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Salvar el fuego de Guillermo Arriaga
Me dijeron que en la antigua Roma los senadores discutían las leyes en el excusado mientras cagaban.
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Calificación promedio: 5 (sobre 84 calificaciones)
/Era un niño extremadamente tímido al cual le gustaban en exceso las niñas. Nunca padecí la etapa en que los niños detestan a las niñas. A mí me parecía inexplicable el comportamiento de mis compañeros que las rechazaban. Como mi timidez me impedía acercarme a ellas, empecé a escribirles cartas. Además, con un agudo trastorno del déficit de atención, me di cuenta que por escrito podía expresarme mejor. Así que, mis primeros escritos se dieron por causa de las mujeres. Como obra, alrededor de los doce años empecé a escribir cuentos y una obra de teatro a los catorce, quince.
A un dramaturgo teatral jamás se le cuestiona si hace literatura o no. A un dramaturgo cinematográfico sí. La dramaturgia para mí es fundamentalmente literatura. No escribo por encargo, mi obra para cine ha expresado preocupaciones vitales y estilísticas que se vinculan a mi trabajo como narrador y comparten docenas de vasos comunicantes tanto con mis cuentos como con mis novelas. Por lo tanto, considero que ambos casos escribo literatura.
Creo que el Premio Alfaguara es el más prestigioso otorgado a una novela en nuestro idioma. Es un premio, me consta, que cientos de escritores anhelan ganar, yo entre ellos. Desde que se instituyó y lo ganaron dos tremendos y admirados amigos y escritores como Eliseo Alberto y Sergio Ramírez, deseé ganarlo. Así que me siento muy honrado de que el jurado me eligiera. Dicho esto, no imaginé ganarlo. Tan no lo imaginé que me fui de caza a un rancho perdido en medio de la nada donde no había señal de celular. Fue una sorpresa que la llamada desde España para anunciármelo entrara a las tres y media de la mañana. Inesperada por completo y a que me hizo tremendamente feliz. A esa hora desperté a mi hija Mariana, a mi amigo Sergio Avilés y a mi querido amigo, Humberto Enríquez y Yolanda su mujer, propietarios del rancho, para celebrar con ellos.
Creo que el amor es una de las fuerzas centrífugas de la condición humana. Su potencia ha conducido a historias de felicidad y a grandes desastres. Es tan incontrolable y tan caótico que es el amor, no el sexo, el elemento humano más reprimido por los sistemas de control. Bien lo sostenía Freud en El malestar en la cultura que el amor posee tal cualidad subversiva que es necesario ser controlado. En la historia de la literatura hay historias de amor con ese tamiz de subversión, desde Madame Bovary hasta Las palmeras salvajes. Es un error grave, considero, aparejar una historia de amor con el prejuicio de una «novela rosa». Sí, el amor ha sido un tema fundamental de mis obras, desde al amor de pareja, al filial, el paternal, el maternal, la amistad y hasta el amor a los animales.
Faulkner habla de cuatro temas en la literatura: amor, odio, poder y muerte. Creo que siempre he abordado los cuatro temas y me parece imposible hablar de la vida si no se contempla el espectro de la muerte. Hasta ahora no hay ser humano, ni ser vivo, que mantenga una condición de inmortalidad, así que es un tema que tarde o temprano a todos nos va a llegar. Me parece una obligación de un creador, arrojar aunque sea un vistazo a aquellos temas que por temor, por repugnancia, por indiferencia, nos negamos a ver.
Definitivamente. En esta época de confinamiento, en donde decenas se quejan por el encierro en sus casas, perdemos de vista la gravedad de aislamientos extremos como lo cárcel. La pregunta que se hace en Salvar el fuego es: ¿qué puede motivar a un reo a seguir con la vida con el peso de una condena de prisión de por vida? En el caso de José Cuauhtémoc, homicida sentenciado a cincuenta años, el arte, la literatura, la creación y el amor son las vías que le permiten mantener la esperanza. En una ocasión recibí una carta de un preso brasileño condenado por asesinato. Él era el encargado de la biblioteca y recuerdo sus palabras «nuestros cuerpos están presos, pero nuestras almas son libres. Los libros nos permiten ir adonde se nos pega la gana.» Me aclaraba que mi novela El búfalo de la noche, era la favorita de los reclusos y que en el ansia por leerla había pleitos entre ellos por el único ejemplar y me pedía, encarecidamente, que le mandara más. Le envié cincuenta y me sentí muy, pero muy honrado.
