Montañeros, un engaño salvaje de José de la Rosa
No le dio tiempo a contestar porque Rhett la besó. No pareció un acto premeditado, más bien una necesidad. Como si la única manera de convencerla fuera aquella: estrecharla entre sus labios, sentir su cuerpo y que ella notara el suyo, absorber su aroma y ofrecerle su olor, percibir el calor femenino mientras ella se caldeaba con el fuego que emanaba de sus entrañas. Fue un beso brusco. Lleno de rabia, de urgencia, de lecciones. Un beso para poner las cosas claras. El beso que se da cuando no se tienen respuestas y solo preguntas. |