste el amor de mi vida. Al fin lo había dicho. Después de tantos años lo había dicho. |
Gregorio Samsa es un ...