Nunca investigo. Escribo de lo que conozco y si no lo conozco lo suficiente lo imagino. Soy un completo neófito sobre danza. No sé prácticamente nada. Mi única investigación consistió en buscar en Google nombres de coreógrafos prestigiosos y ya. Dicho esto, uno de mis grandes amigos, Alberto Almeida, fue profesor de ballet y un bailarín reconocido. Con él mantuve varias conversaciones a lo largo de los años sobre su quehacer dancístico, sin pensar que algún día escribiría de danza en una novela. Así mismo, Guillermo Arriaga, mi homónimo, y con quien no mantenía ningún parentesco, es considerado el coreógrafo más importante de México. Con él comí varias veces, un tipo encantador, y me platicó sobre sus andanzas en el mundo de la danza contemporánea. Ambos murieron y no pude consultarlos mientras escribí Salvar el fuego. A Alberto le hice un pequeño homenaje poniéndole su nombre a uno de los personajes.
José Cuauhtémoc está involucrado tangencialmente con el narcotráfico. No es un narco en el estricto sentido de la palabra. Es un parricida que al entrar a la cárcel se topa, de manera inevitable como sucede ahora en México, con presos condenados por narcotráfico. Además, los carteles controlan ahora las cárceles, así que tocar el mundo carcelario sin hablar de ello sería poco verosímil. Yo no deseaba hablar del narco, pero la experiencia de mi país terminó por infiltrarse. Repito, no investigo, no me documento sobre ningún tema. Sin embargo, a lo largo de los años he visto de frente y de cerca los estragos causados por el crimen organizado. Como viajo muy a menudo a la frontera, he escuchado decenas de historias de viva voz sobre asesinatos, balaceras, extorsiones. Es más, en diciembre pasado me invitaron a cazar a un rancho fronterizo, no fui porque estaba ya instalado en el rancho del doctor Enríquez. En esa misma semana, en la casa de ese rancho, se desató un tiroteo entre narcos y el ejército. Murieron doce malandros. Si hubiera aceptado la invitación me habría tocado la masacre en vivo y en directo. Muchos de mis colegas escriben sobre lo que investigaron, yo escribo sobre lo que me ha tocado vivir, presenciar o atestiguar.
No escribo con un plan. Empiezo con una ligera noción de hacia donde va ir la novela y me arranco casi a ciegas, lo cual me significa escribir casi como un lector. Como no sé qué va a pasar, voy descubriendo la novela y ese proceso es adictivo. Yo no sabía ni qué estructura iba a usar, ni tampoco los lenguajes, ni los personajes adicionales (sabía sobre la existencia de una mujer casada y de un preso, lo demás se reveló sobre la marcha). Poco a poco la novela fue dictando sus condiciones. Sometí todos los elementos a contar la historia y entre ellos, aparecieron los textos de los presos. Yo no sabía que iban a aparecer. Surgió el ficticio taller narrativo impartido por Julián Soto (nombre derivado de dos escritores que admiro: Julián Herbert y Maruan Soto) y de ahí inventé los textos. Al empezarlos no tenía ni idea de qué tratarían, así que aproveché lo que me pasaba durante el día para iniciar la historia. Toda mi obra, no solo Salvar el fuego, la he escrito al bote pronto.
No es un problema vigente solo en México, sino en una gran mayoría de los países colonizados por europeos. Pareciera que la derrota debe ser total y que se debe prolongar en el día a día. Tengo el honor de ser asesor de escritores y cineastas aborígenes australianos. Es casi una realidad idéntica a la de los indígenas mexicanos: racismo, humillación, desigualdad, pobreza, alcoholismo, crimen. Lo mismo me han contado los nativos americanos y canadienses, así como los maoríes. No bastó con la derrota, ha sido necesario restregárselas y tratar de arrancarles la identidad: idioma, creencias, costumbres. Fue en Australia y en Estados Unidos (parte de 21 Gramos fue filmada en una reserva navajo) donde descubrí las tremendas similitudes entre unos y otros y del activismo social y político necesario para restituir la dignidad e incorporar a las poblaciones originarias a los beneficios y derechos de la sociedades contemporáneas. No en balde Marlon Brando mandó a una mujer india a recoger su Oscar en protesta con el trato brindado a los nativos americanos. El personaje de Ceferino, cansado de la miseria, de la degradación, de la invisibilidad de los suyos, dedica su vida a tratar de revertir esta situación y a revisar la historia para darle a su pueblo un trato más digno. Lo más paradójico es que esta fuerza de la naturaleza que es Ceferino, que busca objetivos loables en la esfera pública, sea en lo privado, un maltratador de su esposa y de sus hijos.
