Montañeros, una cuestión de fuerza de José de la Rosa
—Hueles bien —su primo le guiñó un ojo—, ten cuidado con las avispas.
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Montañeros, una cuestión de fuerza de José de la Rosa
—Hueles bien —su primo le guiñó un ojo—, ten cuidado con las avispas.
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Montañeros, una dama en las cumbres de José de la Rosa
—¿Por qué me gusta alguien que no me gusta? —Eso no tiene sentido. —No —estuvo de acuerdo—. No tiene ningún sentido. |
Montañeros, una especie en extinción de José de la Rosa
No tengo muy claro lo que soy. Llevo toda la vida huyendo de eso, de los planes trazados desde la cuna, de los convencionalismos, de la comodidad, que no es otra cosa que una trampa que te obliga a dejar a un lado lo que eres para convertirte en lo que los demás desean que seas
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Montañeros, un engaño salvaje de José de la Rosa
No le dio tiempo a contestar porque Rhett la besó. No pareció un acto premeditado, más bien una necesidad. Como si la única manera de convencerla fuera aquella: estrecharla entre sus labios, sentir su cuerpo y que ella notara el suyo, absorber su aroma y ofrecerle su olor, percibir el calor femenino mientras ella se caldeaba con el fuego que emanaba de sus entrañas. Fue un beso brusco. Lleno de rabia, de urgencia, de lecciones. Un beso para poner las cosas claras. El beso que se da cuando no se tienen respuestas y solo preguntas. |
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Montañeros, una cuestión de fuerza de José de la Rosa
—(…) No fuiste solo un rollo de adolescentes. Fuiste el amor de mi vida. Al fin lo había dicho. Después de tantos años lo había dicho. |
Montañeros, una especie en extinción de José de la Rosa
(…) Todo iba bien. Porque su corazón latía con más fuerza que nunca bajo el bálsamo de aquel aire puro, sus ojos miraban con más viveza de la que habían mirado desde hacía demasiado tiempo, y su cabeza estaba en paz. Ajena a las preocupaciones diarias que de pronto se habían convertido en algo lejano, insignificante.
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Montañeros, una especie en extinción de José de la Rosa
(…) Debía reconocer que la aparición de aquel tipo le había causado cierta impresión. No se parecía en nada a los hombres que había conocido hasta entonces (…). Había algo salvaje en él, casi animal. Algo que se podía sentir solo con tenerlo cerca. Un ímpetu, o una fuerza que partía de aquellos ojos extrañamente azules y se manifestaba en cada uno de sus movimientos vigorosos.
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Montañeros, una especie en extinción de José de la Rosa
No te aparté porque no quisiera besarte-la interrumpió él-. De hecho era lo que deseaba
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Montañeros, una especie en extinción de José de la Rosa
No tengo muy claro lo que soy. Llevo toda la vida huyendo de eso, de los planes trazados desde la cuna, de los convencionalismos, de la comodidad, que no es otra cosa que una trampa que te obliga a dejar a un lado lo que eres para convertirte en lo que los demás desean que sea.
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El amor y la ira de José de la Rosa
Acababa de descubrir que somos iguales en todos los lugares. Aunque se empeñen en decir que no existimos.
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Montañeros, una cuestión de fuerza de José de la Rosa
al fin y al cabo, las grandes cosas estaban hechas de pequeños recuerdos.
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Montañeros, un engaño salvaje de José de la Rosa
—Tengo la sensación de que antes de conocerte estaba dormida, de que eres tú quien me has despertado. Él se pasó la mano por el negro cabello. No estaba acostumbrado a hablar así con una mujer. —Y yo tengo la sensación de que antes de que te viera por primera vez —le brillaron los ojos—, subiendo la calle central de Great Peak con aspecto de estar perdida, nada había merecido la pena. |
Montañeros, un engaño salvaje de José de la Rosa
—Quédate conmigo —la besó en la punta de la nariz—. Pasa la noche en mi cama. Déjame que te vea a la luz del amanecer. Ella tuvo ganas de llorar. —Rhett —gimió. —Deja que bese cada rincón de tu cuerpo. |
Montañeros, un engaño salvaje de José de la Rosa
La mano de Rhett se posó en la parte baja de su espalda, para acercarla a su cuerpo. Ella sintió cómo palpitaba, cómo emitía un calor abrasador, lava que podía quemarla en aquel mismo instante. Cuando Rhett la besó, supo que no había nada que hacer. Se colgó de su cuello y se entregó a sus labios. El montañero gimió al comprender que era suya. La apretó con fuerza, como si quisiera que se fundieran en uno solo. Boca con boca, piel contra piel. Él le mordía los labios, jugaba con su lengua, apretaba las caderas con las suyas. Claire intentaba seguir aquel ritmo frenético, pero solo podía centrarse en el placer que todo aquello estaba provocándole. Un placer olvidado, quizá no sentido antes, que hacía que su mente se nublara y su piel tomara conciencia plena. |
Montañeros, un engaño salvaje de José de la Rosa
(…) a mí me pareces la mujer más deseable que he conocido jamás.
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Montañeros, un engaño salvaje de José de la Rosa
—Me han advertido sobre ti —le dijo. Él se volvió un momento, aunque siguió caminando. —Te habrán dicho que soy irascible, malhumorado, terco y manipulador. Ella tuvo que sonreír. —Tú has añadido un par de adjetivos, pero más o menos. |
Montañeros, un engaño salvaje de José de la Rosa
Claire se volvió. Rhett estaba a su lado, tan cerca que le impactó su aroma. Un olor a tierra mojada y a raíces. La miraba fijamente. ¿De una manera especial? Debían ser ilusiones suyas. Un hombre como aquel no tendría problemas en llamar la atención de cualquier mujer, incluso la señorita Bissette caería rendida a sus pies. De ninguna manera podía fijarse en ella. La diferencia de edad era abismal. Sin embargo…
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Montañeros, una dama en las cumbres de José de la Rosa
—Tengo un problema, Chaz. —¿Y cuál es? —volvió a besarle el cabello. Olía como nada que hubiera disfrutado hasta entonces. Un aroma que no olvidaría jamás. —Que me gustas. |
Montañeros, una dama en las cumbres de José de la Rosa
(…) ¿Aún no te has dado cuenta de que entre tú y yo hay un problema de comunicación? Él la miró de reojo. —¿Siempre eres así de insoportable o lo estás haciendo a posta? —¿Y tú siempre eres así de bocazas o..? Evidentemente siempre eres así de bocazas… (…) |
¿Cómo se llama la protagonista del libro?