No tengo idea. Escribí Salvar el fuego para ser una novela lo más novela posible. Ya habrá quien decidirá si es posible una adaptación o no al cine.
Escribo una nueva novela la cual abandoné temporalmente para darle a Salvar el fuego su espacio y mi concentración absoluta. El Premio Alfaguara es un premio mayor y requiere de mi disciplina y concentración para corresponder al gran honor que se me brindó al otorgármelo.
En realidad no fue ningún libro. Desde niño me di cuenta que cuando quería explicar algo recurría a contar historias, no a ideas o conceptos. A partir de ahí quise ser escritor. A través de narrar me siento más cómodo y puedo expresarme mejor. Obviamente, hay escritores que han ejercido una tremenda influencia sobre mí: Rulfo, Pío Baroja, García Márquez, Tolstoi, Dostoievski, Martín Luis Guzmán, Borges, Hernando Téllez, Mauricio Magdaleno, Leopoldo Lugones, Sor Juana, Nellie Campobello, y, sobre todo, William Faulkner y William Shakespeare.
Ninguno, al contrario, cada vez que leía un gran autor me motivaba a escribir. Muy temprano descubrí que no debía tratar de ser como ellos, sino intentar superar mi propia obra.
A los once años me dejaron leer Al este del Edén, de Steinbeck. Me quedé muy impresionado por la narrativa del buen John. Y a los doce, en la escuela tuve que leer, producir, dirigir y actuar a grandes dramaturgos. Ahí fue donde descubrí a los dramaturgos griegos, a Shakespeare, a los autores del Siglo de Oro español, etc.
Vuelvo a los de siempre: Rulfo, Martín Luis Guzmán, Pío Baroja, William Shakespeare, William Faulkner, García Márquez.
Ninguno. Uno lee lo que puede cuando puede y sobre todo, cuando quiere. Mis elecciones han sido muy azarosas y sin método, así que no me arrepiento de ninguno que no haya leído.
Más bien creo que varios han sido infravalorados, entre ellos El árbol de la ciencia, de Baroja, El águila y la serpiente, de Martín Luis Guzmán y la obra de Hernando Téllez.
Además de los mencionados en la respuesta anterior, sugiero leer estos breves cuentos: Yzur, de Leopoldo Lugones; Espuma y nada más, de Téllez; Fire and Ice, de Álvaro Menéndez Leal y ¿Cuál es la onda?, de José Agustín.
Varían por etapas de la vida, la que ahora rige es la de Cocteau: «Si su casa se incendiara, ¿qué salvaría? Salvaría el fuego».
Moby Dick, de Melville y Solenoide, de Cartarescu. Recién terminé Rímel, de Karla Zárate, La invención del viaje, de Juliana González y Campeón Gabacho, de Aura Xilonen.
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Salvar el fuego de Guillermo Arriaga
Me dijeron que en la antigua Roma los senadores discutían las leyes en el excusado mientras cagaban.
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Salvar el fuego de Guillermo Arriaga
La muerte es una boca desdentada que nos sorbe la vida minuto a minuto.
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Salvar el fuego de Guillermo Arriaga
Mamá nos contó que en su pueblo era famoso por matar cerdos con un puñetazo en la cabeza.
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Salvar el fuego de Guillermo Arriaga
Si el infierno existiera, nuestro castigo seria que los demás vieran las caras que hacemos a solas frente al espejo.
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El Salvaje de Guillermo Arriaga
No la aman. Pura fugacidad que calcina mi país: ella. Me siento asqueado, saqueado.
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Salvar el fuego de Guillermo Arriaga
«Las clases media y alta viven ahora tan protegidas, su existencia tan controlada, que carecen de cicatrices. Y a falta de cicatrices se tatúan. También por eso la ropa nueva que compran está rota y con desgaste simulado, como si hubiese sido usada por años en trabajos rudos. A estas generaciones les faltan heridas, calle, golpes».
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Salvar el fuego de Guillermo Arriaga
«Quien se mete a las porquerizas, acaba lleno de mierda de cerdos».
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Gregorio Samsa es un ...